La leyenda;

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LA LUNA, EL SOL Y LAS ESTRELLAS: LA LEYENDA.


Existía un rumor entre el cielo y el infierno.

Uno que contaba verdades a medias sobre la historia que un día se narró entre el universo y sus astros. Era esa clase de rumor que se contaba de punto a punto, como si fuera un secreto que nadie estaba dispuesto a guardar y más cuando en el universo, infinito y luminoso, todos parecían escuchar.

Casiopea era una constelación brillante, llena de absoluta entereza, delicadeza y poder, sus estrellas unidas permitían la grandeza de quién la viera; se cuenta que algunas veces había sido personificada en una mujer llena de encanto, dulzura y justicia. Sus cinco uniones eran conocidas por sus nombres, partes de sí misma que desprendían su magia en el universo: Zana, la primera luz. Maka, la unión entre una y otra. Cass, la noble del universo. Adem, la más brillante. Y por último, estaba la heredera del cielo y el infierno: Lux.

Se contaba que la lealtad era su mayor virtud, pues Casiopea era justa y creyente de las uniones reales entre cada astro. Tal vez por eso hizo lo que hizo.

Entre la eternidad cambiante que cubría al universo, el enamoramiento de la lejanía entre el sol y la luna existió. Un amor que solo era de lejos, de miradas y un único punto de unión entre los crepúsculos, justo cuando el sol se escondía y la luna salía a saludar.

El sol amaba esos pequeños segundos de encuentro, nunca necesitó más. Su luminosidad era intensa con la sola idea de saber que al salir, estaría la luna ahí. No necesitaba más que esos momentos efímeros. La luna sí.

Se contaba que la luna era la conocedora de las historias de amor prohibidas, era a quien recurrían a derramar lágrimas y quién formaba parte de todos los secretos que se contaban. Su brillo hipnotizaba, y ella lo sabía. El mundo la prefería por encima de todo porque en las noches, su brillo era quién iluminaba el camino oscuro de quién tenía algo que callar y esconder.

No estaba acostumbrada a ver las cosas de lejos, así que sin importar ese sentimiento que estaba dentro de sí, la luna siguió siendo la reina del lugar, coqueteando y sonriendo descaradamente a todo aquel que iba a rendirse a sus pies. Pues a su juicio, nadie era suficiente para estar a su lado como algo único. La luna era única y preciosa, y así mismo, estaba segura de que nadie podría estar a su nivel.

No contaba con que Casiopea, hermosa y leal a las uniones, estaría indignada de ver cómo el sol se rompía en pedazos y quemaba su brillo al sentir la traición de lo que estaba destinado a ser un amor eterno entre los astros.

Tomando su poder, y toda la fuerza de sus estrellas, Casiopea bajó a la tierra, sus pies descalzos y su figura desnuda tocando la tierra de aquel pequeño lugar rodeado de árboles, naturaleza y tranquilidad. Pero lleno de la suficiente concentración energética como para animarla a seguir sus deseos de venganza ante la traición de la luna.

Unos cuantos bailes, palabras y movimientos sutiles fueron capaces de lograr el cometido.

Casiopea maldijo a la descendencia de la luna.

Cuando fuera el momento indicado, cada descendencia de la luna estaría condenada a la maldad, a encantar para lastimar y a vivir toda la vida buscando refugio en la desazón de lo que eran. Monstruos capaces de absorber la vitalidad de los más débiles, adoradores del miedo y la tristeza.

El terreno quedó maldito y Casiopea volvió a su lugar entre los astros, sus estrellas unidas guardando su secreto y todo siguiendo el rumbo que debía seguir.

Pero los actos que creemos que hablan en nombre del bien algunas veces nos castigan.

Tiempo después, se dió a conocer la unión mandada por el universo, y Casiopea quiso morir.

La luna y la constelación Casiopea estaban destinadas a traer la descendencia del universo, de llenar el mundo de seres mágicos y capaces de revivir todo. Pero Casiopea había dado una orden a la descendencia de la luna, y supo que sus hijos, esos que ella formaría para vitalizar la tierra, estaban destinados a la desgracia.

Lloró varios días, su corazón lleno de angustia y culpa ante sus actos llenos de inconciencia y rebeldía.

No contó sus actos a nadie, así que protegiendo a sus hijos y cuidando su espalda, hizo lo que fuera posible por minimizar el golpe de realidad de su maldición. Estarían destinados a amar eternamente, sus corazones serían capaces de ser nobles y conscientes, pero la oscuridad y la maldad estaría presente y podría dormir por siempre.

Una noche, a escondidas de todos los astros, Casiopea bajó nuevamente a la tierra al mismo lugar donde hizo la maldición, y le dió un nombre a ese lugar: Aselan.

Sus hijos tendrían historia ahí, sería el punto de mayor concentración para ellos y sería un lugar encantado para atraer seres vivos de los cuales sus hijos podrían alimentarse.

Nadie tendría que saberlo más que ella.

Nadie tendría que notar lo que había hecho.

La primera descendencia salió de una explosión de magia entre ella y la luna, y el rechazo natural de todos los astros a su descendencia maldita la lastimó tanto que fue cegada por la envidia y el dolor. Su descendencia fue apartada al no tener la pureza necesaria para darle vitalidad a la tierra y se dió una nueva unión.

El Sol sería capaz de concebir por su cuenta y poblar la tierra con la más bendita y hermosa creación; llenas de sabiduría y magia eterna.

Pero la envidia de Casiopea era igual de eterna, así que esperó pacientemente al momento justo de la primera prueba del sol: tendría una primera hija para evaluar su pureza y vitalidad.

Al nacer, encantó a todos los astros, era hermosa y con un alma tan pura que sería incapaz de no cumplir con lo propuesto. Nadie contaba con que Casiopea tenía la sabiduría eterna, y no cometió el mismo error que antes.

El día que dejarían a la niña, que ya estaba crecida y llena de sonrisas nobles, ella haría su movimiento maestro.

Usurpó el alma de la joven, la miró a los ojos y permitió que un demonio mayor perforara su alma. La invocación gastó casi todo su poder, pero valió la pena al saber que por la sangre de la dulce niña solo existiría la maldad y el terror.

Sus hijos estaban malditos, pero la hija del sol también.

Casiopea había vestido a un león de cordero.

SANGRE #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora