A Stefano le tomó alrededor de un año reconstruir su imperio a partir de las cenizas que dejó Amadeo. La 'Ndrangheta había experimentado cambios, muchos para poder enumerarlos: desde la formación de nuevas 'ndrine en el país y la elección de otro Consigliere —después de que Romeo decidiera volver a Italia para hacer una vida normal junto a Olivia—, que irónicamente era ese niño rubio, Valentino... Hasta la eliminación temporal del Sottocapo como título.
Lo más importante, sin embargo, fue el pacto de paz entre ellos y Kinahan, también su nueva asociación con la Novoluniya Bratva.
Por tanto, una vez con todo en orden, Stefano se dio la tarea de reencontrarse con su compañera. Desgraciadamente, descubrió que ella ya no era suya. Melissa se encontraba en una relación con una mujer que recién entraba en los treinta y, por lo que había comprobado en las últimas semanas, lo bastante sólida para jurar que también era indestructible. Solo había que verla sonreír cuando se encontraba junto a esa tatuadora..., Rose Davis: los ojos se le iluminaban y ella... ella... La amaba, tan simple como eso. Stefano estaba seguro no solo debido a su confirmación, sino a los acontecimientos de los que fue testigo mientras la seguía buscando una forma de acercarse.
Al principio, pensó que era pasajero, que Melissa experimentaba o uno de esos temas que no lograba comprender. Sin embargo, conforme transcurrieron los días, él fue incapaz de seguir negando la cruel verdad: la había perdido y para siempre. ¿Cómo carajo lidiaba con eso? El remordimiento y la furia; pero sobre todo el dolor.
Bueno, pero nadie negaría que hizo bien su maldito trabajo: le rompió tanto el corazón que ahora ella no podía ni verlo en pintura. ¡Bravo por él!
Con todo, una parte de Stefano se rehusaba a aceptarlo. ¿Cómo hacerlo sin sentir que unas manos invisibles lo desgarraban desde el interior? Ella había sido suya en cualquier sentido que pudiera dársele a la palabra, y para él era difícil olvidar...
Acabó la botella de wiski de un solo trago. El licor quemó todo el camino desde su boca hacia el estómago; Stefano gimió ente dientes mientras soportaba la molestia, y abrió otra de inmediato. Necesitaba embriagarse y para conseguirlo le tomaría mucho tiempo. «Salute!! [Salud]», pensó con amargura, burlándose de sí mismo y se la empinó. Bebió la mitad sin detenerse a tomar aire; golpeó la botella contra su escritorio y acostó la mitad del cuerpo sobre él.
—Carajo —gimió entre dientes, con el rostro oculto entre sus brazos.
Se encontraba tan distraído que no lo sintió llegar, ni siquiera detectó su aroma hasta que su mano le apretó el hombro. Valentino Morelli, maldito niño rubio.
—Eso fue estúpido —habló con aquella arrogancia suya, que le hacía hervir la sangre—. Te lo dije, Melissa...
—Tenía que verlo por mí mismo.
—¿Encontraste lo que buscabas?
—¿Ves a mi mujer aquí? Porque yo no, Richie Rich, así que no. No tengo lo que buscaba.
El abogado se dirigió hacia el minibar, tomó un vaso pequeño de vidrio y volvió a la mesa. Se sirvió con calma mientras Stefani lo veía desde abajo. Una vez que terminó, se sentó sobre el escritorio y cruzó las piernas mientras bebía lentamente.
—Bueno, debo decir que fue estúpido pretender que se arrojara a tus brazos después de lo que le hiciste. Tienes suerte de que te hablara.
—¡No sabes un carajo! —Stefano lo enfrentó con una mirada llena de furia—. Lo que hice o no; no tienes una maldita idea, niño.
—Ah, ¿en serio? —Se rio entre dientes y le dio un sorbo a su trago—. ¿Quién crees que estuvo ahí los primeros meses? Quizás yo debía mantener la distancia, por eso de que soy su abogado; pero Andy no. Y él me lo dice todo. Me contó cada detalle, Don, hasta el más pequeño.
El aliento se le atascó en el pecho. Debió esforzarse para respirar otra vez y tragó con aspereza. Los ojos azules de Valentino eran como un infierno congelado en el cual se reflejaban sus propios demonios, y los de él también lo juzgaban. Sin importar cuánto quisiera excusarse, era consciente de que tenía razón: se había excedido con Melissa en todas las ocasiones y esto, el castigo tanto de su odio como la indiferencia, era lo mínimo que merecía.
Aun así, ¿cómo explicárselo a su corazón? Incluso más, al lobo estúpido que lloraba por ella sin descanso y la llamaba.
—No tenía opción.
—Siempre las hay, pudiste haberle dicho lo que pasaba.
Entonces, fue Stefano quien se burló resoplando una risa.
—Sabes mucho, ¿no? Iluminame con tu gran sabiduría.
—Será un placer. —Dejó el vaso vacío sobre el escritorio y se bajó—. Missy tiene una buena vida y es feliz junto a las personas que la aman. No le quites eso.
—¡Yo la amo!
—Tuviste tu oportunidad, Don, y la desperdiciaste. Déjala en paz.
Stefano también se levantó. Por un instante, se sintió mareado; el licor empezaba a hacerle efecto por fin. Volvió a tomar aire y se sostuvo de los bordes de la mesa. No le importó verse patético ante el maldito zorro rubio, después de todo, ¿no era lo que llevaba siendo los últimos días?
Él, Stefano D'Alessandro, el Diablo de La 'Ndrangheta, sufriendo por una mujer. ¡Ridículo! Y con todo... estaba dispuesto a humillarse por ella.
—¿Dejarías a tu compañero?
—Haría cualquier cosa por él, hasta dejarlo o morir. Andy es lo más importante. —Suspiró—. Creí que ella lo era para ti.
—Lo es.
—Olvidate de que existe. —Le palmeó la mejilla con suavidad—. Déjala ser feliz, Don. Ya la mataste una vez; no lo hagas de nuevo. Le costó mucho reconstruirse.
El abogado no esperó una respuesta. Simplemente le dio la espalda y salió de su oficina con las manos en los bolsillos de la chaqueta de su costoso traje azul. Stefano permaneció inmóvil hasta no percibir su presencia. Nada más en ese momento, se dejó caer con lentitud en el piso y después lloró.
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La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2
RomanceDespués de ser condenada a prisión debido a un crimen que no cometió, la agente especial Sallow sabe que sus días están contados. No solo porque es encerrada junto a los criminales más peligrosos del mundo, sino porque se trata de hombres violentos...