CAPÍTULO 39

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Un chico, no mucho mayor que nosotros, abrió la puerta.

— ¡Enano!.

Me eché a un lado cuando el chico se lanzó hacia adelante para estrujar a Yoongi entre sus brazos. Era apenas un par de centímetros más alto que mi novio y su parecido con él era alucinante. El rostro ligeramente más ancho, con la mandíbula menos marcada y los labios más finos, pero tan parecidos que resultaba extraño mirarlo.

— Ya, ya... — se quejó Yoongi mientras palmeaba la espalda de su hermano con una sonrisa.

El chico dió un paso atrás y le revolvió el pelo antes de girarse para mirarme. Esperé un escaneo exhaustivo, un repaso de arriba abajo, pero sus ojos jamás bajaron de mi barbilla y, cuando una sonrisa que conocía bien empezó a formarse en su rostro, respiré.

— No se que has visto en este — dijo señalando a Yoongi con la barbilla —, pero solo por aguantarlo ya tienes todos mis respetos. Geumjae, por cierto.

Sonreí al oír el resoplido procedente de mi derecha. Le hice una reverencia y estreché la mano que me ofrecía.

— Neizher, encantada — respondí — y hago lo que buenamente puedo.

Yoongi alzó los brazos y los dejó caer dramáticamente, pero lo conocía lo suficiente para saber que estaba disfrutando incluso más que nosotros aquella pequeña interacción. Geumjae nos guió hacia el interior de la vivienda mientras hablaba con Yoongi sobre un pariente. La casa era pequeña, con una decoración rústica muy particular. La madera era el color predominante y había tantos cuadros sobre las paredes que apenas se podía apreciar el color crema de la pintura. Me quedé tan embobada mirando las fotografías de un bebé Yoongi que no fui consciente de que no estábamos solos hasta que me hablaron.

— Era un pequeño mochi, ¿verdad?.

Giré de golpe la cabeza al escuchar una voz masculina muy cerca de mí. Un hombre de unos cincuenta años estaba parado a un metro de distancia de donde yo me hallaba. Iba vestido con un polo celeste y unos pantalones oscuros y su cabeza estaba coronada por una densa mata de cabello negro como la noche.

— Cualquiera diría que se lo cambiaron en algún momento — dije sin saber de donde hallé el valor para hablar.

Una risa profunda y ronca cruzó el pequeño pasillo.

— Ya me caes bien — dijo emprendiendo el camino hacia la sala de la izquierda —. Ven, tengo unas fotos muy vergonzosas que enseñarte.

Solté la mano de mi quejumbroso novio y seguí a su progenitor hasta un pequeño salón, donde una mujer de mediana edad estaba sentada en uno de los sillones. En cuanto entré clavó su mirada penetrante en mí y supe que ella sería un hueso duro de roer. Su cabello ondulado descansaba sobre unos estrechos hombros que estaban cubiertos por una sencilla blusa. Sobre su pequeña nariz descansaban unas grandes gafas de metal que lejos de darle una apariencia adorable, la hacían parecer más imperturbable. Me obligué a no mostrar el nerviosismo que luchaba por apoderarse de todo mi ser. En lugar de encogerme o esconderme tras mi novio como realmente quería hacer, me quedé allí parada con una sonrisa más que entrenada que de tanta práctica parecía de lo más natural.

— Abba, eomma, os presento a Neizher — escuché decir a Yoongi —. Nei, ellos son mis padres, Haneul y Jiwoo.

Haneul me saludó con una reverencia y una sonrisa, su mujer en cambió se limitó a imitar el gesto con la cabeza. Pese a la evidente falta de respeto, les respondí con una reverencia a ambos antes de acercarme a Haneul, que ya me estaba señalando el sofá junto a él para enseñarme dichas fotografías.

Bajo el foco [Yoongi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora