Agosto 20 del 2023
Los días pasan y con Alex seguimos con una rutina en la que supongo que ambos nos sentimos cómodos y supongo que eso es lo máximo que podemos sacar el uno del otro por ahora, teniendo en cuenta que parecemos más bien compañeros de piso a dos personas que estaban a punto de comprometerse.
Las cosas iban bien, no voy a negarlo, pero entonces pasó algo que nos distanció incluso más de lo que estábamos.
Había llegado temprano a casa ese día, me había dicho a mi mismo una y otra vez que, si quería seguir con Alex, tenía que por lo menos hacer el mínimo esfuerzo de conocerla más.
Estaba, como siempre, encerrada en la habitación blanca. Llamé dos veces y cuando me dije a mi mismo que de seguro, por la música alta que sonaba en los parlantes, no me había escuchado, abrí la puerta y nada más hacerlo, me detuve por completo, completamente impresionado por lo que mis ojos veían: lo primero que llamó mi atención fueron las paredes, había tantos colores en ellos que resultaba casi imposible concentrarse en algo por un par de segundos.
Siquiera pude con una primera mirada absorber la cantidad de cosas pintadas que había allí.
Mis ojos siguieron vagando por la habitación, observando todo con atención.
Había cuadros por toda la habitación, tantos, que estaban unos encimados sobre los otros en cada porción de pared libre que había y, a decir verdad, no era mucha.
Me adentre unos pasos, dándome cuenta de que Alex no se encontraba allí. Camine y observe lo que alguna vez fue un escritorio, ahora lleno de pintura fresca y otra no tan fresca mezclada encima, los pinceles estaban en distintos frascos, algunos se encontraban volcados, mientras que me pregunte como alguien siquiera podía crear en un desorden como aquel.
Camine un poco más, observando las paredes, intentando darle forma, aunque sea a algo de lo que había pintado allí, pero entonces, mis ojos chocaron con los de Alex, perfectamente pintados en la pared que tenía en frente.
Debía decir que el autorretrato se parecía una barbaridad a ella, las pequeñas motitas negras en sus ojos eran testigo de ello, aunque no estaba totalmente seguro de alguna vez haber estado lo suficientemente cerca como para estar seguro.
Caminé a lo largo de la pared, teniendo cuidado de no pisar las cosas desperdigadas que habían por el suelo y fue esquivando un tarro de pintura vacía, que descubrí unos ojos iguales a los míos, me devolvían la mirada.
Me detuve en seco y no se porque, un sudor incómodo se me formo en la frente.
Me quede observando anonadado el cuadro en el que estaba perfectamente mi rostro pintado en él. Me agaché para verlo de cerca, pero entonces el cuadro de atrás llamó mi atención y cuando corrí el que tenía delante, me encontré otro cuadro con mi rostro, aunque desde otra perspectiva.
Me puse de pie, nervioso y entonces tome una sábana que tapaba el resto de los cuadros del rincón y aunque sabía lo que encontraría allí, de todas formas, no pude evitar sorprenderme. En todos y cada uno de los cuadros, estaba yo. No me puse a contar cuántos eran, pero eran muchos. Se apreciaba claramente mi rostro, pero en otros también estaba mi cuerpo, en algunos incluso aparecía con bastante piel a la vista, tapando sutilmente donde se encontraba mi pene.
—Mierda —el jadeo de alguien en la puerta de entrada me hizo saltar en mi lugar. —¿Qué estás haciendo aquí? —Pregunto Alex.
La observe unos cuantos segundos y entonces volví a mirar los cuadros, era como si un magnetismo molesto me llevara a hacerlo.
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El día que dijimos adiós
RomanceSoy una persona a la que no escucharás quejarse de la vida que lleva: Tengo el trabajo de mis sueños y mi carrera en la firma de abogados solo va en ascenso. Acabo de ganar un juicio que me dejará en las grandes ligas. Estoy pensando en proponerle m...