4 años más tarde.
T/N
Me desperté una noche más en aquel lugar después de una larga siesta. Ya había perdido la cuenta de cuantos meses, e incluso años, llevaba viviendo aquí. Después de que en las noticias saliera que me habían visto en el Platinum con Itadori, las cosas se complicaron incluso más. Ahora sólo me llevaba a un pueblo en mitad de la nada, dónde rara vez íbamos a desayunar o pasear. No era tonto, sabía que allí no me reconocería nadie. Y así es, nadie había venido a por mí.
En las noticias ya se me había dado por muerta, y en lugar de buscarme a mí, buscaban mi cadáver.
Lo último que había visto de mis amigos fue la imágen de Suguru anunciando que empezarían con búsquedas por el mar para ver si encontraban mi cadáver y a Satoru llorando detrás de él.
Todos habían perdido la fe en mí.
¿Cuántos cumpleaños de Alice me había perdido?
¿Cuántos años habían pasado desde la muerte de Sukuna?
Me atreví a abrir los ojos, encontrándome con la misma escena que todas las mañanas. Itadori tumbado a mi lado, descansando como si no fuera un loco que me había arruinado la vida.
Nadie se acuerda de ti. No van a encontrarte. Alice ni se acuerda de tu rostro.
Acaba con esto de una vez.
Da igual si mueres perdida en el bosque.
Ya no hay salvación para ti.
Me levanté de la cama sin hacer ruido. Salí de la habitación y bajé las escaleras hasta llegar a la cocina. Posé mi mano sobre el cajón de los cubiertos y lo abrí, viendo mi cara reflejada en los afilados cuchillos.
Agarré uno de ellos y no lo dudé mucho más. Subí las escaleras hasta nuestra habitación, viendo como Itadori seguía durmiendo tranquilamente.
Mátalo
Mis pies se movieron solos hasta el borde de la cama. Agarré el cuchillo con ambas manos, levantándolas por encima de mi cabeza para aprovechar la fuerza de la inercia.
Se lo clavé en el cuello con todas mis fuerzas, o eso me habría gustado que pasara. La punta del filo del cuchillo se detuvo a milímetros de su cuello.
No podía matarlo.
Era el único recuerdo que tenía de él, de él que algún día fue mi esposo. Si no fuera porque Itadori estaba a mi lado todos estos días, probablemente, yo ya…
Habría olvidado su rostro. Su sonrisa. El sonido de su voz. El amor que una vez sentí. El hombre que me lo dio todo.
El hombre que fue capaz de quemar el mundo solo por mí y arriesgar su propia vida por mí.
El hombre que prefirió ser encarcelado de por vida antes que verme sufrir.
Me recorrió un escalofrío cuando la mano congelada de Itadori se posó sobre mi mejilla.
—No llores, princesa.
Instintivamente me llevé la mano al rostro y esta se humedeció por mis lágrimas.
El sonido del cuchillo caer al suelo hizo un fuerte estruendo. Y entonces, temí por mi vida.
En todos estos años, yo no me había quedado quieta ni un solo segundo. Y cada vez que Itadori me pillaba intentando escapar…