Capítulo 24

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Stefano estaba confundido, para variar. Aunque no por las razones que le hubiera gustado, si es que aquello era posible. Luego de su última sesión de sexo con Melissa, bueno..., ¿cómo explicárselo sin caer en los clichés del hombre machista promedio? No lo sabía, y tal vez ese era el problema: tenía una crisis gai. ¿O debería decir una hetero? Porque eso que lo llevó a tener el mejor orgasmo de su vida no fue el pene de un hombre, sino el de su novia, que era toda una mujer. Tenía que marcar la diferencia, algo así como una línea invisible que lo separaba de los maricones, ¿cierto?

¡Carajo!, en este punto no estaba seguro de nada.

Sin embargo tenía que admitirlo: le gustó. En todos los aspectos; no solo cuando Melissa logró encontrar su próstata y se dedicó a volverlo loco. La forma en la que lo miró; sus besos, el toque suave de sus manos, y el susurro de su voz... Lo había llamado «cariño». Con lo mucho que odiaba los sobrenombres melosos —y que utilizaba más bien como una muletilla—, Stefano se asombró cuando una parte de él se conmovió debido a ello. Fue nuevo, lo hizo sentir emocionado de una forma... Importante y querido, realmente amado.

Quizás fue lo que le hizo deshacerse de la armadura que se colocaba a menudo para protegerse y exponer ante ella su fragilidad.

Durante esos minutos no fue más el Don ni el Diablo de La 'Ndrangheta, sino Stefano D'Alessandro, un hombre común con sentimientos comunes que mostraba su verdadero rostro a la única persona que tenía el poder de destruirlo.

Había querido reír y llorar al mismo tiempo, pero sobre todas las cosas que Melissa lo sostuviera mientras el estremecimiento del orgasmo se desvanecía. A pesar de eso, una vez que la claridad retornó a su mente, la vergüenza superó cualquier otra emoción. Devoradora y asfixiante, le susurró al oído recordándole cada una de sus dudas y temores.

«Entonces, ¿qué eres? —Su voz burlona lo paralizó—. ¿Un hombre o un maricón al que le gusta que se lo cojan por el culo?». Stefano le había respondido con la única seguridad que le quedaba: «Un hombre». Ella, no obstante, se rio.

Por eso, cuando Melissa volvió a besarlo, acariciándole la piel y consolándolo igual que a una patética virgen desflorada, la apartó con brusquedad. No era ninguna maldita princesa que necesitaba ser tratada como el cristal, ¡carajo! Era un hombre, un hombre, ¡un maldito hombre! Y seguro como el demonio que era heterosexual.

«Pero, si es verdad, ¿por qué?», se cuestionó cuando ella lo miró a los ojos con esa preocupación suya, tan genuina como de costumbre, y trató de entenderlo. Al no tener una respuesta, Stefano hizo lo único que consideró correcto: ignorarla. No solo a su mujer, sino todo en general.

Tal vez no fuera un cobarde en otros sentidos de su vida; pero en lo que respectaba a sus sentimientos... ¿Quién podría culparlo? Sobre todo cuando en alguna ocasión le jugaron en contra.

No quería ser de nuevo esa persona, débil y patética, que no sabía hacer otra cosa que inspirar lástima.

Aquel pensamiento lo mantuvo alejado de Melissa al menos durante los próximos tres días, en los que se limitó a compartir la celda. No la miró a los ojos ni le habló, mucho menos hizo el intento de tocarla mientras descubría qué carajo pasaba con él. Quién demonios era. Qué mierda le gustaba.

Durante ese corto periodo, echó de menos a Romeo. Su viejo amigo y Consigliere había sido su única fuente de sabiduría y la voz que escuchaba cuando no sabía qué decisión tomar. Claro que aquello cambió con la aparición de Melissa; en su defensa, Stefano diría que los instintos del lobo mezclados con su propia estupidez le jugaron en contra. Aun así, había sido gracias a Romeo y su última conversación que decidió aceptar lo que ambos tenían.

La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora