Stefano maldijo cuando el estúpido niño rubio entró a su oficina y lo primero que hizo fue informarle sobre la desaparición de varios cargamentos que se dirigían hacia Calabria. No era todo, para incrementar la migraña que le comenzó a taladrar la cabeza, había problemas con algunas 'ndrine disconformes, que comenzaron a exigir la presencia no del Consigliere ni cualquier otro representante, sino la de Diavolo en persona. Ya que el Don era la cabeza pensante que gobernaba a todas las familias, su responsabilidad era ir a resolver lo que fuera que ocurriese para darles paz.
La idea de irse y dejar sola a Melissa no lo emocionaba en absoluto. Sin embargo, como era quien se encargaba de los preparativos de la boda tanto como del cuidado de Rose, le sería imposible ir. Ademá, pensó en que por absurdo que pareciera, estaría más segura si permanecía en el país que acompañándolo a Italia.
Con el tiempo aprendió que no podía confiar en «la familia», sobre todo cuando esta se desharía de él ante la menor de las equivocaciones. Aquí, en cambio, tendría personas para proteger tanto a su compañera como a Rose y al hijo de ambas. Cuando pensó en esto último, aunque trató de contenerse, le fue imposible no sonreír. Sin importar que no fuera suyo realmente ni que jamás podría serlo, lo sentía como tal. Luego de estar presente durante este tiempo de gestación, ¿cómo no hacerlo? Ese niño era...
La mano de Valentino se agitó en su rostro justo antes de chasquear los dedos. Stefano volvió en sí dando un respingo y le dirigió una mirada desdeñosa.
—Te escuché, Richie Rich: ir a Calabria, encontrar mi droga y cambiar los pañales de los viejos inútiles, bla bla bla...
—Te pregunté si necesitas que te acompañe. —Hizo rodar los ojos a la vez que resoplaba.
—¿Y dejar el camino libre para Salvatore? Sin un líder aquí, intentará mover sus piezas para tratar de derrocarme. Tienes que ser yo en mi ausencia.
—¡Madonna me libre!
—¡Graciosísimo! —Le mostró el dedo corazón, enseguida se inclinó sobre el escritorio hacia él—. No hay un Sottocapo y, en ausencia del Don, la responsabilidad recae en tus hombros. Actúa como si estuviera muerto y fueras el nuevo maldito amo; no te dejes intimidar.
—Cuenta con eso. ¿Otra cosa?
—No te confíes, vigila a mi mujer y asegúrate de que Greco no se le acerque. —Exhaló reclinándose sobre la silla—. Haz que preparen la casa y el avión, me voy en unas horas.
Le costó despedirse de Melissa, en especial porque ella lo abrazó como si nunca volvería a verlo y se puso de puntillas para besarlo. Lloró mientras le pedía que se cuidara y no olvidase llamarla al aterrizar. Stefano sonrió, acariciándole las mejillas con delicadeza para limpiarle las lágrimas, luego le prometió enviarle mensajes de texto mientras estuviera de camino a su propiedad en Calabria y hacer una videollamada antes de dormir.
Se despidió de Rose con besos en las mejillas y un abrazo, también con una suave palmada en su vientre y se dirigió hacia el vehículo que lo esperaba afuera de las rejas principales, siendo escoltado por cuatro hombres. Si bien no eran necesarios, al menos para él, formaban parte del protocolo de seguridad.
El viaje fue incómodo. Stefano no odiaba volar, de hecho, le emocionaba hacerlo. Amaba la sensación que se apoderaba de su estómago al ascender tanto como al aterrizar. Lo que aborrecía con sus dos malditas almas era... Italia. Razón por la que, tan pronto como su padre fue enterrado y él se convirtió en el nuevo Don, decidió trasladar la base de operaciones al otro lado del mundo. En más de tres décadas había ido de regreso unas veinte veces, quizás menos, ya que el temor que infundía de forma usual bastó para que nadie intentara un golpe de estado en su contra.
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La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2
RomanceDespués de ser condenada a prisión debido a un crimen que no cometió, la agente especial Sallow sabe que sus días están contados. No solo porque es encerrada junto a los criminales más peligrosos del mundo, sino porque se trata de hombres violentos...