—Buen día —saludo a Tania, pero aunque lo intente no pude hacerlo con la alegría que siempre lo hago.
—Buen día, Romina —quiero preguntarle si hice el ridículo el viernes por la noche —lo siento —dice melancólica.
—¿Qué pasa? —pregunto asustada.
—Romane me pidió que mandara unas cajas a tu escritorio.
—¿Cajas? —un nudo se me forma en la garganta.
—Para qué recojas tus cosas.
Trato de respirar y controlar mi llanto. Tania sale de su cubículo abrazándome al llegar a mí.
—Lo siento mucho pequeña.
Limpio mis lágrimas. Las esperanzas con las que me hice sobrevivir ayer domingo se han esfumado. No pienso rogarle más a esa mujer, ella quiere echarme, muy bien, que se quede con su trabajo.
Me despido de Tania sin decir una palabra porque sé que me pondré a llorar de nuevo. Decidida me meto al ascensor, cuando las puertas se abren veo unas cajas en mi escritorio, reprimo mis lágrimas. Voy directo a mis cosas y coloco con cuidado mis pertenencias en las cajas. El teléfono de mi escritorio suena.
—Dirección Rizzo—respondo de la mejor manera que puedo.
—Lloras —siento escuchar empatía en la voz de Romane, pero esta se esfuma rápido —entra a mi oficina.
Me quedo con el teléfono suspendido en el aire.
Respiro y trato de tranquilizarme para no darle gusto de verme sufrir. No espero a que me dé la autorización para entrar, y hago lo mismo de siempre, empujo la enorme puerta de madera con las palmas de mis manos.
El hermoso paisaje a través de la barda de cristal detrás de su escritorio me recibe. Romane no está a la vista, espero unos segundos y la veo salir del baño a mi izquierda. Va vestida sin chaqueta, pero con la camisa blanca bien acomodada.
—Siéntate —me ordena. No respondo por miedo a llorar. —Necesito que esta semana enseñes a Pia quién será mi nueva asistente.
Siento un golpe dolor en mi pecho. Asiento y miro hacia el paisaje de mi costado evitando verla a ella.
—No estoy corriéndote Romina.
Vuelvo asentir.
—Mírame —me resisto —Mírame, es una orden.
Furiosa y con mis ojos húmedos la miro.
—Si el problema es tu sueldo, recibirás el mismo salario que hasta ahora.
—No quiero limosnas —digo con frialdad.
—No son limosnas. Tómalo como una remuneración por tu trabajo realizado.
—Sigue sonando a limosna. —digo fríamente.
—Entonces ¿qué es lo que quieres? creo que lo que te ofrezco es justo.
—¿Justo? Me has echado sin si quiera conocer mi trabajo.
Al escuchar mis propias palabras me he dado cuenta que me ha dado en mi ego, que mas allá del sueldo y mi esfuerzo por este puesto, es el coraje de que ella me haya calificado como insuficiente sin si quiera conocerme.
—No me diste la oportunidad de demostrarte lo capaz que soy.
—¿Qué hacías el viernes en mi oficina? —pregunta.
Solo la miro.
—Ya te lo dije.
—Y recuerdas lo que yo te dije. La primera regla es que no me mientas.
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ROMANE 1
RomanceRomina trabaja como asistente de dirección en la empresa de modelaje Rizzo. Después de dos años trabajando para don Franco, tiene que decirle adios, para darle la bienvenida a la hija de su jefe. A lo que parece ser un cambio simple, se convierte en...