Capítulo 18

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Su mujer se encontraba en medio de —lo que le pereció— una amena charla con Giovanni Caruso. Tan furioso como se sentía, Stefano ni siquiera se detuvo a analizar sus pensamientos ni cómo en cada uno de ellos predominaba la palabra «mía». Suya. Su Melissa. Su compañera. Su maldita mujer.

Ella no se había percatado de su presencia; no así el perro de los Scarfo, quien se atrevió a sonreírle de medio lado mostrándole un colmillo al mismo tiempo que le rodeaba los hombros con el brazo. Melissa no se molestó en retirarlo, ni siquiera hizo alguna mueca que demostrara incomodad; por el contrario, se llevó el cabello detrás de la oreja, riéndose en tono bajo, antes de señalar algún punto en medio del patio, que Stefano no se preocupó en ver. Estaba demasiado ocupado conteniendo tanto su propia furia como la del lobo.

Conque así era cuando no fingía ser una damita en peligro que necesitaba constantemente de su protección. Una puta, el pensamiento le llenó la mente, una zorra sin escrúpulos que sería capaz de entregarse a cualquiera que pudiese pagar su precio. ¿Cuál había sido éste, tratándose del maldito perro Scarfo? Lo que fuera que le ofreció tuvo que ser bueno para que Melissa olvidara que trató de abusar de ella la última vez.

«¿Pero no es lo que haces también?», murmuró burlona la voz en su cabeza. No estuvo seguro de si era suya o la del lobo, que se comportaba como la conciencia que jamás pidió tener. Pero por mucho que tuviera razón, Stefano estaba seguro de que continuaba existiendo una diferencia entre ambos.

Ignorando a la voz y sus propias dudas, dio el primer paso hacia la nueva dulce parejita de la prisión. En cuanto se detuvo ante ellos, Giovanni dijo sin siquiera alzar la vista:

—Muévete, nos tapas el sol.

—Ven conmigo —respondió tendiendo la mano hacia Melissa.

—¿Qué, estás sordo? ¡Muévete, D'Alessandro!

—Melissa —insistió con voz dura—, ven.

Ella levantó la mirada. Sus ojos —¡carajo! ¿Por qué tenían que ser tan hermosos?— se encontraban llenos de una mezcla de dudas y dolor, también miedo. Por primera vez no le produjeron ninguna satisfacción.

Su nuez se movió con dificultad un par de veces, cuando respiró profundo y tragó como luchando contra sus inseguridades, antes de volver la vista hacia Giovanni en una disculpa silenciosa, que él aceptó con una caricia en su rostro. Stefano contuvo un gruñido y las ganas de saltarle encima para matarlo cuando sus asquerosos dedos se deslizaron lenta y suavemente sobre los labios de Melissa.

Ella tomó la mano de Stefano, para impulsarse hacia arriba, y se puso de pie. Sin pronunciar palabras, la guio lejos de la población. Los guardias ni siquiera se preocuparon en dirigirles la mirada, menos en detenerlos. Como cada cosa relacionada con el Don, fingieron estar ahí.

Una vez se encontraron a solas, le acorraló contra la pared. Melissa enfrentó sus ojos con la valentía que no le demostró en el pasado y se mantuvo firme aun cuando un ligero temblor se apoderó de sus piernas.

—¿Qué hacías con ese perro? —Se inclinó hasta rozar sus narices—. Mi protección es suficiente para ti; los Scarfo no se comparan con La 'Ndrangheta, pensé que lo sabías.

—No quiero su protección; solo hacía un amigo.

—Trató de violarte.

Ella le dio una mirada que pretendía ser altanera y, sin embargo, ocultaba una profunda amargura.

—¿Y qué? Todos tratarán de cogerme de una forma u otra, mejor que lo haga un amigo, ¿no Don?

Aquellas palabras encendieron una chispa en Stefano. Ya no supo si era únicamente furia o se trataba de celos. Lo que fuera, no se detendría a descubrirlo, consiguió que la piel de sus brazos se erizara y los colmillos en su boca crecieran.

La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora