El cargamento extraviado jamás apareció. El responsable, sin embargo, vaya que lo hizo. Se trataba de un miembro de rango inferior, que intentó ascender a costa del dinero de La 'Ndrangheta. Pese a estar seguro de que el pobre infeliz no trabajaba solo y en vista de que carecía de las pruebas necesarias para demostrarlo, como Don, Stefano dictó su sentencia. Culpable. Así pues, el chico fue encerrado en su casa junto a toda la familia y quemados vivos para enviar un mensaje: no se robaba a la organización, nunca. Jamás. No a menos sin sufrir las terribles consecuencias en un futuro inmediato.
Luego de casi dos meses en Italia, Stefano decidió que había tenido suficiente. Además, de continuar retrasándose se perdería su propia boda y hasta el nacimiento de su hijastro. Ninguna de las dos fue una opción.
El viaje de vuelta ocurrió sin contratiempos, salvo quizás por la angustia y el malhumor que le provocaban estar lejos de su compañera. Sin exagerar, comenzó a sentirse enfermo semanas antes y ya ni siquiera las videollamadas eran suficientes para calmarlo. El lobo en su interior lo percibía como una pérdida, por lo que se dedicó a dar caminatas circulares en su interior a la vez que lloraba llamándola. Así como Melissa significaba todo para él, lo hacía para el animal. Por primera vez Stefano lo entendió, de manera que trató de animarlo durante su estadía en Italia.
Una vez de regreso, el lobo mostró una leve mejoría.
Llegó a casa poco después de medianoche. Al abrir la puerta del dormitorio, lo primero que sus ojos distinguieron en medio de la oscuridad tenuemente iluminada por la pequeña lampara de colores sobre la cómoda fue la figura de Melissa. Su mujer yacía sobre la cama, tan solo con una de sus camisas deportivas —que le quedaba demasiado grande— y aferrándose a la almohada. Como se encontraba sobre el costado, el cabello le cubría la mitad del rostro.
Stefano la admiró durante un par de minutos, con una pequeñísima sonrisa en los labios. Tomó aire antes de avanzar hacia ella y se sentó en la cama.
—Tesoro —llamó, acariciándole la mejilla suavemente—. Despierta, abejita.
Los ojos de Melissa se abrieron de repente y parecieron brillar en la oscuridad, preciosos como de costumbre, similares a los de un elfo, y en ese tono avellana que siempre había sido su perdición.
Ella se sentó y, en un segundo, Stefano se encontró siendo apretado contra su pecho con tanta fuerza que de ser un humano le hubiera costado respirar. Por suerte, no lo era, de modo que aspiró el aroma de Melissa para calmar tanto al lobo como a sí mismo. Por fin se encontraban en casa, en la seguridad de los brazos de la única persona que podría brindarles paz.
—¿Por qué no me dijiste? —murmuró—. Te habría esperado.
—¿Sorpresa? —Se rio entre dientes—. Volví antes de lo previsto, no soportaba estar lejos.
—También me hacías falta, Stefano.
—¿Ah, sí?
Melissa se alejó para verlo a los ojos. Stefano tenía una ceja en alto y media sonrisa burlona tras la que pretendía ocultar su anhelo por ella. Supo que fue inútil cuando el rostro de su mujer se llenó de ternura y sus dedos le acariciaron las mejillas, jugueteando con la barba naciente en ellas.
Sin mediar palabra, Melissa lo arrastró debajo de los edredones. Stefano ni siquiera se molestó en desvestirse. Minutos después, se durmió aferrado a su compañera.
Cuando volvió a abrir los ojos, el reloj en la cómoda marcaba las ocho en punto. Stefano no se dio cuenta de que se encontraba en ropa interior hasta que las sábanas resbalaron por su piel. Sin embargo, tampoco tuvo tiempo para pensar en ello ya que la puerta del baño se abrió exponiendo a Melissa, cubierta tan solo con una bata de baño. El cabello húmedo le descansaba sobre los hombros, haciéndola lucir preciosa.
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La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2
RomanceDespués de ser condenada a prisión debido a un crimen que no cometió, la agente especial Sallow sabe que sus días están contados. No solo porque es encerrada junto a los criminales más peligrosos del mundo, sino porque se trata de hombres violentos...