Romeo Marchetti temía a pocas cosas en la vida tanto como a la furia de Stefano. Aun cuando se mantuviera firme ante él y lo enfrentase a menudo, en su corazón sabía que un paso en falso podría costarle la vida. Incluso si lo consideraba su amigo, más que un simple asesor, sabía que la amistad para el Diablo de La 'Ndrangheta no era otra cosa que una palabra sin valor. Para él las personas eran tan útiles como lo que tenían para ofrecerle y cuando le habían entregado todo o ya no las necesitaba..., bueno, deshacerse de ellas era tan simple como matar a un mosquito.
Romeo era un mosquito con mucha suerte, si se lo preguntaban, que había sabido mover sus hilos para convertirse en una pieza útil en el juego de Stefano. Aunque no irremplazable, por desgracia. Y tanto la supervivencia de Olivia como la propia dependían de cuán inteligente fuera, también de su eficacia; pero sobre todo, del maldito genio del Don. Los dos primeros puntos los tenía cubiertos; el último...
¡Santa Madonna! Tendría suerte si no lo mataba en uno de los arranques de furia de ese lobo que llevaba dentro y de los que se volvió presa fácil desde la llegada de la agente Sallow.
Melissa era otro problema, uno enorme desde su punto de vista. Tal vez no por ella; la pobre había hecho lo necesario para sobrevivir desde que pisó la prisión, sino por el propio Stefano. El hombre tenía enormes problemas para aceptar lo que fuera que los unía —que llamaba «lazo»—, la detestaba y al mismo tiempo se rehusaba a dejarla ir. Un poco enfermo, si le preguntaban.
Sin embargo, Romeo ya no tenía permitido meterse en los problemas amorosos del Don, así que cuando uno de los guardias a los que había comprado apenas los encarcelaron le informó sobre los últimos movimientos de la mujer, supo que el infierno abriría su enorme boca para tragársela. Y él no podría hacer nada para evitarlo; tenía las manos atadas.
Con todo, mientras se dirigía hacia el patio para reunirse con Stefano, ideó una manera de ayudarla o al menos intentarlo. ¿Qué podría perder?, su conciencia le recordó que muchas cosas importantes, sobre todo Olivia; pero estaba seguro de que su mujer nunca le perdonaría no haber intervenido en favor de su mejor amiga.
Como eligiera verlo, se encontraba entre la espada y la pared.
Stefano se encontraba en medio de un juego de cartas con un par de reos importantes. Quizás no tanto como él; sin embargo, cualquier conexión que pudiera hacer en aquel hoyo infernal le resultaba valiosa, en especial cuando sus cabezas tenían precio debido a la traición del Sottocapo.
Cuando sus ojos lo miraron casi indiferentes, Romeo pudo hallar la sombra de un lobo rojo en el interior de ellos, que lo vigilaba de alguna manera. Debió tomar una respiración profunda y erguirse, haciendo uso de toda su paciencia y voluntad, antes de decir en inglés con la voz tan uniforme como le fue posible:
—Hablemos.
—Ven siéntate y juega con nosotros.
Romeo negó antes de responderle en italiano:
—Son asuntos privados, tienen que ver con Melissa.
El rostro de Stefano se endureció de inmediato. Romeo no sabía cómo le era posible percibir la furia de su jefe en la piel, como animales pequeñitos arrastrándose y mordiéndolo, incrustándose tan profundamente que dolía. Siempre había asumido que era una cualidad de los cambiaformas, pero al no haber convivido con otros más que Stefano, no podía estar seguro.
El Don dejó las cartas y se puso de pie. Lo siguió en silencio hasta que estuvieron lo bastante lejos del resto de la población, tanto para que Giovanni Caruso —quien también era un mestizo de lobo— no pudiera oírlos. Solo en ese momento se volvió hacia él y dijo con dureza:
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La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2
RomanceDespués de ser condenada a prisión debido a un crimen que no cometió, la agente especial Sallow sabe que sus días están contados. No solo porque es encerrada junto a los criminales más peligrosos del mundo, sino porque se trata de hombres violentos...