SUKUNA
No podía borrar su imagen de mi mente. Ella, vestida de blanco, preciosa como ninguna otra.
Me di cuenta de lo jodido que estaba al sentir como mi corazón se intentaba salir de mi pecho al verla caminando hacia el altar. No entendía cómo alguien como ella era capaz de encontrar algo de belleza en mí. Aquel día fue el segundo más feliz de toda mi vida. El primero fue el nacimiento de mi preciosa hija. Había sacado la belleza y elegancia de su madre, pero su cabello era mío sin lugar a dudas. Sus primeros meses de vida fueron una locura. Apenas podíamos dormir o estar tranquilos. Era tan revoltosa como yo, su padre. En menos de 7 meses ya empezó a caminar y nosotros, no podíamos quitarle el ojo de encima.
Antes de que pudiera darme cuenta, mi pequeña ya no era tan pequeña. Ya tenía tres años de edad.-¿Cómo vas? -le pregunté a mi mujer.
Ella estaba cocinando, con el delantal puesto y más concentrada que nunca.
-Bien, queda poco para la hora de comer -bufó, ambos estábamos agotados.
Su vista me recorrió, y no precisamente para admirarme. Estaba buscando algo, o más bien a alguien.
-¿Dónde está la peque? -preguntó.
-Aquí... -miré a mi lado y al ver que no estaba, entré en pánico-. ¡Estaba aquí hacía tan sólo unos segundos!
-Ryomen Sukuna, más te vale encontrarla en menos de un minuto o tendrás una muerte jóven.
-Sí, señora -hice un saludo militar y salí corriendo.
No me hizo falta buscar demasiado, ya que la vi subiéndose al sofá. La agarré en brazos, celebrando que hoy no moriría. Este tipo de situaciones pasaban muy a menudo, así que ya se había convertido en nuestra rutina.
Una encantadora rutina, que aunque para muchos pudiera ser cansado, yo era feliz con ello.
Pero esa felicidad...
Se esfumó el veinticuatro de agosto de ese mismo año.
Flashback | Días atrás.
Estaba entrenando en el gimnasio de casa cuando todo sucedió. Había discutido con T/N, otra vez. Desde que Suguru nos puso en turnos distintos, todo había ido de mal en peor. Con el embarazo de T/N, Suguru pasó a ser jefe y ella se quedó como segunda al mando. En cuanto al canoso, no podía reincorporarse al cuerpo policial como jefe después de que Itadori le inyectara un veneno así de letal, así que trabajaba como oficial.
Casi no veía a T/N y no podíamos pasar tiempo los tres juntos, solo los fines de semana y, como ambos llegábamos tan cansados, solo se creaban discusiones.
Así que en este momento, solo podía ahogar mis pensamientos entrenando mi cuerpo. Desde que entré en la policía, había tenido que ejercitarme mucho más, y aunque antes ya tenía un buen físico, lo de ahora era otra cosa.
Pasé mi cabeza por encima de la barra, y cuando estaba a punto de llegar a 100, mi teléfono comenzó a sonar.
-Joder -me quejé en voz alta.
En otra ocasión, habría pasado del teléfono, pero T/N estaba de compras con la peque y tenía que asegurarme de que todo estaba bien.
Me dejé caer y caminé hacia el teléfono.Cuando vi la pantalla, me invadió un mal presentimiento.
-Dime, canoso -contesté, con el ceño fruncido.
-Necesito que mantengas la calma, justo como yo lo estoy haciendo -rogó, con la voz débil.
Un sudor frío resbaló por mi espalda, y mi pulso se aceleró descontroladamente. Una opresión en el pecho me hacía jadear mientras mi mente luchaba por relajarse.