Capítulo 26

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Stefano arrugó el papel lleno de sangre de rata. Tan furioso como se sentía, le resultaba difícil dominar al lobo en su interior, aunque por primera vez estuvo dispuesto a abrirle la jaula completamente solo para que pudiera ir a cazar al maldito que amenazaba la vida de Melissa. Quien, por cierto, conocía su secreto mejor guardado, ya que de otra forma no se explicaría los cuidados que se tomaba para no dejar rastro. De haber captado algún olor el pobre infeliz ya estaría muerto.

Sospechaba de al menos un grupo de personas, entre ellas sus hombres de servicio, un par de guardias y, por supuesto, Giovanni Caruso. De los primeros, tenía una explicación lógica para traicionarlo: dinero. ¡Esa cosa movía al mundo!, lo sabía a perfección. No obstante, el segundo... Bueno, si tan enamorado estaba de Melissa, ¿por qué amenazarla? A no ser que hubiera sido una actuación desde el principio, una trampa para descubrir sus debilidades, no le encontraba sentido. Salvo que...

«¿Eres realmente tan imbécil? —recriminó la bestia con la que convivía—. La quiere y hará cualquier cosa para conseguirla». Debió darle la razón. Era como en la vida salvaje: el más fuerte se quedaba con la hembra. O el más astuto. Si lo sacaba del juego, valiéndose de cualquier artimaña, le quedaría el camino libre para cortejarla. «O tenerla a la fuerza», le recordó el lobo.

La sola idea logró estremecerle. Stefano se negó a dejar que su mente vagara hacia aquellos oscuros lugares. Incluso siendo un amante desconsiderado y hasta cruel, admitía lo terribles que eran las violaciones en la prisión. Las presenció un par de veces, había algo diabólico en ellas hasta para él, y quienes las atravesaban nunca volvían a ser iguales. Era como si perdieran el espíritu o las ganas de vivir, los ojos se les oscurecían y... ¿Cómo explicarlo? Les recordaban a los cadáveres. No deseaba eso para su mujer.

Por lo tanto, tomó una de las decisiones más importantes de su existencia. También se preparó para todos los escenarios. Sin importar lo que ocurriese, Giovanni Caruso no podía acercársele a Melissa otra vez; lo conseguiría por sus propios medios o pagaría para que así fuera.

Cuando se encontraron en medio de los patios, Giovanni debió de haberlo presentido. Su mirada desafiante de forma habitual también tenía la determinación de quien planea arriesgar hasta la última cosa. Stefano le sonrió de medio lado, mostrándole un colmillo, y él se la devolvió antes de mover la cabeza indicándole que lo acompañara.

Stefano, quien ya había instruido a los guardias sobre no intervenir, lo siguió ignorando por completo a los curiosos.

Ya lo bastante lejos, el asqueroso perro de los Scarfo se detuvo y habló:

—¿A muerte?

—¿Existe otra opción?

—Si te gano, es mía.

—No es un objeto.

Giovanni bufó una risa, mirándolo como si fuera el menos indicado para decir aquellas palabras. Lo era, ciertamente. Él mismo trató a Melissa como una cosa una y otra y otra vez, asimismo la forzó a elegir «quién era su dueño»; lo hacía aún ahora y continuaría haciéndolo hasta el día de su muerte. Sin embargo, tenía que existir alguna diferencia tratándose de él, ¿verdad?

Bueno, lo descubriría después.

Giovanni lanzó el primer golpe, Stefano lo esquivó por milímetros. Tuvo que retroceder saltando dos pasos para estabilizarse; por poco no lo consigue cuando las pequeñas garras le pasaron muy cerca del rostro. Incluso si su corazón pareció saltarse un latido, él le sonrió con burla.

—Perro asqueroso —susurró escupiéndole los zapatos y le devolvió el golpe; el suyo si logró darle en la mejilla, Giovanni trastabilló—. Eres patético.

Los insultos encendieron la furia de Giovanni, quien comenzó a atacarlo sin piedad. Stefano tuvo problemas para seguirle el ritmo y entendió que no mentía sobre eso de haberse criado con lobos cuando le gruñó igual que uno y comenzó a comportarse como tal. Aun viéndose como un humano, sus movimientos eran animales y asombrosos.

Giovanni se valía de sus sentidos para anticipar cualquier intento de ataque y los contrarrestaba con agilidad. También, iba siempre por su cuello para doblegarlo; Stefano tuvo dificultad para sacárselo de encima en varias ocasiones.

Pronto había personas rodeándolos. Sus gritos ensordecedores no fueron una distracción tan grande como Melissa, que se encontraba entre ellos y parecía nerviosa. Giovanni, a quien parecía no importarle que se descubriera la verdad sobre su naturaleza, se valió de esto para atacarlo. Stefano recibió cortes en los brazos y el pecho, tan profundos que la carne quedó expuesta y los presos alrededor gimieron por él.

«Déjame libre —murmuró el lobo—. Libérame».

Stefano intentó ignorarlo. Aceptar su ayuda o lo que le ofreciera, ¿no significaba hacerlo también con él? Prefería morir. Sin embargo, cuando fue sometido en el piso por Giovanni, quien lanzó un beso en el aire hacia su mujer; cuando vio a Melissa encogerse mientras llamaba su nombre y la imaginó siendo violada por Caruso... Entonces, y solo entonces, renunció a lo único que había atesorado desde que su padre y la manada a la que pertenecían lo abandonaron: su humanidad.

Era lo único que podía llamar suyo; pero jamás valdría tanto como Melissa.

«Adelante —respondió abriéndole la jaula—-. Muéstrame cómo». La bestia de pelaje rojizo salió y aulló; Stefano tuvo problemas para no hacerlo también.

Aunque no cambió, pudo sentirlo al mando. En un momento, se encontraba a punto de morir en manos de Giovanni; al otro era él quien dominaba la situación. Y cuando vio dentro de sus ojos, por primera vez encontró miedo. Aquello no lo detuvo. Dio el primer golpe; le partió el labio.

Ciego de furia, Stefano dio otro y otro... Lo hizo sin mirar ni detenerse aun cuando el sonido de los huesos aplastándose y la sangre chapoteando le llegó a los oídos. El aire olía a hierro y sentía las manos mojadas.

En algún lugar, no supo si fue en su mente o ahogándose entre los gritos de los presos, la voz de Melissa lo llamó. Pero Stefano se encontraba lejos de la conciencia ahora y de cualquier humanidad. Era el monstruo que aborreció por años y, para su total asombro, le causaba satisfacción.

—Te lo advertí —gruñó sobre la masa deforme que fue el rostro de Giovanni; este apenas y pudo verlo con los ojos entrecerrados.

—¡Detente! —Melissa suplicó—. ¡Stefano, no lo hagas!

Girando la cabeza, la vio por encima del hombro. Continuaba ahí, en medio de la multitud de reos y guardias que no se moverían hasta que les diera la orden. Le sonrió mostrándole los dientes; esto era él en verdad, una bestia del infierno. El Diablo de La 'Ndrangheta. Y ahora ella tendría que decidir si continuaba amándolo o lo abandonaba también.

—No —respondió; luego se volvió a Giovanni—. Esto no es solo por ella. Supe lo que harías desde el inicio. Te lo dije: soy superior a ti —Se rio entre dientes—. Te manda saludos, perro imbécil.

En ese instante, aun cuando Melissa continuaba pidiéndole que se detuviera y Giovanni alzó las manos rindiéndose, le rompió el cuello.

Todavía con la sonrisa triunfal en los labios, se levantó. La sangre goteaba desde sus dedos. ¿Propia o del perro de los Scarfo?, le daba igual, aunque la saboreó en la lengua antes de dirigirse hacia el grupo que los estuvo rodeando; sujetó a su mujer con fuerza y la arrastró lejos. Solo entonces los guardias intervinieron.

Dos días después, cuando Melissa se quejó de que alguien le había cortado un mechón de cabello sin que lo notara y este apareció en su celda junto con una nueva nota, en la que la amenazaban con degollarla, Stefano supo que se había equivocado. Por desgracia —aunque no se arrepentía de haber acabado con Giovanni Caruso—, era tarde para volver atrás.

∘◦❁◦∘

Entonces..., se murió Gianni. Un minuto de silencio por él. Fuera de eso, a esta segunda parte llegó a su fin. ¿Qué se vendrá después? Ya veremos.

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La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora