Capítulo 6

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Los ojos verdes de Romeo lo miraban con esa intensidad suya que le erizaba la piel. Incluso no siendo humano del todo, Stefano reconocía que su Consigliere era un hombre peligroso hasta para él. No requería de sentidos desarrollados ni fuerza descomunal para herir a otros; tan solo su inteligencia superior y aquella incapacidad de compadecerse de quienes no pertenecieran a su pequeñísimo círculo íntimo. O a quienes no les perteneciera su lealtad.

Tal vez por eso se sorprendió al oír las palabras que le dijo una vez que estuvieron a solas, después del patético espectáculo que Scott Sallow le había ofrecido momentos antes. Le pareció preocupado, hasta furioso, y aquello le hizo preguntarse cuáles serían los motivos. Para Stefano, los hombres a su servicio valían tanto como la sangre fría que les llenaba las venas; si Romeo se había vuelto débil... Bueno, sería una complicación para ambos.

Se rehusaba a deshacerse de su mano derecha; pero estaba seguro de que tendría que relevarlo de su posición.

—Sabes que no cuestiono tus decisiones —habló en italiano, después de un largo silencio—, pero esto es demasiado. Como tu asesor...

—No pedí tu consejo.

—¿Pero no es mi trabajo dártelos aunque tengas la cabeza en el culo todo el tiempo?

Stefano se acomodó sobre la silla en la celda y le dio una calada a su Habano. Aborrecía el sabor tanto como el olor y el humo lo asfixiaba la mayoría de las veces; no obstante, era lo único que adormecía al maldito lobo dentro de él. Por lo que, al descubrirlo, decidió mantenerlo sedado cuanto le fuera posible.

—Adelante —refunfuñó haciendo rodar los ojos.

—Una cosa es cogerte al pobre hasta dejarlo inconsciente; pero esto... ¿No te parece demasiado?

—Me pertenece, puedo hacerle lo que quiera.

—Justo por eso, ¿no deberías ser amable? Es tuyo, en un sentido que los humanos nunca entenderemos...

—¡Yo soy humano!

Romeo dejó salir un pesado suspiro y abandonó la esquina en la que se encontraba de pie. Mientras se le acercaba, sus pasos se mantuvieron firmes. Entre todos los que lo conocían —supieran sobre su verdadera naturaleza o no— era el único en enfrentarlo cuando se enfurecía. Incluso cuando no podía controlarse y sentía que los instintos del lobo se apoderaban hasta absorber su conciencia.

Se plantó firme ante él y cruzó los brazos. Su mirada seguía siendo inflexible, tanto como la expresión dura en aquel rostro.

—Lo eres también, pero eso no significa... Mira Stefano, entendería que me dijeras que tienes problemas con que sea un hombre; pero te conozco.

—Odio al maldito, demándame por eso.

—Muy bien, déjalo en paz entonces.

—No.

Romeo exhaló, apretándose el puente de la nariz mientras negaba decepcionado. Stefano ignoró su enojo y frustración, también el reproche implícito; bastante tenía con los del maldito lobo que no paraba de llorarle en los oídos por su «pareja». De poder deshacerse de ambos, lo habría hecho sin misericordia desde el primer minuto. No necesitaba complicaciones en su vida, sobre todo cuando no se las buscó.

—Lo odias, pero no lo dejas ir. ¿Puedes ver lo estúpido que suena?

—No lo entenderías.

—Por supuesto que no; pero si tuviera un vínculo como ese con Liv, no perdería mi tiempo...

—¡Al menos tú pudiste elegir! Te enamoraste o lo que sea; yo no tengo ninguna oportunidad. No solo llevo este puto animal dentro de mí, sino que ahora debo cogerme a un hombre hasta que muera.

La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora