Capítulo 36

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Mientras se encontraba preparando el último lote de accesorios de porcelana fría que le encargó una tienda infantil, llamaron a la puerta de su casa. Confundida, Melissa miró hacía Andy, quien se encogió de hombros al mismo tiempo que negaba con la cabeza.

Pocas veces tenía visitas y los materiales los compraba en persona, por lo que nunca recibía envíos; por otro lado, Rose se encontraba en medio de una sesión de tatuajes. Así que las opciones eran casi nulas. «No todas», le recordó su mente .A pesar de que Stefano no volvió a aparecer desde su último encuentro, lo conocía bastante para saber que no se quedaría de brazos cruzados. En lugar de tomar su ausencia como una victoria, debía hacerlo como un tipo de presagio del mal.

Fue exactamente lo que hizo, entonces, la ansiedad de apoderó de ella. ¡Si el maldito se atrevía a tocar a Rose...!

Otra vez llamaron a la puerta. Levantándose, Melissa respiró hondo y caminó con las piernas temblorosas. En cuanto abrió, un gigantesco y precioso ramo de flores fue casi empujado en su cara. Era sostenido con un hombre bajito, que parecía estresado. Antes de que ella pudiera abrir la boca, se había retirado gruñendo una maldición.

Sin entender qué ocurría, Melissa se volvió hacia Andy, quien levantó las cejas.

—¿Qué te hizo Rose? —Su voz grave salió con un toque de ironía—. Lo que fuera, la cagó en grande...

—No me hizo nada.

—Oh. —Se acercó para tocar las flores—. Bueno, quien sea te dice que lo siente.

—¿Y tú cómo sabes?

Andy movió los hombros, como restándole importancia, después respondió:

—Son gerberas blancas y lirios, Valentino me los regala cuando sabe que hizo algo mal; aunque él no se esfuerza tanto. —Señaló el ramo con el dedo—. Y ahí dice «Perdóname». Interesante...

Melissa corrió para hacer espacio en la mesa y colocó el arreglo de flores. Era magnífico. Una combinación de blanco y azul en la que destacaban los lirios. Incluso si no sabía nada sobre flores, a simple vista se notaba que quien lo envió estaba desesperado por su perdón.

Las manos le temblaron al tomar la nota. Era una hermosa caligrafía, perfecta, y cada letra parecía ondularse. Aún sin llevársela a la nariz y con el perfume de las flores inundando el lugar, el aroma a limoncillo destacó. Stefano era el único que... Melissa debió boquear en busca de aire, ya que se ahogaba de nuevo y apretó los párpados con fuerza para no llorar.

«Perdóname», volvió a leer, hasta deslizó el dedo por cada letra antes de abrir la nota. «Te invito a cenar. Si después de esta noche sigues sin querer verme, juro que no te molestaré. Escríbeme...». A continuación, había un número telefónico.

—¿Quién es? —El tono áspero de Andy la sobresaltó—. ¡¿Estás engañando a Rosie?!

—¿Qué? ¡No, claro que no! E-es complicado.

—Siempre lo es.

—No como piensas, te lo juro. Es algo así como mi ex...

—¿El cabrón que te dejó hecha mierda? ¡Por favor, Melissa, no puedes estar considerando...!

—¡No lo hago!, ¿sí? No lo hago; es que... Carajo —murmuró lo último entre dientes—. Estoy confundida.

Des-confúndete —rebatió con hostilidad.

Melissa respiró profundo. Entendía el enojo de Andy: fue su amigo desde que salió de prisión y el único que estuvo para ella en sus peores momentos. Cuando le contó lo vivido junto a Stefano en la cárcel y su último golpe, él también había llorado mientras la abrazaba con fuerza. Además, apreciaba a Rose, lógicamente no deseaba que ninguna terminara herida.

Melissa abrió la boca, ninguna palabra salió de ella. ¿Y qué le diría, algo como «tienes razón, pero soy una imbécil que lo consideró por un momento»? No podía ser tan lamentable.

La mano de Andy, apretándole el hombro con suavidad, fue lo único que necesitó para tomar de regreso su valor y aferrarse al odio como lo hizo durante los últimos dos años. Stefano, Diavolo, D'Alessandro no tuvo compasión al destruirla; ella no la tendría para perdonarlo.

Tan cierto como que los leopardos no podían deshacerse de sus manchas, los monstruos no tampoco eran capaces de cambiar. Fingían hacerlo para estafar a los ingenuos; pero Melissa dejó de serlo la última vez que lo vio. Todavía lograba escuchar las crueles palabras que resopló como una burla: «... lo que nunca serás, aunque lo intentes», «la única razón para soportarte era el lobo...». ¿Cómo podría fingir que nunca sucedió y darle otra oportunidad? Imposible. De cualquier modo, le dio muchas en prisión; él no supo aprovecharlas. Ya no le quedaba ninguna.

Inhalando de nuevo, recordándose a sí misma quién era, caminó hacia el cesto de basura en la cocina y lanzó las flores en él. Cuando regresó a la mesa de trabajo junto a Andy, este la esperaba con una sonrisa en los labios y otro paquete de dulces abiertos. Eran esas gomitas rellenas de jalea de cerezas; Melissa también le sonrió mientras se sentaba a su lado. Él entrelazó sus dedos y le dio un apretón reconfortante.

—Ese imbécil no te merece. Lo que te hizo es imperdonable...

—Ya sé.

—Además, Rose te ama. Tienes la oportunidad de ser feliz, cariño, no la rechaces por un pedazo de mierda que no lo vale. Te tuvo, te usó y te tiró como basura...

—Ya-ya sé, Andy...

—¿Pero?

Melissa apretó los labios mientras el dolor en su alma se extendía igual que veneno. ¿Cuándo iba de dejar de sentirse de este modo? Pensó haberlo superado por completo, ¡odiarlo más allá de la muerte!; no obstante, ahora que él reaparecía para poner su mundo de cabeza... Dios, se sentía como en otra pesadilla.

—¿Cómo se lo explico a mi corazón? Una parte de mí lo odia tanto, pero... aunque sé que está mal, todavía hay otra parte que... ¡Es ridículo!

—Lo amas, ¿no? Siempre son los del tipo peligroso. ¡Dios los bendiga! —Se rio entre dientes, sin humor—. Tienes que decidirte, Missy, también si estás dispuesta a perdonarlo...

Incluso si tragó fuerte, Andy no le soltó la mano. De hecho, su agarre se volvió un poco más firme mientras se movía para verla a los ojos. Melissa no supo lo que halló en el fondo de los suyos. Él se llevó detrás de la oreja la parte del cabello oscuro que le cubría la cara, exponiendo así su quemadura, y le sonrió con pesar.

—Las heridas dejan cicatrices, ¿estás dispuesta a vivir con ellas para siempre? No es fácil.

—Tú lo haces.

—Yo sí; pero Tino... Has visto a ese hombre, ¿no? Como trata de compensar y está encima de mi todo el día. —Se acarició la mejilla con delicadeza, trazando cada hendidura—. Estoy vivo por él; pero se sigue culpando. Y cuando me ve pone esa expresión que me rompe... No importa cuánto trate de volver a la normalidad ni lo cruel que sea para provocarlo; siempre sonríe meneándome la cola como un perro y yo odio que lo haga.

—No le importa cómo te ves, te amá muchísimo, y él...

—¿De qué me sirve si no para de mirarme así? —Su voz se quebró de forma ligera—. Tienes que decidir, cariño, ¿él o Rose? Pero también debes soltar, no importa lo que elijas, tienes que dejar ir ese dolor de una vez o te matará.

«O serás como Valentino», pensó Melissa segura de que era lo que de verdad deseaba decirle. Necesitó apretar los párpados para contener las lágrimas. «¿Qué quiero?», se preguntó.

Lo que ella deseaba, más que cualquier cosa en el mundo, era...

La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora