Melissa sentía un terrible nudo en la garganta que no la dejaba respirar; sin embargo, no era tan grande como el dolor que comenzó a desgarrarla desde adentro cuando empezó a bañar a Stefano y descubrió... Incluso si tuvo una vista previa de las cicatrices, el día en el que acudió al estudio de Rose para tatuarse, no imaginó la magnitud de ellas ni cómo se produjeron. Ahora podía hacerse una leve idea y, por Dios, era demasiado para soportar. ¿Cómo pudo hacerlo él?
Había tocado cada una con tanta delicadeza como le fue posible. Aun así, Stefano luchó contra el dolor que le provocaba leves estremecimientos. Y cuando Melissa se atrevió a deslizar los dedos entre sus nalgas... Sin importar que no hubiera abierto la boca, aunque se mantuvo quieto mientras lo limpió, ella pudo sentirlas en los muslos también.
Por lo que aquí se hallaba: sin saber cómo lidiar con sus emociones y comportándose igual que una dictadora, riñéndole por todo, porque no tenía el valor para enfrentar esta nueva realidad.
Stefano hizo a un lado la comida, satisfecho en apariencia, y le sonrió. No como antes, su arrogancia característica había desaparecido. Le pareció más bien retraído y temeroso de hacer un movimiento en falso que pudiera alejarla para siempre.
—Hablemos ahora, dolcezza —empezó a hablar, con la voz muy baja—. ¿Qué te dijo Romeo exactamente?
—Que me amas.
—Te amo.
—Y que lo de Valentino fue cosa tuya; no de él. —Tomó aire—. Que... que salí en tu lugar po-porque querías protegerme.
Las lágrimas le bañaron las mejillas otra vez. Tal parecía que lo único que sabía hacer era llorar como una tonta. La mano de Stefano se extendió para tocarla y sus dedos le acariciaron el rostro con ternura.
—No llores, abejita.
—¿Por qué no me dijiste? Si-si hubiera sabido...
—Te habrías quedado y yo iba a ser transferido, ¿cómo te protegía en esas circunstancias? —Tragó con aspereza—. Cuore mio [mi corazón], no espero que lo entiendas, ¿sí?, ni siquiera yo lo hago. Pero pensé... No pensé.
—Nunca piensas.
—No cuando se trata de ti. —Bufó una risa amarga—. Soy estúpido con mis sentimientos y tú me haces tener muchos. No sé... Carajo.
Calló de repente. Sus ojos oscuros tenían un brillo escarlata, que le pareció demasiado tenue, y el lobo se asomó a través de ellos. Sin importar cuánto lo hubiera visto en el pasado, jamás se atrevió e enfrentarlo. Stefano no lo permitió y, para ser honesta, ella le temía al animal. Hoy, no obstante, pudo hacerlo y la sensación que le produjo se parecía a la calma.
«Compañera, te amo», creyó oírlo susurrar en su mente con una voz grave distinta a la de Stefano. ¿Cómo era posible? Ahora que sabía más sobre los cambiaformas también lo hacía respecto al vínculo. El que los unió estaba roto, Stefano se encargó de él cuando... En ese instante recordó que mintió diciéndole que había matado al lobo, ¿sería que lo hizo también con esto? ¿Pero no tendría que continuar sintiéndolo en su alma? ¿Y qué había del tatuaje?
La mano de Stefano busco la suya sobre la cama hasta entrelazar los dedos. Los levantó para besarlos sin dejar de verla a los ojos; Melissa le dio una sonrisa diminuta.
—¿De qué querías protegerme? Nadie sabía...
—Sí, lo hacían. —Su nuez de Adán se movió un par de veces—. Recibí amenazas, todas hacia ti. Al principio pensé que era ese perro, Caruso; pero cuando lo maté y siguieron llegando y-y te cortaron el cabello... Por favor, entiéndeme. Me asusté.
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La mujer del Diablo ┃ Las mujeres de la mafia #2
RomanceDespués de ser condenada a prisión debido a un crimen que no cometió, la agente especial Sallow sabe que sus días están contados. No solo porque es encerrada junto a los criminales más peligrosos del mundo, sino porque se trata de hombres violentos...