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No era capaz de mirarle a la cara, sabía que en cuanto mi mirada se clavase en sus ojos, flojearía. Tenía que ser fuerte, y no ceder. Pero con él allí, no sabía si eso sería posible. El efecto que provocaba en mi era demasiado fuerte, pero al menos, tenía que intentarlo, por mi.

El hall de mi casa era pequeño, cuadrado, y con una entrada directa al salón. Allí fue donde me dirigí, sin volver la vista atrás. Pero tampoco era necesario, sabía que él me seguía de cerca, observando y analizando mi reacción.

Avancé hasta el fondo de la habitación, donde había una ventana que daba justo a la calle. Era tarde, todo estaba desierto, pero en las casas que nos rodeaban se podía ver la luz que iluminaba las cenas de todas aquellas familias que se habían reunido para recibir el nuevo año. La luz de la farola dejaba ver que estaba empezando a llover. Miraba las pocas gotas que de momento caían, cuando de repente sentí unas manos posarse en mi cadera. Mi cuerpo tembló ante su contacto.

- Te he echado de menos -. Su voz sonó suave junto a mi oído, calmada, pero dejando ver pequeños ápices de duda. Yo no pude contestar, las lágrimas se me agolpaban en los ojos, pues mis sentimientos eran tan contradictorios que no sabía como actuar. Por un lado, no quería volver a sufrir por nadie, no estaba dispuesta a que me hicieran daño de nuevo, después de todo lo que había pasado, era algo que me debía a mi misma, y era algo que me había prometido, pero por otro lado, había venido hasta mi casa, en Navidad, por mi. Sabía que su familia era lo primero para él, y aún así, allí estaba, el día de fin de año, en la puerta de mi casa, aún a riesgo de que yo le rechazase. 

Él permaneció allí, detrás de mi, mientras yo sentía el contacto de sus manos, intentando controlar mi respiración.

- Por favor... Mírame -. Respiré hondo, pues tan pronto me diese la vuelta, la coraza que estaba intentando mantener desaparecería. 

- Yo... No puedo... -. 

Y sin esperar a que yo dijese nada más, me cogió del brazo, y me giró, quedando uno frente al otro. Su mirada estaba clavada en la mía, y dejaba ver como se sentía, veía arrepentimiento, e incluso pude ver miedo. 

Pero antes de que pudiese volver a decir nada más, sus labios se posaron en los míos. Dejé de respirar, y se sentía tan bien, que incluso por un instante dejé de pensar. Podría haberme quedado a vivir para siempre en ese beso, pero la lucidez regresó a mi.

- Pedro... Por favor -. Separarme de sus labios fue lo más difícil que había echo durante ese tiempo. Él obedeció, y se separó ligeramente, aunque seguía tan cerca que podía notar su calor, incluso en una noche fría como aquella.

- Aila, lo siento... lo siento mucho -. Sabía que era verdad, en ningún momento dudé de su palabra.

- Lo se. Pero eso no cambia nada -. Empezó a moverse en el sitio, inquieto.

- Se que lo que escuchaste te decepcionó... -.

- No -. Dije instantáneamente, sin dejarle terminar lo que tenía que decir - No estoy decepcionada. Tu y yo no somos nada, nunca lo hemos sido, eres libre de decir y hacer lo que quieras, al igual que yo soy libre para elegir no sufrir -. Una lágrima recorrió mi mejilla sin que pudiese evitarlo. Mientras él la limpió con su dedo gordo, a la vez que tomó aire para volver a tomar la palabra.

- ¿Recuerdas aquella noche, en mi casa? -. Claro que recordaba aquella noche, fue una de las mejores noche de mi vida, era imposible de olvidar - ¿Recuerdas lo que te dije antes de ir a dormir? Te dije que me gustaría pasar todas las noches contigo... Y no mentí en ese momento, al igual que no miento ahora. 

Me quedé ahí, mirándole a los ojos, escuchando todo lo que me tenía que decir. Sabía que era peligroso, pues estaba en un punto en el que cualquier palabra que saliese de su boca podría hacerme cambiar de opinión, pero al menos le debía esto, escuchar lo que tenía que decir.

Till the end of my days. [Pedro Pascal fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora