1: El coche negro

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—¡ROMINA!

—¡Ay! — Golpeó la taza de café por el susto haciendo que se tire en la mesa.

La carcajada hace eco en el pequeño cuarto de reposo. Me rio haciéndole compañía, mientras limpio el café derramado.

—No podía desaprovechar su último día, ¿Verdad?

Miro de frente al hombre que me sonríe ampliamente, mientras me observa con los brazos cruzados. Aunque me sonríe, puedo notar algo de nostalgia en sus ojos cafés, en marcados por arrugas de experiencia, como las llama él.

—Será el último día que te escuche gritar tirando el café.

Trato de disimular mi tristeza y mantenerme firme, pero saber que en un par de horas voy a despedirme del hombre que ha confiado en mí y me ha enseñado mucho, me llena de nostalgia.

—Ahora podrá disfrutar a su familia. —Trató de animar el momento.

—Ni porque es mi último día dejaras de llamarme de usted.

—Franco. —Hago una mueca al escuchar su nombre de pila en mis labios. —Voy a extrañarlo.

—Y yo a ti, niña. Quiero que me prometas dos cosas.

—Mientras no sea el volverlo a llamar por su nombre.

Vuelve su carcajada, esa tan peculiar de él, mucho más que su acento italiano.

—La primera, es que no vas a rendirte con mi hija por más terca que sea.

Asiento procesando lo que me dice. He escuchado de ella, Romane Rizzo la primogénita de mi jefe. En los dos años trabajando en Rizzo jamás llegué a conocerla. Solo sé que meses antes de que me contrataran ella fue la directora en la empresa por un par de años, pero algo sucedió que hizo que se retirara y regresara a Italia y Don Franco volvió a tomar su lugar. Pero él es un hombre mayor y por más que lo intente y yo trate de ayudarlo, sé que está cansado.

—La segunda es que, aunque no te rindas, vas a hacérsela difícil. Mi hija es una mujer terca, pero sé que está en las mejores manos.

—Le agradezco que confíe en mí y si su hija es como usted, estoy segura de que la empresa seguirá funcionando como si usted estuviera aquí.

Don Franco me sonríe, pero su sonrisa no llega hasta sus ojos.

—Mi hija tiene mi inteligencia en el negocio, pero tiene otras maneras. Por favor, no dudes en venir a mí si necesitas ayuda.

—Le prometo que todo estará bien, hemos aprendido del mejor.

Sin pensarlo, camino hacia él y le doy un abrazo. Quiero detener mis lágrimas, pero una sé escapa, trato de disimularla.

—Vamos, que me harás llorar y la única que me hace llorar es mi mujer. —Me rio limpiando las lágrimas que han ganado. —Es hora de irte.

—Pero aún falta un par de horas.

—Anda mujer, ve a prepararte para esta noche, que la fiesta no la empiezo si no llegas.

Le sonrío en agradecimiento, quisiera decir más, pero no soy muy buena con las palabras, así que me limito a darle otro abrazo, beso su mejilla y salgo en busca de mis cosas.

Las puertas del ascensor se abren dejándome ver la recepción con gente apurada por el evento de esta noche. Tania grita dando órdenes y cuando sus ojos chocan con los míos, camina deprisa hacia mí.

—¿Qué vas a usar esta noche? —sigue mi paso.

—Maritza ha hecho un vestido para mí.

—¿Cómo es?

ROMANE 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora