Capítulo 30

299 29 11
                                    


Stefano llevaba ocho meses, dos semanas y cuatro días encerrado en una prisión de máxima seguridad para cambiaformas lobo. Lo único que había a su alrededor eran guardias difíciles de sobornar y plata. Mucha mucha plata que lo hacía sentir débil y enfermo, aunque no tanto como aquellas asquerosas pastillas que lo obligaban a tomar. ¿Quién diría que los humanos a los que eligió —hasta sobre sí mismo— podrían odiarlo tanto por el simple hecho de existir? Porque a estas alturas sabía la verdad: no lo lanzaron al último círculo del infierno por ninguno de sus crímenes, sino por ser mitad animal. Bueno, el término correcto en su caso era «mestizo». Y por lo que sabía gracias a sus constantes pero no voluntarias visitas al laboratorio, no uno cualquiera. Resulta que era un extraño tipo de Lobo Sangre, que se caracterizaban por tener un pelaje rojizo, y aún peor un Alfa.

Un líder nato, capaz de someter a los menos fuertes, de obligarlos a hacer su voluntad. En otras circunstancias, Stefano lo hubiera encontrado fascinante y satisfactorio. Asimismo, lo habría utilizado en su favor. Por desgracia, no estaba en la posición de hacerlo.

O no como quería, en todo caso.

Los humanos tenían otros planes: desde convertirlo en el jefe de lo que llamaban «Manada» en la prisión hasta utilizarle como el soldado que peleara sus guerras... Drogado, desde luego, para que continuara siendo incapaz de resistirse. De hecho, ya habían hecho algunas pruebas, cuatro o cinco a lo mejor, todas con un éxito del noventa por ciento.

Incluso si era cruel por naturaleza, una bestia sanguinaria que disfrutaba matar sin compasión, Stefano tenía a menudo un horrible sabor de boca. Tal vez porque lo forzaban, tal vez porque los pobres infelices contra los que lo hicieron enfrentarse no le habían hecho ningún daño... o tal vez porque su naturaleza animal se encontraba al mando la mayoría de las veces y esta, por contradictorio que pudiera ser, era más compasiva que la humana. ¿No era esto irónico? Hasta hilarante, si le preguntaban.

En este tiempo, además, los esfuerzos de sus abogados parecían ser inútiles. Con una guerra desarrollándose en las profundidades de 'Ndrangheta gracias a la incompetencia de Amadeo y, como si fuera poco, Kinahan valiéndose de todos sus recursos para impedirlo, Stefano tendría muchísima suerte si lograba salir en los próximos cien años. Lo cual no le parecía gracioso. No pesaba morir en medio de aquellas paredes de plata, mucho menos siendo un esclavo de la «justicia» y la «ley»; pero sobre todo no lejos de su mujer.

Tenía que ver a Melissa al menos una vez, asegurarse con sus ojos de que era feliz y luego... y luego...

La tarde en la que Aleksandr Medvedev apareció al otro lado del cristal, en la sala de visitas, Stefano supo que algo no iba bien. No solo porque ambos eran rivales, por así decirlo, sino porque aquella visita terminaría vinculándolos; La Novoluniya Bratva no necesitaba ese tipo de publicidad; nadie para ser honesto. Por lo que su presencia en la prisión se debía a un asunto importante.

Cuando el hombre tomó asiento al otro lado y lo miró con aquellos demoníacos ojos azules, el lobo en su interior se removió inquieto. Sabía que en el fondo del Pakhan habitaba un león negro como la noche e igual o más desalmado como el propio Stefano; enfrentarlo sería un suicidio; pero su lobo estúpido parecía querer hacerlo.

Tomó el teléfono con firmeza y solo dijo cinco palabras:

—Te alejas de moya mujer.

Stefano no logró entender hasta que una antigua conversación le volvió a la mente. Claro, sus órdenes fueron especificas en aquella oportunidad: quería a Rachel Williams muerta. Para eso le tendió una trampa y la mandó con los rusos. Luego, simplemente se olvidó de la maldita. Ahora podía ver su error, ¡uno nuevo, para variar! La mandó directo a los brazos de su pareja destinada. Eso sí que era una ironía. Con todo, fingió inocencia y preguntó:

La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora