CAPÍTULO DOCE

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15 de Septiembre del 2023



Cuando llegamos al departamento todavía seguimos sin mirarnos, Alex va perdida en sus propios pensamientos, no ha vuelto a soltar palabra y yo me rendido en intentar hablar las cosas.

No pareciera que siquiera me estuviera escuchando y yo solo sentía una picazón en la piel con el solo hecho de pensar en que las cosas se habían terminado.

Era consciente de que en su gran mayoría quien la había cagado había sido yo, anteponiéndome siempre a mi antes que a ella, siquiera preocupándome por lo que Alex podía estar sintiendo, cuando quien había perdido a la persona que amaba en esta historia había sido ella.

Lo había perdido todo.

Y ahora la estaba perdiendo yo a ella.

No era como si pudiera explicar el sentimiento que me estaba recorriendo, pero sentía como si algo dentro mío se contrajera por el solo hecho de no volver a verla, porque si, Alex había desaparecido de mi memoria, pero mi cuerpo, mi corazón, algo dentro de mi alma, no querían dejarla ir.

No podía siquiera concebir aquello y la desesperación comenzaba a arañarme las entrañas.

Abrí el departamento y empujé la puerta, dejándola pasar primero. Se había quitado los zapatos llenos de barro en el ascensor y ahora los llevaba enganchados en su dedo índice y parecía como si le pesaran una barbaridad. Me estaba matando el verla de este modo, parecía resignada al dolor que estaba sintiendo, a las dificultades que le ponía la vida en frente, como si cargar con este peso en sus hombros fuera algo a lo que ya estaba resignada.

Me detuve abruptamente cuando ella lo hizo de repente y entonces algo parecido a un sollozo mezclado con una risa salió de sus labios y entonces levanté la mirada y entendí el porque: El departamento estaba lleno de globos, de todos las formas y colores. No importaba a que rincón miraras, allí encontrarías carteles que decían feliz cumpleaños..., de hecho, había uno con forma de cactus en el centro que decía las palabras que tanto temía «Feliz cumpleaños, Alex»

—Mierda... —murmure.

Era su cumpleaños.

Esta noche era su cumpleaños y yo no tenía puta idea.

Alex lloraba en silencio, asimilando esta sorpresa que siquiera imaginé que alguien como yo podía preparar, pero sorprendentemente lo había hecho, para ella, para la mujer de la que un año antes me había enamorado, a quien le había pedido que sea mi esposa y a la que también había olvidado.

De repente parece perder lo último de las fuerzas que le quedan y su cuerpo se deja caer al suelo rendido y reacciono lo suficientemente rápido para evitar el golpe en sus rodillas, apoyando su frágil cuerpo contra el mío mientras la hago sentarse entre mis piernas, abrazándola contra mi pecho, intentando unir todos los pedazos rotos que yo mismo me encargue de romper. Su llanto me destroza el corazón y no puedo más que disculparme en voz baja y susurrar que todo estará bien, aunque siquiera yo mismo pueda creer aquellas palabras.

Alex, todavía presa del llanto, se gira y hunde su rostro en mi pecho, todavía llorando e intentando explicar algo que no entiendo.

—Lo siento tanto, mierda —gime, sus manos formando puños en mi camisa. —Yo siento haber arruinado tu noche...

—No lo hiciste, Alex, no digas eso por favor —murmuro presionándola cerca, frotando su espalda con cariño.

—No sentía nada de lo que dije, no quiero perderte, por favor, por favor... —suplica contra mi pecho y entonces, antes de darme cuenta de lo que está pasándome, los labios de Alex chocan con los míos y me quedo de piedra, sin saber cómo demonios reaccionar.

El día que dijimos adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora