2: La llave

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El escalofrío inicia en mi nuca, recorriendo mi columna hasta llegar a mi espalda baja. Mis brazos se estremecen, mis bellos se erizan. Por unos segundos me quedo sin aire, mis ojos dejan el suelo para mirar el punto enfrente de mí que me exige que lo mire, ese coche negro que se volvió tan magnético. Miro una silueta que no logro distinguir, pero siento su mirada. El coche desaparece y siento como unas olas me sumergen, el oxígeno deja mis pulmones, siento poco a poco como mis piernas dejan de mantenerme a flote, antes de caer a una habitación oscura.

Los gritos de mi madre me despiertan. Miro el reloj de mi buró haciéndome pegar un brinco de la cama. Son casi las siete de la noche y debo estar en Rizzo a las ocho. Me miro al espejo, agradezco que mi maquillaje siga intacto, pero por desgracia, no mi cabello. Mientras lo vuelvo alisar, me regaño mentalmente por haberme permitido dormir cinco minutos que se volvieron cincuenta.

Miro por la ventana del taxi admirando la vista de noche, pero mi celular de trabajo suena, haciéndome apartar los ojos del cristal, sonrío al ver el nombre de Don Franco.

—Juro que sí voy a llegar —bromeo, quizás por última vez con él.

—Lo sé, por eso te llamo. Necesito que hagas tu último trabajó para mí.

—Claro.

—Necesito que vayas directo a mi oficina, abras la caja fuerte y tomes la única llave que hay ahí.

—Por supuesto. Se la entrego en un momento. Estoy por llegar.

—No, no vas a entregármela. Necesito que cuides de ella hasta que te pida que me la entregues. Romina.

—Don Franco —digo algo nerviosa porque conozco ese tono de voz cuando dice mi nombre con seriedad.

—Nadie debe saber que tú tienes esa llave, ni siquiera Romane, ella menos que nadie.

—Entiendo —en realidad no entiendo mucho.

—Otra cosa. Nadie te debe ver entrar a mi despecho.

—Así será.

—Gracias, niña. —Sonrío ante el cariño en su voz. De verdad que extrañaré su alegría.

—Romane, hija, qué bueno que ya estás aquí.

La llamada se cuelga y presiento que el saludo a mi futura jefa era más para mí que para ella. Sé que no tengo mucho tiempo para buscar esa llave.

El taxi se detiene por el lado del estacionamiento Rizzo. Llego hasta el ascensor exclusivo de su oficina. Pongo el código de seguridad.

Las puertas se abren haciéndome sentir de golpe el aire frío, es raro, ya que a Don Franco nunca se le olvida apagar el clima.

Entro a la oficina alumbrada únicamente por las luces de la noche que entran a través de la pared de cristal que cubre la mayor parte del lugar. Aunque estoy en el piso diez, evito prender las luces, por si alguien anda cerca.

El escritorio de mi jefe está algo revuelto como si hubieran estado buscando algo. Voy hacia la caja fuerte cubierta por un cuadro de pintura hecho por mi. Giro la clave hasta escuchar el sonido de la puerta de seguridad abriéndose. Busco con la mirada en el pequeño espacio, hay un puñado de papeles ocupando el lugar, en una esquina me encuentro con la llave. La tomó apretándola con mi mano como si eso me asegurara no perderla. Tomo mi bolsa que había dejado en el escritorio, hago el intento de meter la llave en ella, pero mejor opto por aguardarla en mi escote, que gracias a que me quise asegurar que no se saliera nada de ahí, está ajustado.

Camino hacia el ascensor haciendo eco con el sonido de mis tacones. Recuerdo que el clima está encendido y me regreso para apagarlo. El control del clima que hay debajo del escritorio no funciona, la única forma de apagarlo es manual, desde los controles que están en una esquina. Lo único malo es que es algo alto. Confiada de que voy a alcanzarlo gracias a mis tacones termino decepcionada, intento ponerme de puntas lo más que me permitan mis zapatillas.

ROMANE 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora