CAPÍTULO CUATRO

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Agosto 10 del 2023



Había pasado una semana desde que me habían dado el alta del hospital y fue una semana exactamente lo que tarde en querer salir de mi casa porque ya no me aguantaba ni yo mismo.

Con Alex casi no hablábamos, y no se debía a que no tuviéramos ganas, sino que mi madre se había puesto de objetivo pasar la mayor cantidad de tiempo posible metida allí y tampoco era una novedad que ellas no se soportaban.

Alex lo disimulaba mejor, pero mi madre no tenía problema de echárselo en cara cada vez que podía y es por eso que había decidido salir de allí. Por supuesto mis padres no habían estado de acuerdo, pero yo hacía mucho que me había convertido en un hombre que tomaba sus propias decisiones, de hecho, era bastante raro de por sí tenerlos encima mío todo el tiempo, solo porque por lo que recordaba de los últimos años, solo nos veíamos para los cumpleaños o fechas importantes. Cuando lo converse con Alex, me dijo que si el médico daba el visto bueno y era lo que necesitaba, que me apoyaría.

No tenía muy en claro lo que me sucedía con ella, a veces podía divisar una mirada anhelante en su rostro que me ponía incómodo, pero había otros momentos en los que se encerraba tanto en sí misma, que simplemente era como si no tuviéramos nada que ver el uno con el otro y yo no sabía muy bien cómo sentirme al respecto.

Asique la rutina había cambiado y había comenzado a trabajar de nuevo, en la oficina todos me recibieron con los brazos abiertos, fueron pacientes y no dudaron en explicarme más de una vez cuando no recordaba del todo cómo funcionaban las cosas. Hacía dos años atrás, el puesto que tenía ahora, era todo a lo que podía aspirar, sin embargo ahora mismo, me sentía como una farsa, como si hubiera llegado aquí sin el mínimo esfuerzo.

Comencé a quedarme hasta tarde en la oficina, necesitaba ponerme al día y había perdido suficiente tiempo desde el accidente, a pesar de que todos eran amables y comprensivos, sabía que a los jefes les preocupaba mi rendimiento.

Había hablado con Alex al respecto, me había dado una vergüenza tremenda no tener la suficiente confianza para preguntarle las cosas básicas, pero es que no podía negar que en realidad no la conocía de nada, aunque supongo que, si convivimos durante casi un año, teníamos una relación sólida.

Un día, mientras cenábamos en silencio, le pregunte si sabía cómo había conseguido el puesto.

Frunció el ceño, un poco confundida por la pregunta, pero entonces me contó, en resumidas palabras, que había ganado ese puesto, que me había esforzado por llegar donde estaba. Y entonces, un poco desconcertada, me preguntó si alguien me había hecho sentir lo contrario.

Le comenté que no, un poco riéndome y ella contagiándose de dicha risa, aunque murió rápidamente. Me di cuenta en ese momento de que ella sabía exactamente que había querido decir cuando hice la pregunta y me desconcertó un poco la manera en la que me conocía y lo poco que yo la conocía a ella, para rápidamente reprenderme a mi mismo, reconociéndome que en realidad todavía no me había tomado el trabajo de hacerlo.

Todavía, me dije a mi mismo, pero la realidad era que cada vez la distancia entre nosotros parecía crecer a pasos agigantados.

Suspire cuando había pasado la hora de salida de la oficina y no quedaba prácticamente nadie a mi alrededor.

Uno de los jefes me pregunto si estaba todo bien en mi casa y le respondí solo con una sonrisa incómoda que respondió con otra igual, como si en realidad no hubiera querido decir aquello.

El día que dijimos adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora