48. Sábado de historias

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<<¿Por qué vuelves cuando ya no me interesas?>>






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Un sábado lluvioso de mayo, Snape decidió invitar a Harry y sus amigos a experimentar en su laboratorio, a lo que los tres niños accedieron rápidamente.

Tras una mañana llena de pociones explotadas y algún que otro pequeño descubrimiento, Severus les preguntó si querían comer con él en sus aposentos privados, y una vez más lo niños aceptaron encantados.

De camino al dormitorio del profesor de Pociones se encontraron a su Jefe de Casa, y le comunicaron que no comerian en el Gran Comedor. Severus extendió la invitación al profesor de Encantamientos, algo que era muy habitual entre ellos dos.
Filius, tras toda la mañana corrigiendo ensayos, decidió que se merecía un descanso por lo que se unió a sus pupilos y a su colega.

Los dos adultos y los tres niños pasaron una muy divertida tarde de sábado.
Su jefe de casa les había contado un montón de historias divertidas sobre Thadeus, Isabella y Lily.

Severus casi se había atragantado con su té cuando Harry pidió una historia sobre él.
Le había sorprendido enormemente que preguntara por él y no por su padre.

— Una historia de Severus, ¿eh? Creo que tengo una que te gustará — lo complació un sonriente Filius.

— ¡Genial! — celebró el ojiverde, dando saltitos emocionado en el sofá en el que estaban sentados los tres menores.

— Además involucra a tu madre también... — agregó el profesor de Encantamientos, guiñándole un ojo con complicidad.

— No te atrevas — lo amenazó Snape en cuanto se dio cuenta cuál era la historia que su mentor había elegido contar.

— Todo comenzó durante una clase de Pociones en que... — comenzó el Jefe de Ravenclaw, ignorando el tono amenazante de su colega.

— ¡Filius, te lo prohibo! — exigió el pocionista, fulminándolo con la mirada.

— Slytherin y Gryffindor compartían esa clase, así que tu madre y Severus estaban allí. Ellos siempre se sentaban juntos, y eso día lo hicieron también.
Estaban haciendo una poción bastante peligrosa, por lo que todos debían trabajar en silencio y con mucha precaución... — continuó sin inmutarse el campeón de duelo.

— Como siempre que se está en un laboratorio de Pociones — lo interrumpió Harry, poniendo un gesto tan serio que logró borrar el ceño fruncido de su profesor de Pociones.

— Cinco puntos para Ravenclaw — concedió Severus antes de hacerle una promesa— Si consigues que los Gryffindor lo entiendan te daré quinientos puntos.

— Esos son muchos puntos, Slytherin perdería la copa — le recordó el ojiverde, mirándolo como si se hubiese vuelto loco.

— Valdría la pena — aseguró el pocionista, haciendo reír a los tres niños.

— Como vuestro profesor ha dicho, los Gryffindor nunca han sido conocidos por ser cautelosos ante el peligro... Un par de leones alborotadores queriendo molestar a Severus, echaron un ingrediente a su poción para arruinarla — reanudó la historia el profesor Flitwick, captando de inmediato la atención de los menores.

— ¡Eso es realmente peligroso! — exclamó Harry, mirando preocupado a Snape.

— Así es, pero fue tu madre la que salió herida — reveló Filius sin esperarse la reacción que tendría el ojiverde.

— ¿Quienes fueron? ¿Los castigaron?— preguntó el pequeño Potter, temblando de rabia.

— Tranquilo hermanito, si todavía están vivos vengaremos a tu mamma— lo calmó Blaise, pasando un brazo por sus hombros y acercándolo hacia su cuerpo.

— ¿Qué le pasó a mi madre? — exigió saber el azabache, mirando con ojos gélidos a su jefe de casa.

— Por suerte, Poppy la curó enseguida, y solo dos horas más tarde ya estaba en su sala común. La historia podía terminar aquí pero Severus no lo quiso así — explicó el medio gobblin con rapidez para calmar al niño antes de que su magia se saliese de control debido a su ira.

— ¡Podían haber matado a Lily! — protestó el Jefe de Slytherin furioso.

— ¡Y a ti! — añadió el ojiverde, luciendo exactamente igual de enojado que su profesor.

— Y por eso Severus decidió hacer un poco de justicia... — prosiguió el Jefe de Ravenclaw, notando el parecido entre su colega y su polluelo, el niño parecía en ese momento, con su ceño fruncido y sus labios formando un puchero, una copia al carbón del Maestro de Pociones.

— ¿Te vengaste? — preguntó un Blaise muy emocionado.

— ¡Ya lo creo que lo hizo! — exclamó divertido el profesor de Encantamientos — Los alborotadores estuvieron calvos más de dos semanas.

— ¡Bien hecho, profesor! — lo felicitó Harry con una sonrisa brillante, haciendo sonreír a Severus, aunque en su mente se pregunta si el niño pensaría lo mismo si supiese que fue su padre del que se vengó.

— Los británicos no entienden el verdadero significado de la vendetta...— murmuró muy decepcionado Blaise.

— ¿Decía algo, señor Zabini? — preguntó, alzando una ceja, el pocionista

— Bien hecho, profesor — felicitó mansamente el moreno, haciendo reír a sus dos amigos.

— Polluelos, se acerca el toque de queda... — recordó el Jefe de Ravenclaw tras mirar su reloj.

— Sí, será mejor que nos vayamos antes de que Blaise logré que nos castiguen a todos hasta nuestros Newts — asintió Theo, mirando mal a su primer amigo.

— Yo no tengo la culpa de que no sepan nada sobre una verdadera vendetta... — protestó el italiano devolviéndole la mirada.

— ¡No ha dicho nada! — negó el heredero Nott, empujando a su amigo fuera de la habitación, pensando que Harry los seguiría, pero no fue así.

El pequeño Potter tenía algo que resolver con su profesor de pociones antes de irse a dormir.

— ¿Profesor? — preguntó el niño, tirando de la manga de su túnica para llamar su atención

— Dime, Harry — asintió el ojinegro, agachándose para estar a su altura.

— Él se lo merecía. No importa si después mi madre se casó con él... — murmuró el ojiverde con timidez antes de darle un rápido abrazo y salir corriendo — Buenas noches, profesor.

Severus se quedó sin palabras por primera vez en su vida. A trompicones, se dejó caer en una butaca frente a la chimenea y allí se mantuvo durante varios minutos, mirando al crepitante fuego, en un silencio contemplativo.

Filius, respetando los tiempos y pensamientos del pocionista, se limitó a sentarse en la otra butaca frente a la chimenea en completo silencio.




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¿Por qué no podemos ser amigos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora