2. Ollivander

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<<Nací original, ¿por qué vivir como una copia? >>



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Hagrid lo esperaba fuera de la tienda de túnicas, listo para sorprenderlo con un regalo de cumpleaños muy especial, una hermosa lechuza nival, que a los ojos de Harry, parecía realmente inteligente y observadora.

Después de que el niño le agradeciera efusivamente por su primer regalo de cumpleaños, llegando incluso a abrazarlo brevemente, el semigigante lo llevó a la heladería Fortescue para seguir mostrándole las delicias del mundo mágico.

Mientras degustaba un enorme helado de chocolate y nueces, Harry pensaba en todo lo que había dicho el chico de la tienda de túnicas. Aunque rápidamente sus pensamientos fueron a la conversación que había mantenido con el guardián de las llaves esa misma mañana.
Ahora sabía que sus padres no habían muerto en un accidente de coche, sino asesinados por una mago malvado.
No habían sido borrachos, habían sido héroes.

Hagrid, notando que el niño estaba demasiado callado, le preguntó si estaba bien.

— ¿Qué son las casas? — preguntó el ojiverde, mientras miraba fascinado su helado mágico, uno que pese al sol abrasador no se derretía con el calor como lo hacían los helados muggles.

— Vaya... Realmente no sabes nada, eh? Las casas en Hogwarts son cuatro: Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin, y son algo así como tu familia dentro del castillo — respondió el semigigante con su característica alegría y despreocupación.

— Conocí a un chico en la tiendas de túnicas que quería estar en Slytherin — confesó Harry, evitando decir que la actitud del chico le había recordado mucho a su malcriado primo.

— No es la mejor casa... El mago que mató a tus padres salió de esa casa — se apresuró a decirle Hagrid, perdiendo por un momento su eterna sonrisa.

— ¿Voldemort?

— ¡No digas su nombre! — gritó el semigigante, perdiendo los nervios.

— Lo siento... — se disculpó Harry, retrocediendo asustado, ese hombre era mucho más grande que su tío y no quería imaginarse todo el daño que podría hacerle.

— Está bien. De todas formas tú no tienes que preocuparte por las casas — lo tranquilizó Hagrid, recuperando instantáneamente su buen humor, sin notar lo mucho que había asustado al pequeño mago con su arrebato.

— ¿Por qué? — preguntó el ojiverde, sin entender por qué él no debería preocuparse, y olvidando su miedo por unos instantes, pero aún así se mantuvo alejado del gigante.

— Porque tú estarás en Gryffindor como tus padres — respondió alegremente el guardián de las llaves, dejando más confuso aún al niño.

— Pero... — protestó Harry, sin comprender por qué quedaría en la misma casa que sus padres. ¿Acaso eso se heredaba?

— Todos los Potter han estado en Gryffindor y tú también quedarás allí, ya lo verás — lo interrumpió Hagrid, y el ojiverde viendo que el semigigante no iba a explicarle nada más decidió cambiar de tema.

— ¿Por qué ese mago mató a mis padres? — esa era otra cosa que no lograba entender, ¿por qué ese mago había ido a su casa?

— Bueno, ellos se oponían a él. Tus padres eran muy valientes y deberías estar orgullosos de ellos, después de todo dieron su vida por ti — recitó el guardián de las llaves como si fuese algo ensayado o algo que hubiera escuchado muchas veces.

— Claro — asintió el niño, aunque cada vez entendía menos.

— Ahora termina tu helado, debemos ir a por tu varita — lo apuró Hagrid, empezando a sentirse incómodo con tantas preguntas.

— ¿Por qué nunca supe del mundo mágico? — preguntó Harry, poniéndose en pié.

— El profesor Dumbledore quería protegerte — respondió rápidamente el semigigante, empezando a caminar a grandes pasos sin esperar al azabache.

— ¿De qué? — insistió el ojiverde, corriendo tras él para ponerse a su alcance.

- Aún quedaban algunos magos oscuros tras la derrota de ya-sabes-quién. El profesor Dumbledore no quería que corrieses peligro — confesó el guardián de las llaves, mirándolo por fin.

— ¿Y quien me protegía de los Dursley? — preguntó entre dientes Harry, sintiendo como su cuerpo ardía en furia.

— Debemos irnos ya — esquivó Hagrid, dejando la pregunta sin responder.

Mientras caminaban hacia la tienda de varitas, Harry repasaba todo lo que Hagrid le había contado hasta el momento. Tal vez estuviera perdiendo la cabeza, porque empezaba a pensar que el semigigante era miembro de una secta, y que el director de Hogwarts era el líder de ésta.
Y por muy fascinante que fuera el mundo mágico, él no quería pertenecer a una secta liderada por ese hombre.
Puede que Dumbledore fuese el líder de la luz, como Hagrid recitaba fervientemente, pero para Harry tan solo era el hombre que lo condenó a los Dursley.

Él no era miembro de su familia... Entonces, ¿por qué tenía que quedarse donde él dijera? Además, ¿cuántas veces lo había visitado ese hombre en todos esos años? ¡Ni una sola vez!
¿Y por qué no había venido él a enseñarle el mundo mágico?
Recordó las palabras de Hagrid cuando se presentó, el director había sabido que sus tíos darían problemas.

Sí sabía eso... ¿Qué más sabía? ¿Sabía que dormía en una alacena? ¿Sabía cuánto lo odiaban y despreciaban?
Cuántas más preguntas se hacía, menos le gustaba el director.

La visita a la tienda de varitas había sido mucho peor de lo esperado, y eso teniendo en cuenta que no había esperado absolutamente nada.
Garrick Ollivander era un hombre tan misterioso y fascinante como espeluznante y aterrador, consiguió que el ojiverde se sintiese incómodo desde que entró a su polvorienta tienda hasta que por fin pudo salir y respirar aire puro de nuevo.

Lo único bueno que había salido de esa visita era su increíble varita, aunque había tenido que probar cientos de varitas antes de poder llegar a ella. No le hacía mucha gracia compartir el núcleo con la varita del mago que lo había dejado huérfano, pero no estaba dispuesto a dejar que ese hecho lo amargase más de lo necesario.

Siguió a Hagrid por el Callejón Diagon maravillándose con las muestras de magia de los transeúntes. Lo que más fascinaba al pequeño Potter era que parecía de lo más natural para ellos.
Una parte de él los envidiaba por poder usar su magia libremente, él había tenido que luchar contra su magia toda su vida. Tan solo esperaba que ésta no le guardase rencor, porque de ser así... Su esperanza de escapar de los Dursley se iría a la basura, y con ella la única posibilidad de una vida fuera de su alacena.
Fue interrumpido de sus pensamientos bruscamente cuando Hagrid lo agarró por un brazo para que se detuviera.

— Slugg&Jigger es nuestro próximo destino, allí podrás comprar todo lo necesario para tu clase de Pociones — anunció el semigigante, señalando al otro lado del callejón, cerca de la entrada mágica del Caldero Chorreante.

— ¿La balanza también? — preguntó el niño mirando la lista de materiales que había sacado de su bolsillo, y alejándose disimuladamente del adulto sintiéndose todavía intimidado por él.

— Claro, allí ahí de todo — respondió alegremente Hagrid, ignorando de nuevo el miedo y desconfianza que provocaba en el niño.

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Espero que os haya gustado...

¿Por qué no podemos ser amigos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora