Capítulo 31

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La luz del sol lo dejó ciego momentáneamente. Stefano tuvo que permanecer inmóvil mientras se adaptaba de nuevo al exterior: los sonidos y los olores, la sensación de la brisa fresca sobre la piel y los rayos del sol... Todo le pareció nuevo otra vez, como si fuera un recién nacido que acababa de abrir los ojos al mundo.

Afuera lo esperaba su Lamborghini Aventador negro, con un conductor que hubiera podido reconocer con los ojos cerrados. Aquel perfume de higos negros, limón y madera lo había caracterizado durante poco más de la última década. Stefano no pudo evitar sonreír cuando Romeo Marchetti le abrió la puerta del piloto y se movió hacia el otro asiento. Sus ojos verdes brillaban de alegría, aunque su rostro era indiferente como de costumbre.

Toda una contradicción.

Stefano se acomodó en su lugar y apenas lo vio por el rabillo del ojo antes de poner el motor en marcha. ¡Cómo lo había echado de menos! No solo su auto favorito de la colección, sino a la jodida libertad; pero sobre todo... a su único amigo en el mundo. Mismo que pronto no volvería a ver. Sin embargo, al menos lo despediría con la seguridad de que tendría la felicidad que siempre buscó.

Fingir su muerte había sido, más allá de un movimiento arriesgado, doloroso. El hombre en realidad fue apuñalado en el pecho y por poco se desangró en el comedor de la cárcel, ante las miradas impotentes de Olivia y Melissa. Stefano había llorado en aquella ocasión, desde el fondo de su alma, sabiendo que de no haberse adelantado la muerte de su amigo hubiera podido ser una realidad.

Si bien Giovanni Caruso lo tenía en la mira, estaba dispuesto a acabar con quien fuera para llegar a él. Obviamente, su primer movimiento sería dejarlo sin su Consigliere. Una suerte que los traidores abundaran en la prisión y uno de ellos estuviera dispuesto a revelarles todo por algunas comodidades. Por lo que resultó fácil engañar a todos, hasta a quienes iban por la recompensa que pesaba sobre ellos.

Ojalá hubiera sido igual con quienes amenazaban a Melissa. Lo bueno era que dejó de ser una preocupación cuando ella quedó en libertad y él fue transferido. O al menos eso esperaba.

—¿Cómo va todo? —preguntó en italiano.

—Como la mierda. —Romeo se rio entre dientes—. Nuestro Sottocapo hizo un gran trabajo... destruyéndolo todo.

—Hijos, ¡Dios los bendiga! —También se rio—. Bueno, ¿y quién es el brillante cerebro detrás?

Romeo buscó su teléfono y le mostró la pantalla. Stefano se encontró con el rostro de una mujer que, al menos en apariencia, no tendría que superar los treinta años. Decir que era bonita hubiera sido un eufemismo: tenía el feroz aspecto de una diosa guerrera y los ojos de una serpiente; sin embargo, su sonrisa... Esa sonrisa siniestra pertenecía a un dragón infernal. Con todo, ella seguía siendo preciosa con aquel cabello lacio, larguísimo y oscuro que solo resaltaba su pálida piel de mejillas sonrosadas. Como algún tipo de Reina Mab o Morgan le Fay. Magnífica.

Pudo entender a Amadeo al instante. De haberse encontrado en su lugar, y no conocer a Melissa, también hubiera caído en sus encantos. Si alguien le decía que era algún tipo particular de cambiaformas sirena y no un dragón, se lo hubiera creído.

—Interesante —respondió luego de un minuto—. ¿Qué sabemos sobre La Señora?

—No mucho. Llegó al país hace como veinte años, enviudó hace quince y se mantuvo al margen hasta hace poco. Tiene un hijo.

—¿Suyo o adoptado?

—Suyo, es mestizo.

—Interesante... ¿Edad?

—Veintitantos.

—¿Cómo se involucra con todo esto?

—Ese es el asunto, no lo hace. —Romeo se guardó el aparato en el bolsillo—. No existe, no se relaciona con la familia, ni siquiera usa el apellido... Es un maldito fantasma. Tuve que remover mucha mierda para dar con él.

La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora