Capítulo 47

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Rose jamás pensó atravesar sola el proceso. Quizás no lo estuviera del todo: contaba con sus amigos y los miembros de la asociación de Andy, también con el propio Andy; sin embargo, nada de eso lo hacía mejor. No al menos cuando se encontraba sola en casa, aferrándose a la enorme jirafa de peluche que Melissa ganó en la primera y última visita que hicieron juntas a la feria, sin nadie con quien hablar al respecto o simplemente quejarse de los malestares causados por el bebé. Eran ella y su teléfono o el televisor, ella y su cama, ella y su... horrible soledad.

Había pensado en buscar a sus padres. Como siempre desearon nietos, seguro se alegrarían de saber que su única hija y el mayor fracasos de sus existencias al fin les cumplía el sueño. Por suerte, no cayó en la tentación. Por triste y abandonada que se sintiera, jamás expondría a su bebé a ese par de locos, que le hicieron la vida miserable. Mientras más lejos estuvieran, mejor. Además, estaba segura de que tratarían de hacer una intervención solo para quitárselo.

Durante ese tiempo, pensó en hablarle a Melissa. Era la otra madre y tenía derechos, ¿verdad?, pretender arrebatárselos sería egoísta de su parte. Pero al pensar en ese hombre..., el tal Stefano, su ánimo se desvanecía. Saber que tendría que enfrentarlo también y recibir una de esas miradas arrogantes, que quizás se burlaría de ella... No. Por tanto, lo pospuso día tras día, hasta que llegó el momento de saber el sexo del bebé.

Como de costumbre, fue Andy quien la acompañó. Su amigo la sostenía del brazo, guiándola igual que a una ciega, mientras trataba de seguir la corriente a sus conversaciones sin sentido. Rose siempre fue del tipo de mujer habladora —¡por Dios!, estaba segura de que moriría debido a esto—, pero por algún motivo empeoraba a medida que su ánimo también lo hacía. Últimamente hablaba para no sentirse sola y reía como demente para no llorar.

Una vez dentro del consultorio, la obstetra preparó lo necesario para el ultrasonido. Mientras se colocaba los guantes, hizo un chiste sobre Andy siendo un buen padre, para aligerar el ánimo tenso. No salió como esperaba. Sobre todo porque Rose tuvo problemas para no ser impulsiva y gritarle que su bebé no tenía un papá.

El silencio que los rodeó fue terrible, tan incómodo que apenas si lograban mantener las miradas puestas en los otros durante cinco segundos. Cuando su hijo apareció en la pantalla, no obstante, el corazón de Rose se alivió. A pesar de que a sus ojos no era otra cosa que un borrón dentro de otro borrón, saber que esa pequeña persona formándose era una parte suya y de Melissa la hizo llorar.

Era un niño. Andy la sostuvo mientras se rompía en mil pedazos, murmurándole al oído que todo saldría bien. «No estás sola», le recordó. Pero ¿no lo estaba realmente? En el fondo, no tan profundo para que fuera incapaz de verlo, encontró la respuesta. Ella no tenía nada ni a nadie.

De regreso en casa junto a Andy, se lanzó sobre el sofá y se quitó los zapatos haciendo una nota mental sobre dejar de ponerse botas durante los próximos cinco años. Su amigo le tomó los pies para ponérselos sobre los muslos y comenzó a hacerle un masaje; Rose gimió aliviada.

—Missy preguntó por ti, de nuevo —habló con seriedad—. Tienes que devolverle las llamadas. Se está volviendo loca y me está enloqueciendo también.

—¿Missy, cuál Missy? No conozco ninguna...

—Rose. —Sus ojos se endurecieron al mirarla, haciéndola tragar con aspereza—. Tan furioso como lo estoy con ella por haberte roto el corazón, no puedo estar de acuerdo contigo. También es suyo...

—No, no es.

—Lo es, nada puede cambiar ese hecho.

—Me tiene, no la necesita.

La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora