La agente especial Sallow habría reconocido a Stefano D'Alessandro, el Don de La 'Ndrangheta, incluso en medio de una habitación completamente a oscuras. No solo porque la caída del Capo fue una de las más mediáticas, sino también por sus inconfundibles ojos negros como el ónice, que a veces tenían la rara cualidad de brillar de escarlata. Por supuesto, tampoco resultaba fácil ignorar su aspecto. Era intimidante, por no decir otra cosa, con sus dos metros de altura que le hacían parecer una especie de deidad inalcanzable. O un cruel demonio del mismísimo infierno. Esto último explicaría su apodo: Diavolo.
Cuando despertó en su celda, que parecía más bien la habitación de un hotel de lujo, lo único que la agente especial Sallow logró hacer fue paralizarse debido a su imponente presencia. Stefano se encontraba en una silla al otro lado del cuarto, fumando un puro mientras la miraba con inusual interés. Le pareció desde las profundidades de sus pozos negros se asomó un lobo de pelaje rojizo. Desde luego, atribuyó las recientes alucinaciones a la terrible paliza que le propinaron los otros reos. Si bien la existencia de los cambiaformas —seres que poseían tanto cuerpos como almas humanas y animales, y que podían mutar entre uno y otro— era conocida en el mundo, le pareció ilógico que siendo uno el Don de La 'Ndrangheta continuara encerrado.
Ninguna prisión humana era capaz de detener a los suyos, por mucho que fuera de máxima seguridad. Era una de las principales razones por las que los gobiernos trabajaban constantemente en crear lugares apropiados para encerrar a los que se desviaban de las leyes. Y cuando lo hacían, se aseguraban de tirar las llaves donde nadie pudiera hallarlas.
Un cambiaformas suelto siempre era peligroso; pero uno malvado...
La agente especial Sallow trató de incorporarse; el dolor se lo impidió. Fue como si miles de cuchillas la atravesaran desde adentro y quisieran abrirse paso a través de sus entrañas.
—Le recomiendo no moverse, se abrirá las heridas —Su inglés era perfecto, pese al marcado acento italiano.
La agente especial Sallow tragó saliva al oír aquella voz firme y áspera. Asintió con la cabeza, se recostó de nuevo y respiró hondo para tranquilizarse. Le pareció percibir un aroma particular en el humo; no pudo identificarlo.
—¿He-heridas? —Su propia voz le pareció demasiado ronca—. ¿Qué pasó?
—Un error desafortunado. No se preocupe, me encargué de eso.
—¿Cómo que encargarse?
Sus labios formaron una sonrisa astuta que le hizo pensar en un lobo. Stefano dejó caer el Habano al piso y se puso de pie. Sus pasos también le parecieron salvajes, como los de un animal a punto de atacar a su presa. La agente especial Sallow no pudo evitar sentirse como una y se estremeció ligeramente mientras se encogía sobre la cama. Stefano se sentó a su lado y le acarició el cabello casi con demasiada suavidad, casi con demasiada lentitud.
—Bueno, señor Sallow... ¿Puedo llamarlo Scott? —Cuando ella asintió, él añadió todavía en su tono amistoso—: No creo que necesite explicártelo, Scott, eres inteligente. Lo que sí quiero decirte es que estás en deuda conmigo.
—No-no te pedí ayuda. Podría haberlo hecho solo.
—¿En serio? Eso no es lo que vi.
Stefano se inclinó sobre ella. La agente especial Sallow se estremeció ante la cercanía y la forma en que sus ojos se entrecerraban al mirarla; si no fuera estúpido, hubiera jurado que allí había lujuria. La agarró de la barbilla para obligarla a enfrentarlo y se deslizó la lengua por los labios; la agente especial Sallow luchó contra el impulso de apartar la vista y dirigirla hacia la pared.
—Ahora, piccola ape [abejita], vamos a dejar las cosas claras: si digo que me debes, me debes. Y yo no soy de los que perdona.
—¿Cómo... cómo se supone que te pague?
—Estoy encerrado en esta mierda, ¿tú qué crees? Necesito una perra y tienes lo que me gusta. —Se rio entre dientes, acariciándole el labio inferior con el pulgar—. Empezando por esto.
—¿Y si me niego?
Stefano movió los labios hacia su oreja. En esa posición, consiguió olerlo mejor y descifrar aquel particular aroma: melisa y geranios. ¿Por qué alguien como el Don usaría un perfume similar? No importó cuando la calidez de su aliento logró despertar mil emociones que no imaginó tener; en un segundo, la agente especial Sallow se olvidó de las heridas y el dolor que estas le causaban. Estaba tan tan excitada que punzaba en otros lugares, y aquello... Sabía que lo normal sería avergonzarse; sin embargo, le pareció perder la capacidad.
La mano de Stefano se deslizó dentro de las sábanas que la cubrían y se presionó contra su entrepierna; ella jadeó.
—No es lo que he oído y, a juzgar por esto, tampoco me parece que tengas muchas ganas; pero...
—¡Suéltame!
—... si lo haces, te arrepentirás.
La agente especial Sallow halló su determinación al oírlo. Con las pocas fuerzas que le quedaban, lo apartó de sí misma; frunció el ceño y respondió con severidad:
—¿Es una amenaza, Don?
—Para nada, dolcezza. —De nuevo aquella sonrisa de depredador apareció en su rostro—. Te dejaré pensarlo.
—No necesito hacerlo; me voy.
Se puso de pie como le fue posible y se tambaleó de camino hacia las puertas. Nadie se interpuso en su camino, sin embargo, Stefano le advirtió todavía con tranquilidad:
—Ya sabes dónde encontrarme; te espero.
_____Melisa: También conocida como sándalo, limoncillo, menta melisa, hoja de limón o toronjil.
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La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2
RomanceDespués de ser condenada a prisión debido a un crimen que no cometió, la agente especial Sallow sabe que sus días están contados. No solo porque es encerrada junto a los criminales más peligrosos del mundo, sino porque se trata de hombres violentos...