Capítulo 35

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Intentó permanecer alejado. Sin importar lo mucho que le doliera ni cuánto llorase su lobo, Stefano se mantuvo firme durante dos meses. Al principio, resignándose a la cruel realidad: Melissa ya no era suya. No lo amaba y era feliz con alguien más, por eso, tenía que dejarla ir. Fácil en teoría; difícil en la práctica. ¿Cómo renunciar a la única mujer capaz de tocarle el corazón?

Desde que fue abandonado en los bosques para morir, Stefano creyó no poseerlo. Se vistió con una armadura y construyó un personaje que terminó por creerse. Había sido Diavolo durante dos décadas y casi cinco años: intimidante y cruel, incapaz de sentir compasión. Entonces, Melissa apareció para hacer tambalear su mundo, para destruirlo hasta los cimientos y construir otro sobre él, uno en el que ambos eran felices y... y... ¡Carajo! No podía, simplemente era incapaz de dejar de pensar en ella y también de rendirse.

Así que en contra de los consejos de su asesor, otra vez (si supiera cuánto hacía sufrir a Valentino gracias a su natural estupidez, Romeo estaría riéndose), haría lo único para lo que era bueno. De cualquier manera, había tocado fondo, no podría hundirse ni perder a Melissa un poco más tampoco. En este punto, solo sería capaz de ahogarse en su miseria para siempre o ganar.

Esperaba que, con un poco de suerte, fuera la segunda opción.

Rose Davies tenía un llamativo estudio de tatuajes. No era de los más importantes ni lujosos; sin embargo, era conocido. Cuando Stefano cruzó la puerta, vestido tan solo con una franela sin mangas y unos vaqueros oscuros, no imaginó encontrarse con un pequeño santuario en el que los diseños de Melissa eran la mayor exposición.

Como si tuvieran vida propia, sus pies lo guiaron hacia cada una de las paredes y el exhibidor. Eran dibujos hermosos y parecían estar vivos, mirarlo por medio de aquellos ojos casi demasiado reales. Había toda clase de cosas ahí: desde sencillos corazones y estrellas hasta impresionantes representaciones de los astros y las constelaciones; del amor y el dolor, la vida y la muerte... Lo que capturó su interés, no obstante, fue una composición enmarcada en la pared principal, sobre el exhibidor. Contaba una historia que Stefano conocía de primera mano, pues fue el coprotagonista.

O para ser honesto, más bien el villano.

En ella un hombre lobo de pelaje y mirada rojiza sostenía a una hermosísima mujer de larga cabellera oscura, que se ondulaba en el extremo. La cabeza le caía sobre el hombro y sus grandes ojos de hada, tan expresivos como preciosos, miraban hacia el vacío con dolor. Estaba muerta, claro, el hombre lobo fue el asesino.

Debió respirar profundo y tragarse la bola que se le atoró en la garganta. Nunca podría olvidar aquella escena, que fue el final de su vínculo con Melissa. Cuando despertó de aquello a lo que los suyos llamaban «ritual» y se dio cuenta de que lo había conseguido, de que la unión de almas con su compañera estaba rota, solo pudo aferrarse a su determinación para no llorar. Al verla de nuevo, por poco no lo consigue.

Pero había valido la pena. La Melissa del presente y su relación con aquella humana eran la prueba irrefutable de que hasta su estupidez a veces lograba algo bueno.

—Impresionante, ¿verdad?

Rose habló a su derecha; Stefano apenas la vio por el rabillo del ojo antes de asentir.

—Sí... —Se aclaró la garganta—. Sí. ¿Es suya?

—¡Ya quisiera! Lo hizo Melissa, de hecho... mucho de lo que ves es suyo. —Rio entre dientes y le extendió la mano—. Rose, un placer, ¿y tú eres...?

—Stefano —respondió estrechándola; ella entrecerró los ojos.

—¿Nos conocemos? Creo que te he visto...

La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora