Capítulo 35;

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CAPÍTULO 35:


Aselan, el lago.

Mucho tiempo atrás.

El dolor parecía no cesar, un ardor afilado subiendo por su garganta y el retumbar de algo en su pecho rompía dentro de su cabeza.

Renacer. Esa era la palabra que su madre había dado para ese momento. Estás renaciendo, cultivando mis deseos y propagando la desgracia. Eres la hija de la luna y el sol, pero soy yo, Casiopea, quién tomó tu alma y la hizo latir. Soy yo, tu madre ilegítima, quien te ordena llevar oscuridad en tu nombre. Estaba renaciendo en las fortalezas del miedo.

No tenía nombre, no tenía identidad. Solo tenía la oscuridad formándose dentro de sí.

—Hija.

El llamado de esa voz hizo que sus ojos se enfocaran en algo más que el rojo que fusiona todo. Todo era rojo, se sentía rojo, al igual que la sangre que corría dentro de su cuerpo... sangre que se tornaba más oscura con los segundos que su renacer se tomaba para terminar.

—Madre —respondió. La voz ronca por el desuso.

—He tenido hijos antes. Encantadores, maravillosos y malditos por mi voz —habló—. Pero tú —sonrió—, eres la creación más hermosa que pude hacer. El poder de una bruja formándose en tu pecho, atado a la desgracia y la oscuridad que he dado para ti. Eres una pesadilla vestida de un sueño.

La mujer era hermosa. Ojos completamente negros brillando en intensidad, cabello negro y oscuro como la noche, largo hasta arrastrarse por el suelo. Llevaba el cuerpo desnudo, toda la piel oscura revelada y una cicatriz en la mitad de su pecho resaltando en detalles.

—Naciste para hacer mi voluntad.

—Sí, madre.

—Eres mía. Mi elección.

Cayendo de rodillas, inclinando la cabeza y respirando fuerte, fue todo lo que necesitó para estar a los pies de quién confíaba era su Dios. Su única deidad. Viviría y serviría a su amada madre, su señora y dueña del destino de todos aquellos desafortunados que estuvieran en su camino.

—He traído algo para ti.

Alzando la cabeza pudo notar como su madre, Casiopea, pasaba una de sus largas uñas sobre la cicatriz que cubría su pecho. Segundos después, la herida se abrió y gotas de espesa sangre negra se derramaron sobre el cuerpo de Casiopea. Era una vista tan absorbente y encantadora. Se sentía como estar presenciando la primera maravilla del mundo.

Casiopea rasgó un pedazo de su corazón. Verde y brillante.

—Madre —jadeó la renacida.

—Éste pedazo de corazón —comenzó, mientras que entre sus manos sostenía lo que había arrancado de sí misma—, tiene tanto poder que solo mis hijos pueden hacerle frente.

—Lo protegeré con mi vida.

—Le llamaremos la gema de Casiopea —susurró con voz aguda—. Mi gema. Mi poder. Y sólo quién esté maldito de alma puede usarla. No es para débiles de corazón. No es para las hijas del sol.

—Yo soy hija del sol.

Un estallido de dolor se aferró a su pecho después de soltar esas palabras.

—Eres mí hija —aseguró Casiopea—. Yo te dí lo mejor de ti, el mayor poder y la seguridad de usarlo. Te dí el miedo y la oscuridad, haz de ellos una infinidad.

SANGRE #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora