58. El inicio del verano

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<<El amor puede conquistarlo todo, haciendo realidad los sueños...>>





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El inicio de las vacaciones de verano estaba resultando mucho mejor de lo que Harry se había imaginado. Había comenzado con un caluroso recibimiento en la estación por parte de mamma Isabella y el tío Thadeus, quienes los habían llevado a la mansión Zabini, a donde Severus llegó también solo unos minutos después, para gran alegría del ojiverde que se lanzó a los brazos de su padre en cuanto este cruzó la red flu. 

Los seis habían tenido una agradable cena familiar, en la que los niños dirigieron la conversación explicándoles a los adultos todos los planes que tenían para las vacaciones. Cuando el postre fue servido, el nivel de entusiasmo de los tres pequeños magos  había descendido considerablemente, al igual que sus niveles de energía, por lo que los tres adultos los acompañaron a acostarse.

Esa noche, Harry se durmió con una enorme sonrisa de felicidad mientras su padre lo arropaba, disfrutando de la sensación de sentirse querido.

Severus también se durmió con una sonrisa brillante esa noche, quizás debido a la sorpresa que le tenía preparada Isabella. La bruja italiana había hecho reformas en su increíble laboratorio, dividiéndolo en cuatro espacios de trabajo diferente, cada uno con su propio armario de ingredientes. Obviamente Thadeus y Theo no necesitaban su propio espacio ya que ambos evitaban todo lo referente a las pociones a no ser que fuera realmente necesario.

No podía esperar para enseñarle a su pequeño pocionista el espacio que Isabella había creado para él. En un acto de impulsividad, había pensado en despertarlo, pero cambió de opinión en cuando recordó lo plácido y cómodo que parecía el niño cuando lo había dejado dormido en su cama.

Al día siguiente, en cuanto terminaron de desayunar, Severus e Isabella llevaron a sus hijos hasta la parte inferior de la casa para mostrarles el nuevo laboratorio.
Thadeus, sabiendo el poco interés de Theo en Pociones, invitó a su hijo a un juego de runas.

Harry y Blaise quisieron quedarse a vivir en el laboratorio desde el primer segundo que lo pisaron.
Ambos niños agradecieron a su mamma el enorme regalo que les había hecho: un espacio propio para crear y divertirse.

Unos días más tarde, Severus le propuso a Harry pasar un día padre-hijo, y por supuesto el ojiverde aceptó encantado ya que le encantaba pasar tiempo con su padre.

El pocionista tenía dobles intenciones, por un lado quería pasar tiempo a solas con su hijo y por el otro lado quería darle a su pequeño pocionista todo lo necesario para poder cultivar sus dones.

Tras un copioso y nutritivo desayuno, padre e hijo salieron de la mansión Zabini y una vez fuera de las protecciones, se aparecieron en un pequeño bosque al oeste de Irlanda.

— ¿Dónde estamos, papá? — preguntó Harry, mirando a su alrededor con curiosidad.

— En el bosque — respondió con una sonrisa burlona el pocionista — Pensé que te gustaría recolectar tus propios ingredientes...

— ¡Síííí! — exclamó con entusiasmo el ojiverde antes de que su alegría cayera rápidamente — Pero no he traído nada para guardarlos...

— Tranquilo, principito — lo calmó el slytherin, sacando un maletín del bolsillo de su túnica y agrandandolo con un toque de su varita — Tenemos todo lo necesario.

— ¡Eres el mejor! No sé cómo lo haces, papá, pero siempre estás preparado para todo — parloteó alegremente el niño mientras veía a su padre abrir el maletín, revelando la enorme cantidad de viales en su interior — Cuando sea mayor quiero ser como tú.

— ¡Qué curioso! Yo también quiero ser como tú cuando sea mayor — río divertido Severus, haciéndole cosquillas a su hijo hasta que también se rió.

Padre e hijo pasaron las siguientes dos horas felizmente recolectando ingredientes por la parte más profunda del bosque.
Severus, aunque lo negara hasta la muerte, llevaba un profesor dentro de él, por lo que se dedicó a darle largas explicaciones al niño sobre cada ingrediente que añadían a su saco mágicamente agrandado.

El pocionista también quiso llevar a su hijo a conocer el que él consideraba el mejor invernadero de la toda Gran Bretaña.
El dueño del invernadero, David Lynch, sentía mucho aprecio por el profesor de Pociones y sonrió brillantemente en cuanto vio a su cliente favorito.

— ¡Severus! ¡Qué agradable sorpresa!

— Buenos días, David — saludó el slytherin con una pequeña, y apenas imperceptible, sonrisa — He venido para obtener algunos ingredientes, y también para presentarte a mi hijo Harry.

— ¿Tu hijo? ¡Qué fantástica noticia! — celebró el mago mayor, mirando con una sonrisa al mago más pequeño— Es un placer conocerte, Harry.

— El gusto es mío, señor Lynch — replicó con timidez el niño, ofreciendo su mano al dueño del invernadero — Su invernadero es realmente genial...

— Muchas gracias, pequeño — sonrió David, enternecido por la ternura del azabache — ¿Te gustaría que te lo enseñase?

— ¿Podemos, papá? — preguntó el ojiverde, mirándolo con ojos suplicantes.

— Podemos — asintió el pocionista, dispuesto a complacer a su hijo en todo lo que pudiese.

Una hora después, ambos salieron del Invernadero Lynch con una amplia sonrisa en sus rostros y montones de ingredientes en su saco.
David se había enamorado rápidamente de la ternura del ojiverde, y el ojiverde se había encariñado rápidamente también del mago mayor, quién no dudó en responder cada pregunta del menor con paciencia y una enorme sonrisa.

Tras comer algo en un restaurante del Londres muggle, Severus llevó a Harry a comprar útiles de pociones de buena calidad, y sobretodo, para pocionistas más avanzados.

Dos horas antes de la cena, ambos regresaron a la mansión Zabini, y Harry corrió a abrazar a sus amigos.
Los tres niños aullaron de felicidad mientras se unían en un apretado abrazo de tres.
Cuando se soltaron, el ojiverde fue a abrazar a Isabella y Thadeus mientras les contaba a todos lo genial que había sido su día.

Los adultos miraban asombrados, y sonrientes, como un eufórico Harry les mostraba sus nuevos utensilios de Pociones y les enumeraba los ingredientes que habían recolectado y  comprado.

Poco antes de la cena, los tres niños corrieron al laboratorio para guardar los nuevos tesoros del ojiverde, mientras los adultos se encaminaron al comedor para esperar a que la cena fuera servida.

— Cuando viniste a nosotros hace unos meses para hablarnos de tus intenciones de asumir el rol de padre, supe que te dejarías la piel para ser un buen padre — admitió Lord Nott mientras caminaban por los pasillos — Pero si te soy sincero, pensé que te llevaría más tiempo lograrlo.

— Estamos muy orgullosos de ti, Severus — añadió Isabella, mirándolo con cariño y orgullo — Has conseguido que nuestro bambino confíe en ti, algo muy difícil en un niño abusado como él.

— Hoy he conseguido hacerlo sonreír y eso hará que duerma mucho mejor esta noche, pero sé que cometeré errores y... — suspiró con gesto preocupado el profesor de Pociones, bastante aterrado de hacer algo que arruinase la felicidad de su pequeño principito.

— Todos los padres cometemos errores, no puedes pretender ser perfecto — replicó Thadeus, dándole una palmadita consoladora en la espalda.

— Pero Harry lo es — protestó el ojinegro con algo muy parecido a un puchero, aunque por supuesto jamás lo admitiría.

— Claro que sí, es nuestro perfecto bambino y nosotros somos sus perfectos progenitori — declaró con rotundidad Isabella, luciendo un gesto terco y orgulloso.



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