Capítulo 7

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Conforme pasaban las semanas, algo cobraba vida muy profundamente en la agente especial Sallow. Sin importar cuánto las buscase, ninguna palabra le parecía suficiente, aunque de haber tenido que elegir una..., esa sería «libre». ¿No era acaso una idea ridícula, si consideraba su situación actual? Pero aunque se encontrase aislada de la sociedad, incapaz de ver el sol nuevamente o sentir la suave brisa acariciándole la piel, incluso si fue abandonada por quienes consideró su familia y amigos, nunca se sintió tan libre como en aquellos momentos en los que podía ser quien siempre deseó.

Por supuesto, aún se negaba a admitirlo en voz alta. Sentía que al hacerlo le entregaría por completo el poder a Diavolo y, por tonto que pareciese, deseaba conservar el poco que le quedaba para sí misma. Sin importar que estuviera atada a su silla igual que un perro, convertida en el simple objeto de su placer, ella aún era dueña de una parte de sí misma y era la que se rehusaba a entregarle. Porque, como agente de la FPEF lo sabía mejor que nadie: la información era poder y quienes la poseían se encontraban en una posición privilegiada.

Si le permitía a Stefano tomar todo, estaba segura de que sería no solo el final de este pequeño paraíso que hizo para sí misma en el infierno, sino de cualquier rastro de humanidad.

La agente especial Sallow pensaba en esto mientras fingía leer en la biblioteca. Gracias al cielo por el pequeño lugar que le permitía estar en contacto consigo misma; pero sobre todo lejos de los reos más violentos. Aquí, en compañía generalmente de ancianos e inocentes víctimas del sistema judicial, se sentía más como en casa. Si bien en su antiguo hogar la estantería de libros era tanto enorme como diversa, no se quejaba de lo que tenía a la mano. Leería cualquier cosa que le permitiera dejar de pensar.

Por desgracia, los problemas parecían amarla. La agente especial Sallow supo que la perseguirían de nuevo cuando el enorme y musculoso calvo lleno de tatuajes cruzó la puerta. Sus ojos feroces, de algún modo animales, se fijaron hambrientos en ella. Incluso se relamió los labios a medida que avanzaba hacia la pequeña mesa en el fondo, que compartía con la soledad.

Se sentó a su lado, con las piernas tan abiertas que la rozaba con cada respiración, y le ofreció la mano diciendo con voz rasposa:

—Giovanni —Aunque ligero, tenía un acento italiano similar al de Stefano—, pero me puedes decir Gianni.

Después de vacilar un segundo, en el que Giovanni levantó una ceja como burlándose, ella la estrechó.

—Scott.

—¿Solo Scott?

Una extraña sonrisa se le dibujó en los labios. La agente especial Sallow resopló cerrando el libro. Y bueno, ¿cuál era el problema con su nombre? No solo había sido Olivia, sino la mayoría de los presos con los que la presentaba: cada uno hizo la misma maldita pregunta, logrando incomodarle. Ahora también este... Por sus tatuajes lo identificó como miembro de la Familia criminal Scarfo, ¡perfecto! Cómo si no tuviera bastantes problemas ya, siendo la mujer del Diablo.

—Sí, solo Scott.

—Si tú lo dices...

—¿Se te ofrece algo? Estaba ocupada... ocupado aquí, ya sabes, leyendo.

Rezó porque Giovanni no notara sus desliz; él lo hizo, desde luego, y aquella sonrisa depredadora en sus labios se convirtió en algo más que lasciva. Hasta sus pupilas parecieron ensancharse mientras el azul en ellos se tornaba dorado. ¿Cómo era...? «¡No es humano!», el pensamiento le vino a la mente y logró marearla.

No tenía sentido, ¿qué demonios hacía alguien como él encerrado entre barrotes que fácilmente podría doblegar?

La mano de Giovanni se acercó a su rostro. Cuando la sostuvo por el mentón, forzándola a mirarlo, la agente especial Sallow se estremeció debido al contacto de sus pieles. Se sentía inadecuado de alguna manera, sucio y doloroso.

La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora