CAPÍTULO 31

689 55 22
                                    


« Aunque trato de ahogar a mis propios demonios, ellos nadan hacia la superficie y se mantienen a flote mientras a mí más me sumergen dentro de las profundidades del abismo».
Anne Miller

ANNE

Ratoncita….

Ratoncita….

Marcaré cada parte de tu cuerpo y nadie más podrá tocarte.

Si haces algo que no me guste cortaré tu linda cara para que cuando te mires a un espejo recuerdes que siempre debiste obedecer a tu dueño.

Solo eres mía,Annie. Sólo mía.

Esa pesadilla me despertó a mitad de la noche, por suerte no grité ni hice algún ruido que despertara a Mía y Allyson. Esos recuerdos se estaban repitiendo de nuevo en mis sueños, así como pasaba los primeros meses. Ya había pasado tanto tiempo desde la última vez.

Bajé de mi cama sin emitir algún sonido fuerte. Tenía intenciones de ir a la cocina en busca de algo para beber que me mantuviera despierta, ya no quería volver a dormir para soñar no soñar de nuevo con eso.

Mientras andaba por los pasillos me sentía sola, como si aparte de mí no hubiera otra vida humana dentro de las demás habitaciones, y no estoy hablando del tipo de soledad en la que estás sin una persona y te encuentras en silencio extremo, sino de aquella que te hace sentir solo aún estando en una habitación abarrotada.

También he vivido un tipo de muerte que no avisa, que no sabes porqué llega a tu vida ni porqué te sucede a ti; ese tipo de muerte te mata pero deja que tu corazón siga latiendo convirtiéndote en un muerto viviente, que vive pero no siente, que respira pero que se encuentra ahogándose en un mar sin ninguna isla cerca para salir del agua.

Es como si toda tu existencia se basara en portar máscaras para que nadie se dé cuenta de que a comparación de ellos, tú ya estás muerto antes de pisar un ataúd. En eso es lo que se ha basado mi vida, fingir que todo está bien, que yo estoy bien para que no noten que cada día que pasa voy muriendo lentamente.

Siento que estoy muriendo dentro un mar, y aunque trato de ahogar a mis propios demonios, ellos nadan hacia la superficie y se mantienen a flote mientras a mí más me sumergen dentro de las profundidades del abismo.

Llegué a la cocina y abrí la nevera para sacar un vaso de leche. Mi mamá decía que la leche te relajaba porque te recordaba tu etapa de recién nacido, cuando tu madre te arrullaba en su brazos y te alimentaba, ahí era donde te sentías protegido y más cercano a una persona que en la mirada se le notaba que te protegería en una batalla y no dejaría que nada te lastimara, que cuidaría tus sueños como un soldado valiente.

Bebí en silencio y me senté en una de las sillas de la barra.

Mi mente era un desastre, aunque estaba despierta seguía recordando lo que ese monstruo hacía conmigo, eso tan humillante y atroz que no me atrevería a contarle a nadie. Y aunque ya hayan pasado más de doce meses sigo cuestionándome “¿Por qué a mí?”, “¿Qué hice mal en la vida para que ésta me golpeara así de fuerte?”.

Yo solo anhelaba cumplir mis sueños y de paso hacer sentir orgullosa a mí mamá. Ella también quería lo mejor para mí, sacrificó todo para que yo recibiera la mejor educación. Pero en ese proceso salí lastimada, y la culpa no era de mi madre por no haber estado conmigo...la culpa era de él.

Él me había roto, no sólo las ilusiones sino también el alma y la vida entera.

Lágrimas bajaban por mi mejilla, sentía mi mundo desboronarse enfrente de mis ojos y no podía hacer nada para impedirlo.

TÚ ME ROMPISTE PRIMERO [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora