Aaron CAP:44

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Capítulo 44:

- No puede ser. - Revoleé los ojos al escuchar la voz divertida de Alex detrás de mí.
- Cállate y ayúdame antes de que lo mate. - Alex tomó al gato con sus manos mientras me mostraba las garras y parecía relajarse cuando lo alejaban de mí. - Esa bestia me odia. - Alex acarició su cabeza y le sonrió con ternura. - ¡No puedo creerlo! ¿Sabes hace cuánto tiempo estoy intentando tranquilizarla? ¡Más de una hora! ¡Sólo para que no termine comiéndose la cara de Aaron! - Alex rió mientras la gata se metía uno de sus dedos a la boca y los tomaba con sus pequeñas patitas.
- Tal vez es porque sabe que intentas meterla en una caja. - Fruncí mis cejas mientras acomodaba el moño.
- No quiero que sepa lo que es. - Alex volvió a revolear los ojos mientras dejaba a la gata adentro de la gigantesca caja. Le sonrió por última vez y luego se alejó. La gata se acorraló en una de las esquinas y me mostró sus dientes junto con una de las garras. Hizo el ruido que seguía haciendo desde que la había recogido del refugio. No entendía cómo a Aaron le había parecido adorable.
- ¡Al menos hazle agujeros para que pueda respirar! - Me dijo mientras salía de la cocina. Percibía una sonrisa que me ponía extrañamente enojada.
- ¡CLARO QUE IBA A HACERLE AGUJEROS! - Fruncí el ceño aún más y miré a la gata. - ¿Necesitas agujeros? - Maldije en voz baja mientras tomaba de uno de los cajones de la cocina, un cuchillo. Con rapidez, lo clave repetidas veces haciendo agujeros lo suficientemente grandes como para que entrara oxígeno e intentando no desarmar el hermoso moño rojo que sobresaltaba demasiado en contraste a la caja negra. Apoyé mi mano sobre la tapa para mantener al gato encerrado antes de que intentara escaparse otra vez. Alex había sido el primero en recogerlo apenas abrí la puerta y saltó de mis brazos.
Me odiaba. Y yo la odiaba a ella. Así que estábamos a mano.
- ¡Kelsey nos hizo la comida! - Escuché gritar a Chad, que estaba entrando por la puerta que se encontraba abierta. Connor venía detrás de él. Sus colmillos estaban afuera y tenían un brillo en los ojos que era espeluznante.
- ¡Maldita sea! ¿Qué es lo que huele tan bien? - Connor se sentó sobre la mesada y me miró con atención. Chad se paró junto a mí y lamió sus labios.
- Kelsey, todavía no es Navidad. No tenías que regalarnos la cena. A veces eres tan considerada. - Antes de que alguno de los dos intentara tomar la caja, la agarré entre mis brazos y la puse sobre la barra. Chad y Connor fruncieron las cejas como si no entendieran nada. Escondieron sus colmillos hasta que ya no podía verlos e intentaron hablar.
- No tienen ni idea de lo que me gustaría que se la comieran para sacar a esta pesadilla de mi vida, pero es un regalo para su hermano y no creo que tolere la idea de que ustedes dos se lo coman. - Chad caminó hasta mí con una sonrisa.
- ¿Le regalarás a Aaron un gato? A él no le gustan los animales. - Revoleé los ojos y me senté. Puse una mano sobre la caja para calmar a la fiera que intentaba sacar la tapa para escaparse de mí, otra vez.
- Bueno, éste sí. Le encantó. Y yo lo odio. Pero como sé que lo hará feliz... - Connor me sonrió de una manera perversa y entrecerré los ojos. - ¿Qué? - Le dije de mala manera.
- ¿Si eso lo hace feliz? - Dijo casi citando mis palabras. - ¿De qué película romántica te sacaron a ti? - Golpeé la mano de Chad que se acercaba peligrosamente a la caja.
- De ninguna maldita película romántica. La mascota no odiaría a la maldita protagonista si fuera una jodida película romántica. Pero sé que a Aaron le va a encantar y sólo es un regalo... - Me encogí de hombros.
- Oh no. No es sólo un regalo... - Chad se acercó a mí al igual que Connor. Ambos tenían una extraña sonrisa en la cara que me estaba empezando a poner incómoda. Sentía mis mejillas ponerse rojas mientras miraba al piso y jugaba con el moño entre mis dedos.
- ¿Qué es? Dímelo... ¿Acaso un mes desde que...? - Chad hizo un extraño baile con sus cejas y fruncí las mías mientras me ponía aún más roja. No me veía, pero lo sentía.
- ¡Claro que no, pervertido! - Estaban comenzando a irritarme.
- No idiota, entonces se cumpliría un mes del funeral de Kelsey.
Qué sutil Connor, en serio, qué sutil.
- Es algo más profundo... ¿Qué es? Puedes decírmelo. Chad es un idiota. - Chad se dio media vuelta y abrió la puerta de la nevera.
- Puedes decírselo, es un marica romántico sin remedio. - Connor lo miró muy mal. Si no tuviera tanta vergüenza, hubiera reído.
- Dos cosas, lo primero es que no soy marica y que te parezcan tierno las cosas lindas no significa ser marica, - Chad revoleó los ojos mientras tomaba de un cartón de jugo de naranja. Parecía cansado, como si hubiera tenido esta conversación un millón de veces. - y la segunda es que sí, me gustan. Me parece tierno y hasta lindo. Y a las chicas les gusta eso. Tu abstinencia sexual no es problema mío, no es mi culpa que eso te tenga tan gruñón. Te dije que podía darte lecciones... - Está bien, esto venció a la vergüenza, estaba riendo.
- Oh, calla la maldita boca. No necesito tus estúpidos consejos para acostarme con una chica. - Chad se sentó en el lugar de la mesada en donde antes había estado Connor. - Además, prefiero ser un idiota y seguir acostándome con quién quiera, que ser como tú y enamorarme de la primer chica linda y amable que pasa en frente de ti. - Connor frunció las cejas.
- Yo no soy así. - Abrí la boca sorprendida y miré a Chad.
- ¿Él es así? - Pregunté. Chad lanzó una carcajada.
- ¡Yo no soy así, maldición! - Connor nos veía, estaba completamente rojo y, definitivamente, muy enojado.
- Me encantaría poder enumerarte la cantidad de chicas Kelsey, de verdad, pero son tantas que duraría toda mi eternidad, y en serio necesito acostarme con alguien antes de que me pegue sus estúpidos poemas. - Reí pero me callé al sentir la mirada de Connor junto a mí. - Como sea, dime de qué se trata. Prometo no reír. - Me encogí de hombros una vez más y sentí la sangre volver a acumularse en mis mejillas.
- ¿No podemos seguir hablando de las tonterías de Connor? - Sonreí de manera falsa.
- No. - Su voz grave junto a mí me hizo callar. - Dilo, vamos. Quiero saber. - Suspiré y me encogí de hombros mientras mordía mi labio por unos segundos.
- Es sólo... Nada... Ya saben...
- Kelsey... - Chad uso su tono de advertencia mientras subía una maldita ceja. Miré a Connor y él estaba haciendo lo mismo. Obviamente a propósito.
- Bien. - Ambos rieron por lo bajó y sabía que si hubiesen estado lo suficientemente cerca hubiesen chocado sus manos. Jugué con el moño una vez más y suspiré con la mirada gacha. - Hoy se cumplen seis meses desde que conocí a... Aaron. - Evité la sonrisa porque sabía que vendrían las risas conjuntas de los dos idiotas. - Y sé que no es importante, pero sólo lo recordé y pensé que sería lindo hacerle un regalo, a pesar de que a él tampoco le importe y tampoco se acuerde. - Me encogí de hombros. Obviamente me parecía importante y también quería que Aaron se acordara.
No, mentira. Era estúpido. Probablemente tire al gato a la basura antes de que Aaron llegue.
No. Sí era importante.
No. El gato a la basura.
No. Iba a ser una linda sorpresa. Le gustaría. Y si se acordaba sería un punto doble.
Subí la mirada al escuchar tanto silencio. Chad y Connor nunca estaban en silencio. Cada habitación en la que estaban ambos, siempre había algún ruido o una risa o una pelea. Siempre estaban armando escándalo por lo que sea. Eran ruidosos y eso era lo que hacía que cada cuarto que habitaran o pasillo por el que pasaran, cobrara vida. Era eso lo que me gustaba de ellos dos y lo que siempre me gustaría. Sabían alegrar hasta a la cosa más oscura, vacía y triste. Siempre.
Pero ahora... El silencio era sepulcral. Como si estuvieran en un funeral. Y estaba segura que en un funeral hubiesen hablado mucho más. Los vi mirándose, completamente serios, intercambiando miradas como si estuvieran comunicándose con la mente o como si pudieran ver lo que el otro tenía en la cabeza.
- ¿Qué sucede? - Me animé a preguntar, bastante tímida. Ellos dejaron de mirarse al mismo tiempo, me miraron al mismo tiempo y me sonrieron al mismo tiempo.
- Nada. - Y hablaron al mismo tiempo.
- Sé que algo pasa y no quieren decírmelo. Bueno, no me importa, me lo van a decir ahora porque juro no hablarles hasta que me entere. - Ellos se volvieron a mirar y negaron con la cabeza al mismo tiempo.
Eran absolutamente malos mintiendo. O al menos mintiéndome a mí.
- Nada... Sólo recordamos que también se cumplen seis meses de que nos conociste. Y no te compramos ningún regalo. - Me encogí de hombros y le sonreí a Chad.
- Oh, no importa. Yo tampoco les compré nada a ustedes. Supongo que nuestras presencias son el mejor regalo. - Reí y ellos hicieron lo mismo de una manera forzada. Iba a preguntar, pero Connor me interrumpió.
- Como sea... Podrías regalarnos al gato y dejar a Aaron sin regalo, ¿no crees? - Chad le sonrió.
- Sí, mira, toma... - Se acercó a mí y me tendió el cartón de jugo del que había estado tomando. - A Aaron le encanta el jugo de naranja. Tú nos das al gato y le das a él el jugo. Estoy seguro que le encantará. - Me paré y le arrebaté la caja de las manos.
- Ni loca le regalo un cartón de jugo de naranja. Además, - ellos me miraron mal mientras Chad se sentaba junto a Connor- Aaron odia el jugo de naranja, prefiere el de manzana. A Alex le gusta y no va a estar nada feliz cuando se entere que te lo acabaste. - Sonreí al ver sus caras de decepción.
- Sólo danos una pata. - Arrugué mi cara con asco.
- ¡No! ¡Qué asco! ¡No voy a darle a Aaron un gato cojo! - Chad golpeó la mesa, no tan fuerte como quiso hacerlo parecer.
- Entonces un ojo. - Connor asintió con la cabeza, dándole la razón. No creía que había tenido el ceño tan fruncido como hasta el día de hoy.
- Es una broma. - Ellos mantuvieran su cara seria por unos cuantos segundos. De verdad estaba horrorizada, en serio. - ¡No pienso darle un gato medio ciego a Aaron! - Connor se paró, indignado.
- ¡Ni siquiera te pedimos los dos!
- ¡No puedo creer que hablen en serio! - Grité.
- Está bien, está bien, tranquilo muchacho. - Chad tomó a Connor por los hombros y lo hizo sentarse, a pesar de que seguía mirándome con ojos asesinos. Luego Chad entrecruzó sus dedos y me miró. Parecía uno de esos abogados que esperan llegar a un trato. - De acuerdo. Tú quieres ser feliz, y nosotros también. - Apoyé la caja en mi cadera y la sostuve con un sólo brazo mientras ponía el otro en mi cintura. En la puerta de la cocina, estaba Alex, con sus brazos cruzados, apoyado en el marco de la puerta y con una sonrisa. No entendía su diversión. Connor y Chad estaban hablando muy en serio. - Sólo danos una oreja y te dejaremos en paz. - Ni siquiera dije nada. Sólo suspiré con cansancio. Alex rompió en risas.
- Vamos chicos, eso no va a pasar. Vayan a jugar al patio. - Ambos se pararon, ofendidos.
- No tienes que tratarnos como niños, Alexander. - Chad cruzó sus brazos al igual que Connor.
- Sí, Alexander. Tal vez no seamos tan inteligentes como tú, y no tengamos tu gigante cerebro, pero no somos estúpidos. - Connor movió su cabeza al compás de cada una de sus palabras. A pesar de seguir horrorizada, sonreí.
- Mamá compró paletas. - Alex sonrió mientras miraba al piso. Chad y Connor abrieron los ojos todo lo que pudieron y mientras sus cejas subían, su sonrisa seguía creciendo.
- ¿PALETAS? - Dijeron los dos al mismo tiempo.
- De frutilla. Están en la sala de juegos. - Se quedaron quietos unos segundos y luego comenzaron a pelearse para ver quién llegaba primero. Cuando pasaron junto a Alex recobraron la compostura. Yo aguantaba la risa como podía.
- Ya no nos trates como niños Alexander.
- Sí. Que seas más grande que nosotros no significa que seas más maduro. Sólo son ciento treinta y cinco años, que no hacen la diferencia. - Connor hizo una extraña mueca con sus labios. Chad lo golpeó y sonrió.
- ¡PALETAS! - Ambos levantaron los brazos y salieron corriendo y repitiendo esa misma palabra hasta que una puerta se cerró y sus voces no se escucharon más.
Miré a Alex, que levantó la mirada del suelo y dirigió sus ojos a mí. Ambos estallamos en una risa profunda que duró mucho más tiempo del que pensaba y que me hizo doler la panza.
- ¡PALETAS! - Repetí, poniendo la voz de niña que ambos habían usado. Reímos un poco más.
- ¡PALETAS! - Dijo él, y sacó unas cuantas de su bolsillo. Tomé una mientras calmábamos nuestras risas. - Saqué algunas porque sé que van a comérselas todas y luego culparán a cualquiera. Al menos así Gina pensará que compartieron. - La metí en mi boca mientras el sabor de la frutilla explotaba en mi lengua.
- Son geniales. - Le dije mientras él disfrutaba de otra en su boca.
- Lo sé. Por cierto... - Dijo llamando mi atención. - Es muy lindo lo que haces... Ya sabes, el regalo. - Asentí con la cabeza. La verdad era que a la primer persona que se le habría contado, hubiese sido Alex. Pero de verdad estaba muy avergonzada. Los Lawrence no se caracterizaban precisamente en ser románticos y tampoco pensaban comprenderlo (excepto Connor, pero acababa de descubrirlo), y no quería que se rieran de mí. Así que había decidido mantenerlo como un secreto. Ni siquiera le había dicho a Jake, que me había traído hasta aquí y había pensado que era una bomba. Me había dado un beso en la frente, me había felicitado y había mantenido una sonrisa todo el camino a pesar de que le dije que no era una bomba. Repetidas veces. Hasta creo que condujo más rápido para que llegara antes. Él de verdad pensaba que era una bomba y estaba encantado con el hecho de que los haría volar por los cielos. Pero estaba segura que había olido al gato desde que había salido del edificio y sólo lo estaba haciendo para molestarme.
- No te lo conté porque creía que te reirías de mí. - Le confesé. Él se sentó sobre la barra.
- Estoy feliz de que no me lo hayas contado. Si lo hubieras hecho te tendría que haber dicho... - Fruncí las cejas.
- ¿Me tendrías que haber dicho? ¿Qué cosa? - Alex parecía atorado con sus propias palabras. Obviamente había metido la pata. Tiré el palillo de la paleta que ya me había comido sobre la barra en la que él estaba sentado.- Alex...
- ¡CHICOS! ¡YA LLEGUÉ! ¡LO TENGO CONMIGO! ¡SÓLO ESPERO QUE NO TENGA RABIA! - La voz de Aaron resonó por toda la casa. Acababa de llegar y sentía sus pasos apurados que se dirigían a donde nosotros estábamos. - ¡ALEX! ¡NECESITO TU AYU...! - Él se asomó por la puerta y dejó de gritar cuando nos vio a ambos observándolo. Llevaba una enorme caja de color roja, con un moño negro. Completamente opuesto a mí. Se movía, o al menos eso parecía. Fruncí el ceño una vez más.
¿Qué estaba pasando?
- ¡PALETAS! - Chad y Connor aparecieron de la nada, por la puerta que llevaba al living con un montón de paletas rojas dentro de su boca, unas cuantas en sus manos y un montón más en sus remeras, las cuales usaban como canastas. Se quedaron callados cuando nos observaron a todos, uno por uno. Sus sonrisas se esfumaron y sólo se asomaba el palillo de las paletas a través de sus labios.
Los miré a los cuatro, que me observaban sin sacar un sólo ojo de mí. Luego miré directamente a Aaron. Y la caja que tapaba gran parte de su pecho. La llevaba con ambas manos, a pesar de que en una de ellas tenía las llaves que, supuse, eran de su auto.
- ¿Aaron? - Dije con una sonrisa y una mirada confundida. Él miraba igual a la caja que tenía entre las manos.
- ¡Era una sorpresa, chicos! ¡Sólo debían mantener el secreto y yo me ocupaba de lo demás! - Sonreí aún más.
¿Acaso se había acordado?
- ¿Qué está pasando? - Seguía sin entender. O al menos quería que alguien me lo aclarara para no parecer una idiota.
- Yo... - Aaron se rascó la nuca y luego me tendió la caja de mala gana. - Felices seis meses. - Parecía un niño encaprichado mientras veía al piso, completamente lleno de mal humor. Yo seguía sin poder contener la sonrisa y la felicidad, pero él no lo había notado. Dejé mi regalo en el piso y me acerqué a él con rapidez, saqué la caja de sus manos, con cuidado porque de verdad pesaba, y la dejé en el piso, junto a la mía. Lo miré una vez más, aún con una sonrisa en la cara. Él frunció las cejas. - ¿Qué estás haciendo Kels? - Antes de que pudiera decir una palabra más, planté mis labios contra los suyos de manera brusca. Mi cuerpo se había abalanzado sobre el suyo y casi lo había hecho perder el equilibrio mientras tomaba su cara entre mis manos. Intentando no caerse, tomó mi cintura y supuse que se había apoyado contra la pared, porque de repente había recobrado la estabilidad. No lo sabía con seguridad, tenía los ojos cerrados y estaba muy ocupada saboreando cada centímetro de los labios de Aaron. Sabía a frutilla, y supuse que las culpables eran las paletas. No podía dejar de sonreír y Aaron lo notaba. Abrí un poco más la boca y empujé mi lengua contra la suya, en un suave toque. No quería parecer vulgar ni desesperada. Sólo un roce de lenguas al que él respondió con muchísimo gusto. Me paré sobre sus pies de puntitas para poder tener un mejor alcance a su boca y él rodeó mi cintura por completo con sus gigantescos brazos. Me sentía firme y segura mientras lo besaba. Acaricié sus mejillas con mis dedos, y él hizo lo mismo en mi cintura. Una pequeña caricia que significaba que todo estaba bien y que le encantaba sentirme cerca suyo. Me sentía en el cielo mientras saboreaba sus labios y su lengua. Era mi dosis diaria de Aaron. Era mi droga. Mi peligrosa obsesión. A lo que estaba comenzando a ser adicta. Y no quería ningún tipo de rehabilitación.
No sé cuánto tiempo estuvimos ahí, besándonos y disfrutando el uno del otro. Tampoco sentía que me faltaba la respiración o el aire. Sólo sentía mis ganas de seguir besándolo hasta desmayarme. Era una locura, sí, pero era nuestra locura. Y me encantaba.
Me separé de su boca y él mordió mi labio de mala gana. Siempre hacía eso cuando quería seguir besándome. Era una de las cosas que amaba y odiaba que hiciera. Lo amaba, porque cualquier chica amaba que un chico hermoso y que te amaba mordiera tu labio con delicadeza, pero más amaba que fuera su señal, en su propio idioma que significaba 'no quiero, quédate un rato más, quédate conmigo'. Y lo odiaba por eso mismo. Porque cada vez que Aaron mordía mi labio, no podía resistirme a seguir besándolo.
Pero esta vez lo hice. Me alejé de él despacio y abrí los ojos lentamente. Él estaba mirándome, con una sonrisa y ojos confusos, obviamente. No era muy mío besarlo en frente de su familia y él lo sabía. Le sonreí y justo en ese momento me di cuenta que mi corazón iba muy rápido. Aunque siempre iba rápido cuando estaba cerca de él.
- Felices seis meses juntos, Aaron. - Él me sonrió, ahora por fin entendiendo.
- ¡PALETAS! - Gritaron Chad y Connor al unísono. Me giré y me bajé de sus pies. Él no quitó su agarre en mi cintura y yo apoyé mis manos sobre las suyas. Sonreí, completamente feliz. Él plantó un beso en mi mejilla y dejó su cabeza sobre mi hombro. Mientras veíamos a Chad y Connor bailando sobre la mesa y haciendo ruido con las cacerolas. Alex se les había sumado y Connor había puesto una olla en su cabeza mientras le otorgaba un rallador de queso y una cuchara. Los tres se pusieron a cantar al ritmo de la canción y la música que estaban creando. Las paletas volaban por los cielos y caían al piso creando un fondo de su divertida melodía.
Aaron comenzó a mecerse de un lado al otro, llevándose consigo mi cuerpo. Nos movíamos a su propio y lento ritmo. Sonreí.
Creí que esa era la única vez que habíamos estado tan apegados y nadie nos había interrumpido.
(...)
- Entonces... - Sonreí sin mostrar mis dientes mientras veía la caja moviéndose en frente de mí. Me imaginaba lo que había adentro, pero quería que fuera sorpresa, sólo porque Aaron me lo estaba dando.
- Entonces... - Dijo él junto a mí, mirando su caja, que también se movía un poco, pero no tanto como la mía.
Ambas estaban al pie de la cama de la habitación de Aaron. Ninguno había querido abrir sus regalos en frente de los chicos, entonces habíamos ido a su habitación para tener un poco más de privacidad. A pesar de que era divertido verlos hacer el ridículo. Muy divertido.
- No puedo esperar. - Reí mientras me tiraba a la cama y apoyaba la caja sobre mis piernas. Aaron hizo lo mismo y abrí mi regalo sin esperarlo. - ¡OH! ¡POR! ¡DIOS!
- ¡OH! ¡POR! ¡DIOS! - No sabía cuál de los dos había gritado más como una niña.
- ¡BLAZE! - El cachorrito salió disparado de la caja hacia mis brazos al reconocerme. Lamió mi rostro con energía mientras reía y veía mover su cola. Ni siquiera tenía tiempo de ver a Aaron siendo una completa dulzura con su nuevo gatito.
- ¿Blaze? - Preguntó Aaron junto a mí. Lo miré mientras acariciaba la pequeña cabeza negra que se refregaba en mi estómago.
La verdad era que había pensado en ese nombre desde que lo había visto ese día en el refugio. Siempre había querido tener un perro, pero Polland me hubiese castigado si se hubiera enterado que un perro vagaba por las instalaciones del orfanato. Y además, Tris los odiaba. Es por eso que cuando nos escapamos no habíamos adoptado ninguno. Decía que estaban llenos de pulgas y que podrían morderla. Así que esa idea había quedado descartada por completo.
¿Cómo iba a hacer para que Tris no se enterara de Blaze? Ya se me ocurriría algo.
- Blaze es perfecto. Sus ojos tienen mucho brillo, como el fuego. - Aaron juntó sus cejas mientras seguía haciéndole caricias en el estómago al pequeño gato que se estaba quedando dormido en sus piernas.
- Bueno, Kelsey está tomando una siesta, ama que le haga caricias. - Reí.
- Espero que te guste, porque sinceramente ha sido un difícil trabajo traerla hasta aquí. Ha intentado escaparse como unas cinco veces, además de que me mordió y rasguñó cuando intenté meterla en la jodida caja. Y Chad y Connor intentaron comérsela. - Aaron negó con la cabeza.
- No van a hacerle nada porque saben que voy a matarlos si algo le pasa. - Dejé la caja en el piso sobre la de Aaron, y me acosté en la cama. Blaze caminó sobre mi cuerpo, se sentó en mi pecho y lamió mi nariz. Reí y él paró ya que estaba a punto de caerse por los movimientos que causaba la risa en mi cuerpo.- No puedo creer que esa cosa te haga tan feliz. - Giré mi cabeza sólo un poco para ver a Aaron acostado junto a mí, mirándome fijamente con una sonrisa. La pequeña gatita escalo por sus abdominales hasta llegar a su cuello, en donde se hizo una pequeña bolita y cerró los ojos. Parecía estar dormida.
- Yo no puedo creer que esa cosa te haga feliz. - Me acerqué un poco más a él para besarlo, pero la bestia en su cuello estiró una pata con sus garras afuera e hizo un extraño ruido que estaba segura, no era un ronroneo. - Pero a ella no le hace feliz que estemos juntos, definitivamente. - Dije alejándome un poco.
- Y a él tampoco. - Miré en donde los ojos de Aaron estaban y noté a Blaze, mostrando sus dientes y gruñéndole. - Es oficial, tu perro me odia. - Reí mientras lo dejaba en el suelo.
- Y a mí tu gata. - Él hizo lo mismo con la pequeña Kelsey y luego me miró con una sonrisa.
- Pero yo no lo hago. - Negué con mi cabeza.
- Nooooo. - Alargué divertida mientras me acercaba más a él y tomaba su cara con mis manos, él acarició mi cintura mientras subía una pierna por encima de la suya. - Porque me amas.
- No más de lo que tú me amas a mí. - Besé sus labios con cuidado.
- Ni que te amara tanto. - Aaron rió mientras volvía a besarme. Pasé mis brazos por detrás de su cuello y jugué con su sedoso cabello, despeinándolo aún más de lo que ya estaba. Se separó de mí y me miró directamente a los ojos. Sonreí por los nervios que me causaba su contacto visual tan directo. Él sonrió también mientras besaba mi nariz. Y luego mi mejilla. Y luego la otra mejilla. Y luego mi frente. Y luego mi mentón...
- Aaron... - Dije con tono de advertencia mientras observaba sus labios bajando despacio por mi mentón. Tenía los ojos cerrados y parecía disfrutar cada centímetro de mi piel. Yo también lo disfrutaba, obviamente. Pero ambos sabíamos que esto siempre terminaba mal. Siempre. - Aaron. - Volví a repetir, esta vez más firme. Él se alejó de mi cuello y dirigió sus labios a mi oreja. Seguía estando mal y él lo sabía. Aunque también sabía que se estaba conteniendo todo lo que podía. Con delicadeza, comencé a rendirme y acaricié su cuello con mis dedos. Era un momento incómodo y hermoso al mismo tiempo. Porque ambos sabíamos que no podíamos avanzar a más de esto, porque estaba mal y terminaría con mi funeral y, como él había dicho siempre que este tema salía a la luz, su suicidio. - ¿Aaron?
¿Qué mierda le había pasado a su habitación?
Él murmuró un ruido dándome a entender que me escuchaba mientras mordía el lóbulo de mi oreja. Lo alejé de un tirón y me senté en la cama.
- ¿Qué pasa? Estábamos bien. Al menos yo estoy bien. - Se sentó y me miró con las cejas fruncidas. No le estaba prestando atención. Mi mirada estaba perdida en la pared de su habitación. Él lo notó y observó el mismo lugar que yo estaba viendo. - Oh... - Sus ojos volaron al colchón de inmediato. - Eso. - Tragó saliva y me miró una vez más.
- ¿Qué mierda sucedió? - No sólo era el hoyo en esa parte de la pared lo que me llamaba la atención. Uno de los estantes de su repisa estaba inclinado, roto, y los libros estaban esparcidos por el suelo. La pequeña y demoníaca Kelsey dormía sobre ellos y ya había estado despedazando algunas de las hojas con sus garras. Había ropa tirada por todos lados y todo lo que se encontraba sobre el escritorio estaba tirado sobre un rincón de la habitación. Blaze mordía algo, no estaba segura de qué era, pero parecía un gorro. Lo único que se encontraba en perfecto orden, y estaba sobre el escritorio, eran los cuadernos negros que Aaron siempre llevaba a todos lados. En los que dibujaba las visiones que tenía. Unos cuantos estaban abiertos en dibujos de mí hechos en lápiz y otros en páginas en blanco. Las paredes estaban cubiertas de rasguños y golpes. Parecía la habitación de un loco. O de alguien a quien acababan de robar. No entendía cómo no lo había notado apenas crucé por la puerta. - Aaron, dime qué fue lo que sucedió. - Él suspiró irritado y se acostó en la cama dándome la espalda.
- Era obvio que lo notarías. - Me acerqué a él con el ceño fruncido.
- ¡Claro que iba a notarlo! ¡Parece que una bomba explotó aquí adentro! - Él se giró y tomó mi mano. Comenzó a jugar con mis dedos. Ya me había dado cuenta que hacía eso cuando tenía miedo de contarme algo. O tenía miedo, más que nada, de la reacción que tendría cuando me lo contara.
- Fui yo.
-¿Tú? ¿Cómo que fuiste tú? - Suspiró.
- Cuando Mason te llevó, yo... Me volví loco. - Relajé mi ceño mientras lo escuchaba. - Saber que estabas con él, que podía hacerte daño... Que podías morir y yo no podía hacer nada al respecto, estaba matándome. Sentía un vacío en el estómago mientras veía que te alejabas de mí. Nunca había sentido eso antes, jamás. - Me miró a los ojos. - Era como si alguien estuviera arrebatando una parte de mí. Como si estuvieran arrancándome un brazo o una pierna... O el corazón. - Acarició mi mejilla mientras me acostaba junto a él y apoyaba mi cabeza sobre su pecho. - Eres la única cosa que me hace sentir bien conmigo mismo Kelsey. Soy un monstruo... Pero cuando estoy contigo... Siento que me haces mejor persona. Es como si pudieras cambiarme. Arreglar lo roto que hay en mí. Curarme. Sólo tú puedes hacer eso. Y no sé cómo lo haces o si a todas las personas que conoces les pasa lo mismo, pero siempre que estoy contigo me siento menos monstruo... Y más humano. - Sonreí a pesar de que lo que acababa de decir me llenaba de tristeza.
- No eres un monstruo... - Le susurré. Él rió sin gracia.
- Tú no lo sabes... Nunca me has visto como realmente soy. Y tampoco quiero que lo hagas. - Tragué saliva. Pensar en Aaron en los momentos de antes conocerlo, antes de que conociera a Jonathan y a Gina y también a los chicos... Alex me había contado un poco sobre los pasados de cada uno, pero no había querido detallar nada porque sentía que era algo personal. Y yo lo había entendido. Me había dolido, pero lo había entendido. - No sé cómo explicártelo. - Lo miré mientras que él miraba al techo, buscando la manera de contarme lo que le sucedía. - Antes de conocer a Jonathan y a Gina, antes de convertirme en vampiro... Era feliz. Mi madre trabajaba en un banco como cajera y mi padre era algo así como el gerente.
Era la primera vez que Aaron me hablaba sobre sus padres. Sus verdaderos padres.
- Se conocieron en el trabajo, y mi madre quedó completamente enamorada apenas lo vio. Pero él no... Decía ser demasiado como para fijarse en una simple cajera. Hasta que un día, llegó de la nada y la invitó a una fiesta. Se emborracharon, tuvieron sexo y ella quedó embarazada. Cuando mi padre se enteró desapareció de su vida y la dejó sola... - Estaba muda. Tenía que decir algo. El dolor en sus ojos era increíble. Debía decir algo.
- Aaron, yo... - No me dejó hablar.
- Mis abuelos también la dejaron sola. La echaron de la casa. En esa época no era bien visto que una mujer quedara embarazada sin antes estar casada. Y mi madre era muy joven. Sólo tenía veinte años. - Negó con la cabeza como si no pudiera creer lo que había pasado, a pesar del tiempo que había transcurrido. - Mi madre, se llamaba Teressa, aunque odiaba que le dijeran por su nombre completo, entonces sólo les decía su apodo... Tessa. - Sonrió con tristeza. - Cuando estaba enojado le decía Teressa porque sabía cuánto odiaba ese nombre, además de que también odiaba que no la llamara mamá. - Jugó con mi cabello. Seguía teniendo sus ojos fijos en el techo y yo sentía cómo me conmovía con su historia de a poco. - Cuando quedó embarazada, se fue a vivir a la calle. Un hombre la encontró una vez, le ofreció un techo, comida, trabajo. Se había enamorado de ella, no como el idiota de mi padre. Luego de nueve meses me tuvo a mí y siempre dijo que fue lo mejor que le pasó en la vida, además de que Henry la haya encontrado debajo de ese puente. Mi infancia fue normal, a pesar de que siempre fui diferente a los demás. No sabía por qué, simplemente no encajaba en ningún lado. Después de mucho tiempo me cansé de intentarlo. Mi madre era perfecta. No había nada de ella que me hubiese gustado cambiar. Tal vez el hecho de que era extremadamente protectora conmigo. Pero siempre fue algo que amé porque me sentía amado, cuidado, protegido. - Acaricié su mejilla, ya que no sabía qué hacer, ni tampoco qué decir. - Mi madre y Henry se casaron, y a pesar de todo lo que decían sobre los padrastros y madrastras siempre fue maravilloso conmigo. Hasta qué enfermó del corazón y murió. Entonces mi madre y yo volvimos a quedar solos otra vez.
>Estaba tan asustada. Se despertaba por las noches gritando mientras tenía pesadillas y yo sólo tenía dieciséis años, no sabía cómo convertirme en el hombre de la casa. No sabía cómo cuidar de ella. Decidí que era tiempo de conseguir un trabajo, porque el dinero de la herencia de Henry no duraría para siempre y mi madre había caído en una extraña depresión así que no quería que ella trabaje, sólo traería más problemas. Un bar me había aceptado como lava platos y trabajé allí después de la escuela por varios años, mientras veía a mi madre intentando salir adelante por mí. Nunca superó la muerte de Henry. Siempre pensé que ella lo había visto como su héroe. Su salvador y el mío, en el peor momento de su vida.
>Una noche, mientras cerraba el bar, un hombre se acercó. Dijo que era mi padre y que quería que me fuera con él. Pensé que estaba loco, y además, nunca abandonaría a mi madre, así que no le di importancia y seguí caminando... - Entrecerró los ojos. - Todavía no recuerdo lo que pasó. A veces me despierto por las noches y tengo esta visión de un vidrio cortándome el brazo... - Me lo mostró y me quedé impactada al ver la gigante cicatriz blanca que se encontraba en la parte interior de su bícep izquierdo. Nunca jamás la había notado. - No sé qué sea. Sólo sé que mi vida cambió desde ese momento. Me convertí en el monstruo que soy ahora y tuve que abandonar a mi madre porque tenía miedo de hacerle daño. Ya le había hecho daño, para ser más preciso. Y no quería hacerlo de nuevo.
>Le dejé todo lo que era mío. También todo el dinero que había podido juntar en ese momento. Hice una carta despidiéndome y pidiéndole perdón. Y me fui. La dejé sola como mi padre había hecho.
- ¿Y luego qué pasó? - No sabía si debía preguntar. Tal vez él no estuviera preparado para contármelo.
- No podía irme lejos. No podía dejarla sola. Pensé que sí. Pero no. La observaba todas las noches llorar en mi habitación, gritando mi nombre. Y cuando por fin se dormía, entraba por la ventana y me quedaba mirándola hasta que ella estaba a punto de despertar. Creo que siempre supo que estaba cerca. Como si sintiera mi presencia. Siempre se despertaba buscándome por todos lados y unas cuantas veces se hacía pasar por dormida esperando encontrarme. Tengo que admitir que casi caigo unas cuantas veces. Pero cada vez que me acercaba, lo único que podía sentir era la boca seca y los latidos de su corazón en mis oídos. Escuchaba su sangre corriendo por sus venas y sólo pensaba en una cosa. Con el tiempo se cansó de buscarme en toda la ciudad, hasta había perdido el orgullo y le había preguntado a mis abuelos, que de repente la querían. O, mejor dicho, querían la herencia de Henry. Nunca superó la tristeza de perderme. Nunca pudo salir de esa horrible caída. De esa depresión...
>Se suicidó. Justo el día en que pensé que podría contener mi deseo de su sangre y que estaba listo para volver a casa. - Un escalofrío corrió por mi espalda y mis ojos se llenaron de lágrimas al ver a Aaron tan vulnerable y herido. - Se suicidó por mi culpa. Porque la dejé. Como hizo mi padre... Era lo único que le quedaba y la abandoné. - Sequé la lágrima que había salido de mis ojos y tomé su cuerpo abrazándolo con fuerza contra el mío. Su cabeza estaba en mi pecho mientras jugaba con su cabello. Estaba llorando como nunca había llorado en mi vida. Sentir todo el dolor que Aaron tenía adentro me había golpeado como una bofetada, y me había afectado. Demasiado.
- No fue tu culpa... - Le dije conteniendo un sollozo. Él estaba completamente quieto. Su mirada estaba perdida en cualquier lado.
- Sí lo fue. - Sentía su pecho debajo de mis brazos subir y bajar de manera irregular. - Vi a mi madre ahorcarse y no hice nada para detenerla. - Estaba llorando. Sus lágrimas empapaban mi abrigo. Sentí una puntada en el pecho. Aaron estaba sufriendo y yo no podía hacer nada para detenerlo. - La abandoné. - Repitió en un susurro. Lo atraje aún más a mí y me senté mientras lo rodeaba con mis piernas. Era lo único que podía hacer para que sintiera que estaba aquí para él. Siempre.
- Ella te amaba. Y sabía que la amabas también. - Acaricié su cabeza hasta que se tranquilizó un poco.
- Cuando mi madre se suicidó... - Comenzó otra vez. - Mi vida se tornó en oscuridad. Completa oscuridad. Era como si no pudiera ver nada. Como si estuviera cegado por el deseo de la sangre y era lo único que me dictaba por dónde ir. No tenía rumbo. Estaba perdido. Asustado, solo, sin esperanza ni fe. Sin nada en qué creer o nadie en quién confiar. Sólo era yo mismo y mi dolor. Vagando por el mundo. Buscando una manera de terminar con mi vida o de terminar con quién sea que se interpusiera en mi camino. Era un desastre... Pero después, Jonathan y Gina se toparon conmigo. Me ayudaron a controlarme. A tener a alguien en quien confiar. Me enseñaron cómo se sentía ser querido y cuidado incondicionalmente. Fue como si en ese oscuro lugar en el que existía, hubiese encontrado un camino. Todavía todo era oscuro, pero al menos tenía un lugar seguro por el que sabía que podía caminar. Tal vez no tuviera ningún destino, pero al menos no estaba sólo. Tenía compañía. Personas que habían sufrido, al igual que yo. - Lo escuché con atención, mientras contenía las lágrimas sin ningún resultado. Seguían cayendo por mis mejillas, como cataratas. Aaron me miró y me sequé las lágrimas para que no las notara, aunque tampoco tenía sentido. Sus ojos estaban algo rojos y aún un poco húmedos. Ya no caían lágrimas y tampoco había rastros de ellas.
Era la primera vez que veía llorar a Aaron. Y probablemente era una de las cosas más dolorosas que había pasado en mis dieciséis años de vida.
- Y después... Te conocí a ti, que hiciste de ese camino oscuro y sin sentido, un lugar luminoso y claro, con el mejor destino que jamás me hubiera imaginado. Estar junto a ti.
No llores. No llores. No llores.
- Y cuando te fuiste con Mason... Te lo juro Kelsey, fueron las peores tres horas de mi vida. Volví a ese lugar oscuro, intransitable. Lleno de demonios y criaturas que no podía combatir porque no te tenía a mi lado. Y cuando pensé que algo podía pasarte... Mi habitación es una pequeña parte de lo que le hubiera pasado a Mason si hubiera tenido la oportunidad de tenerlo a unos metros. - Estaba llorando como una estúpida. Otra vez. - Me di cuenta, que si no te tengo cerca, vuelvo de nuevo a ese lugar sin control ni seguridad. Sin amor ni esperanzas. Pero junto a ti... Es como si hicieras todo más claro. Como si supiera qué hacer cuando estoy contigo. - Secó mis lágrimas y sonreí al notar el horrible cliché que éramos. - Eres la luz que ilumina todo mi mundo Kelsey... Sin ti sólo soy oscuridad y fantasmas que me persiguen hasta mi final. - Acarició mi mejilla. - Te necesito. Te necesito más que a nada en el mundo.
- Eres un idiota. - Me acerqué a él y besé sus labios con necesidad. Yo también lo necesitaba. También lo amaba. Y me aterraba muchísimo. Pero era un terror que estaba dispuesta a soportar mientras Aaron estuviera junto a mí. El beso sabía a salado, por las lágrimas que me habían atormentado segundos antes. Seguí besándolo y besándolo. Sabía que nunca me cansaría de sus labios. Sus suaves y riquísimos labios. Me separé antes de volver a llorar y acaricié su mejilla mientras él abría los ojos. - Tengo una excelente idea...
- Siempre que dices eso, lo que sigue no me gusta para nada.
- Claro que no. - Junté mis cejas mientras él se sentaba en la cama.
- 'Tengo una excelente idea, me entregaré a Mason'. 'Tengo una excelente idea, dejaré que los chicos vengan al cine con nosotros'. 'Tengo una excelente idea, iremos a patinar sobre hielo'. - Me imitó. Y muy mal, para ser sincera.
- ¡Amaste patinar sobre hielo! - Sonreí.
- Si amar patinar sobre hielo significa odiar caerse cada diez segundos sobre un gigante bloque de hielo artificial y golpearte con él repetidas veces haciendo que tu trasero se enfríe hasta dejar que los pingüinos puedan vivir allí, entonces sí, de verdad lo amé. Deberíamos ir la semana entrante. - Reí ante su repentino sarcasmo.
- Está bien, tenemos planes para la semana que viene, pero hoy... - Él revoleó los ojos. - ¡Vamos a ir a la playa! - Aaron gruñó con desagrado. - ¡Vamos! El día está nublado así que no te convertirás en jodidas cenizas y voy a decirle a Alex que lo mantenga así. Podemos llevar a los nuevos pequeños demonios. Y la mejor parte, es que vamos a estar conduciendo por unas cuantas horas hasta llegar a las playas de California. Tú amas conducir, y más si yo estoy haciéndote compañía y podemos escuchar música y besarnos y alejar nuestra mente de todo... ¿Qué opinas? - Él mantuvo su sonrisa mientras se paraba de la cama y me daba la espalda.
- Me parece que iremos a la playa. - Tiró de mi brazo cuando se volteó y reí por su brusco agarre. - Y me gustaría llegar más a fondo con la parte esa de 'besarnos', no estoy muy seguro de cuál sea su significado. - Me alejé antes de que pudiera besarme y tomé a Blaze que estaba saltando cerca de mis piernas.
- Supongo que tendrás que esperar a llegar a la playa para descubrirlo. - Aaron tomó una gorra que se encontraba por ahí y se la puso, dejando la mitad de su cara cubierta. Vi sus labios curvarse en una sonrisa que me hacía querer saltarle encima y besarlo hasta que no pudiera acordarse de nada.
- No creo que puedas resistirte. - Me susurró antes de tomar a su gata y salir de su habitación.
Y tenía razón. No creía que pudiera resistirme ni cinco minutos sin besarlo con esa gorra puesta. Y él lo sabía.
- ¡Alistaré todo! ¡Te espero afuera en quince minutos! - No le respondí. Simplemente lo escuché subir las escaleras con rapidez. No sabía exactamente qué era lo que tenía que alistar, pero decidí dejarlo ahí. Yo debía hacer algo antes de irnos. Algo extremadamente importante.
Respiré hondo preparándome mentalmente a mi suicidio.
¿Estaba exagerando? Un poco.
Apreté aún más a Blaze contra mi pecho y salí de la habitación de Aaron, subí el primer tramo de escaleras y me quedé estancada mirando su puerta.
Me ponía extremadamente nerviosa y no encontraba la respuesta al por qué, y tampoco creía que alguna vez la encontraría. Prefería quedarme con la idea de su mirada perturbadora y fija en mis ojos. Observando cada uno de mis movimientos, como si lo analizara todo. Como un robot. Una máquina que no tenía emociones. Aunque estaba segura que ésta sólo sabía esconderlos muy bien. Probablemente había construido un muro, detrás de otro muro, detrás de otro muro y detrás de otro muro, que rodeaban sus emociones o, si es que acaso lo tenía, su corazón. Probablemente tenía un ejército perfectamente entrenado para no dejar escapar a ninguno jamás. Y otro más para no dejar que nadie se atreviera a acercarse a ellos, por lo menos hasta los mil kilómetros. Desde esa distancia estarían a salvo.
Sabía que estaba parada frente a su puerta sin hacer un sólo movimiento. Tal vez hasta sin respirar. Blaze, en mis brazos, se revolvió incómodo, como si supiera que algo me sucedía. Decidí que no era momento para acobardarme, ni retrasar lo que iba a pasar, llegaría tarde o temprano. Y a pesar de que prefería 'tarde', sabía que no era la solución más efectiva en ese momento.
Sin dudar ni un segundo más, tomé el picaporte y abrí la puerta. Sin tocar, sin avisar, sin dar ninguna señal de que estaba allí. Aunque obviamente él ya sabía que yo estaba allí detrás. Probablemente había olido mi miedo. No lo sabía. Y nunca lo sabría. Cerré la puerta detrás de mí y apoyé la espalda contra ella. Cerré los ojos sin querer ni siquiera ver qué había adentro, aunque ya lo sabía.
Estoy actuando como una idiota.
- ¿Se te ofrece algo? - Definitivamente estaba haciendo un avance con Duncan. Al principio, ni siquiera me hablaba. Ahora al menos podía sacarle un par de frases cuando lo ponía furioso.
¿En verdad eso era un avance?
Abrí los ojos y acaricié a Blaze, que seguía inquieto. Hasta podía decir que estaba temblando.
- Yo... - No entendía por qué cada vez que me acercaba a Duncan las palabras se trababan en mi garganta y lo único que lograba decir era un pobre y estúpido 'yo'. Dejaba mucho que desear para el cerebro de Kelsey Brooks. Pero la respuesta a esa pregunta, seguiría en el océano de las preguntas sin respuesta que mi cabeza insistía en multiplicar cada dos jodidos segundos. Estaba perdida. Con Blaze en mis brazos, un estúpido 'yo' que se escapaba de mis labios sin permiso, un millón de preguntas que se quedaban atrapadas en mis cuerdas vocales y el miedo de la mirada de Duncan sobre mí, todo el tiempo.
Pero cuando lo vi, realmente lo vi, logré relajarme un poco. Sentado en su cama, a medias de darme la espalda, con una guitarra acústica que rasgaba una melodía dulce con sus dedos. Casi parecía humano. Inofensivo, comprensivo, consejero. Como un mejor amigo que nunca fue y nunca sería. No porque yo no quisiera, si no porque él me odiaba. Me despreciaba con toda su alma. Si es que tenía una.
- Yo quiero saber qué está ocurriendo. - Me gustaba la Kelsey firme. Parecía hasta segura de lo que estaba diciendo. Me hubiese gustado verme temblando pero a pesar de eso hablando con seguridad. Probablemente era muy divertido. Duncan ni siquiera me prestó atención. Dirigió su mirada a las cuerdas que estaba tocando y cambió la melodía a algo que sonaba más doloroso, melancólico, triste. - Jaxon me dijo que te preguntara sobre tu familia, ¿por qué? - Y otra vez ese desborde de confianza que no tenía ni la menor idea de donde estaba saliendo con exactitud.
- Eso es algo que deberías preguntarle a él, ¿no crees? - Parecía tan tranquilo. Tan... Inexpresivo. Pero sabía que mentía. Duncan me parecía una mentira compulsiva. Un desastre que caminaba. Una persona que necesitaba ayuda pero que no quería aceptarla ni aunque estuviera agonizando y a punto de morir. Me causaba una impotencia que me hacía hervir la sangre.
- ¡Quiero que me lo digas! - Me controlé de gritar. Y al parecer, él se sorprendió al escuchar la repentina rabia apoderándose de mi voz. Dejó de tocar y frunció las cejas.
- ¿Y por qué debería hacerlo? - Sus preguntas con doble significado me estaban irritando.
- Porque hay algo que está pasando y de lo cual no estoy enterada, que no me deja dormir por las noches. - Entrecerré mis ojos, intentando parecer más seria.
- ¿Y por qué debería a mí importarme lo que te saca el sueño y lo que no?
Ya basta.
- ¡Porque a mí me secuestró tu jodido hermano loco y me sacó sangre y me golpearon! ¡Y ADEMÁS LASTIMARON AL JODIDO NOVIO DE MI HERMANA! ¡POR ESO! - En cuanto elevé la voz, Blaze saltó de mis brazos e, increíblemente sin lastimarse, corrió hacia Duncan. Él lo levantó del suelo y lo apoyó en la cama. - ¿Cómo hiciste eso? - Estaba sorprendida. Era la primera vez que veía a Blaze acercarse a alguien por su propia voluntad. Aunque no lo había visto acercarse a mucha gente. Duncan ni siquiera me miró. Sólo acarició por detrás de las orejas al perro que se había quedado completamente dormido en cuestión de segundos.
- Leo mentes. Y él odia que grites. - Tragué saliva, calmándome. Necesitaba mantener los estribos si quería tener una conversación saludable con Duncan. Alex me había dicho que era el más propenso a levantarse de su silla y dejarte con las palabras en la boca y luego no lo verías por días. Y si lo veías, él simplemente te ignoraría o haría como si nada jamás hubiera pasado. Era una persona impredecible y temperamental. Casi como yo.
- Dímelo para que terminemos con esto. Tú puedes volver a la mierda del misterio y yo puedo volver a planear mi viaje a la playa. - Peiné mi cabello hacia atrás, oficialmente cansada.
- ¿A qué misterio voy a volver si te cuento mis secretos?
- ¡Harta de la jodidas preguntas! ¡Así es como estoy si te lo preguntas! - Blaze abrió sus ojos y me miró. Ambos me miraban, con esa mirada de reproche, con un 'te lo dijimos' escondido en sus ojos. - Devela el estúpido misterio. Tú me odias, y yo intento hacer que esto funcione, pero eres imposible. - Él dejó su guitarra en el piso y me miró.
- Te contaré lo que quieras saber, si prometes nunca jamás meterte con nada que tenga que ver conmigo. - Hizo énfasis en 'jamás' y asentí con la cabeza. - Promételo. - Subió las cejas, esperando. Suspiré cansada.
- Lo prometo. - Él se acomodó aún más en su cama. Dejo de mirarme y enfocó sus ojos en Blaze que parecía disfrutar de sus caricias.
Maldito perro traidor.
- Jaxon es tu hermano. - Aseguré. Él no respondió. Luego de unos segundos, me miró y abrió sus ojos con sorpresa fingida.
- Oh, ¿ya empezamos? - Apreté mi mandíbula con fuerza.
Acabo de encontrar a una persona que me irrita diez mil veces más que Tris, Jake y todos los Lawrence juntos, ¿quién diría que se trataba de Duncan?
- Sí, es mi hermano. - Me aseguró, al ver que estaba completamente fastidiada.
- ¿Y tu familia? - Duncan volvió a concentrar su mirada en Blaze.
- Muertos. - Contestó sin una gota de sentimientos en su voz. Me daba escalofríos el hecho de que una persona pudiera ser tan desalmada. Me daba escalofríos el hecho de pensar que tal vez Duncan no fingía. O tal vez fingía demasiado bien.
- Pero tu hermano también debería estar muerto, ¿no es así? - Me sentía el policía bueno y el policía malo. Mi voz se teñía de dolor al repasar la trágica historia familiar de Duncan.
- No sé qué fue lo que sucedió, pero sí. Se supone que debería estar muerto. Yo lo maté, es decir, tendría que tener esa certeza. Y la tenía hasta que tú me dijiste que seguía vivo.
- Y me creíste. - No sabía si era una pregunta o no. No sabía tampoco cómo había sonado, supuse que había salido como una afirmación. Estaba tan confundida que ni siquiera podía usar apropiadamente el tono de mi voz.
- ¿Acaso me mentiste? - Él me miró extremadamente mal. Me escrutó con sus ojos, que miraban fijos a los míos, como si intentara ver a través de mí.

Aaron Lawrence Donde viven las historias. Descúbrelo ahora