Capítulo 9

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Olivia le pintaba las uñas. Olivia le pintaba las uñas de un color llamado «flamingo» y pese a que la agente especial Sallow continuaba sin poder distinguirlo del simple rosa, amaba cómo se le veía. En un principio, se preocupó por dos asuntos: de dónde había sacado el equipo de maquillaje y las consecuencias de pasearse por ahí con él. Pero en cuanto su amiga la tomó como sujeto de prueba, en cuanto la agente especial Sallow vio el color y cómo este resaltaba el de su piel, se olvidó de cualquier posible resultado desfavorable. Si de cualquier manera sería usada por Stefano para desahogarse...

Cuando Olivia dio la última pincelada y la agente especial Sallow se vio las manos, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Debió cerrar los ojos con fuerza y respirar profundo para no llorar.

—¿Y qué dices? —Olivia casi murmuró—. Precioso, ¿verdad? Como una princesa.

Aquella palabra resonó en su mente junto con un recuerdo dormido. Hubo un momento, años atrás, cuando soñó con serlo. En el que se paró frente al espejo sosteniendo uno de los vestidos de su hermana mayor y bailó con él, fingiendo ser una Cenicienta sin príncipe. Era azul y lleno de volantes, perfecto para celebrar su graduación. La agente especial Sallow había cerrado los ojos y sentido la suavidad de la tela contra su piel, y bailado. Santo Dios, había girado sobre sí misma, riéndose con una felicidad que no volvió a sentir.

Pero entonces su hermana había llegado de improviso y la descubrió. La agente especial Sallow recordaba también haberse lazado de rodillas, suplicándole que no la delatara con sus padres. Desde luego, ella lo hizo y hasta se rio mientras la castigaban. Aún conservaba las secuelas de su primera y última equivocación como cicatrices en el alma más que en la piel.

Aquella vez juró a sus familiares y a sí misma olvidarse de la ridícula idea y ser «un hombre», ya que nació como tal. En consecuencia, renunció a esa parte que se negaba a morir y siguió los pasos de su padre. Así había terminado como agente de la FPEF.

Claro que después de ser acusada y encerrada injustamente, su familia le dio la espalda. La agente especial Sallow estaba segura de que no se debía al supuesto delito, sino a las circunstancias en la que se dio. Por eso ni siquiera esperaba sus llamadas o visitas, mucho menos una carta. Estaba sola en el mundo, y admitirlo siempre resultaba liberador sin importar lo mucho que le doliera.

—¿Crees... —habló después de un instante, con la voz temblorosa— crees que me veo como una princesa?

Ni siquiera le importó delatarse ante Olivia. Ella lo sospechaba, de cualquier forma, y la agente especial Sallow sentía que no podría continuar reprimiéndose por mucho más. Si nunca volvería a ver la luz del sol, si sería el juguete de Diavolo hasta que éste la lanzara a los perros igual que un pedazo de carne, si de cualquier manera moriría encerrada..., al menos quería hacerlo siendo ella misma de una vez por todas.

La mirada de Olivia fue incluso más amable que de costumbre. Con cuidado, como si temiera romperla en miles de pedacitos que jamás podrían volver a unirse, le retiró el cabello que comenzaba a crecer y le cubría la frente.

—La más hermosa.

—¿De-de verdad? —Tomó aire—. Quiero decir...

—¿Te sientes como una princesa, cariño?

¿Lo hacía? Desde el fondo de su alma, una voz gritó que sí. Y la mujer a la que encerró años atrás, condenándola a la muerte, resurgió desde las cenizas. La agente especial Sallow la vio: aunque carecía de rostro, lloraba mientras extendía la mano, suplicándole que le permitiera ser libre. Y lo hizo, la agente especial Sallow haló de ella para abrazarla y fundirse en una sola como siempre debió ser. Fue liberador de alguna manera, y se sintió en paz por primera vez.

Asintió fuertemente y buscó los ojos de Olivia.

—Siempre he sido... Quiero decir, no tiene que ver con Stefano ni nuestro trato; yo siempre... Yo...

—Calma, bebé, respira. —Le apretó la mano con suavidad—. Siempre has sido diferente, ¿eso quieres decir?

—Sí —admitió con la voz rota; ya ni siquiera le importó detener las lágrimas—. Traté de ser normal, pero siempre... siempre lo supe.

—No hay nada de malo contigo, cielo.

—¿No?

La sonrisa de Olivia fue maternal de algún modo. Ella le secó el llanto antes de halarla hacia su pecho, donde la mantuvo abrazada con fuerza. La agente especial Sallow le permitió consolarla, preguntándose por cuánto tiempo había necesitado ser sostenida de esta forma y amada.

Después del incidente del vestido, su madre la rechazó tanto como su padre. Ambos decidieron que habían sido blandos y su «desviación» era el simple resultado lógico, por lo que nunca más le dieron un poco de cariño. Pensar en ello ahora, le rompía el corazón.

—Eres quién eres y eso no está mal —murmuró y la besó en la cabeza—. Quien diga lo contrario, puede besarnos el culo.

—No quiero que nadie me bese el culo, Liv.

—¿Y las bolas sí?

Carcajearon juntas. La agente especial Sallow se separó para volver a verla a la cara y le sonrió agradeciéndole. La mano de Olivia le acarició el rostro de nuevo.

—Siempre lo supiste, ¿no?

—Tal vez —Ladeó la cabeza—. Y, bueno cariño, ¿con quién tengo el gusto?

La agente especial Sallow cerró los ojos y respiró profundo. «Un nombre», se dijo. Jamás había pensado en ello; pero no podía continuar llamándose Scott para siempre, ¿verdad? Y tampoco lo deseaba. Se trataba de dos personas distintas y ella, por primera vez, quería mostrarse tal cual era.

Mientras buscaba en las profundidades de su memoria, recordó un perfume familiar. De hecho, fue como si se materializase a su alrededor, dándole una sensación de calma; casi como si flotara en alta mar, con las suaves olas acariciándole la piel. Había sido su fragancia favorita desde que tenía uso de razón, y quizás era el motivo por el que Stefano le transmitía la misma serenidad.

Diavolo también acudió a su mente como una imagen. Sus ojos y su cabello oscuros como el ónice, y aquella sonrisa arrogante de dientes blancos y perfectos... Aunque su relación fuera más bien de poder y sumisión, ella no era ajena a sus encantos. Tenía que admitir que se había acostumbrado a su presencia, por muy enfermo que pudiera ser, y que le gustaba de una forma que no podía explicarse.

—Melissa—respondió segura de sus palabras—. Me llamo Melissa.

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La melisa, sándalo, limoncillo, menta melisa, hoja de limón o toronjil, es una hierba apreciada por su fuerte aroma a limón. Se utiliza en infusión como tranquilizante natural, y su aceite esencial se aprovecha en perfumería.



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AAAAL FIN. Al fin llegamos al punto decisivo de la historia. ¡Melissa escogió su nombre y vivir libremente como una mujer! Ahora se viene lo mejor. ¡Estén atentxs!

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Dicho esto, gracias por leer.

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La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora