CAPÍTULO UNO

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27 de Julio del 2023



Hay un intenso pitido intermitente que me despierta, mientras un molesto olor a antisépticos y desinfectantes hace mi nariz picar.

Todavía no puedo abrir los ojos, por más que lo intento y me encuentro a mi mismo haciendo una mueca cuando me doy cuenta de todas las partes del cuerpo que me duelen, pero el que predomina por sobre todas es la cabeza.

Un dolor sordo justo por encima de mi frente hace que tenga ganas de vomitar.

Siento la boca pastosa y necesito por todos los medios un vaso de agua.

Me obligo a respirar profundamente, intentando calmarme antes de parpadear para abrir los ojos.

La luz, gracias a todos los cielos, es tenue. La habitación esta decorada en tonos marrones y neutros, mientras me tomo unos cuantos segundos para intentar acomodar las ideas, preguntarme que demonios paso, que demonios hago aquí...

Claramente tuve un accidente, frunzo el ceño cuando vuelvo a pestañear, intentando que la jaqueca me de tregua.

El estomago se me revuelve y me obligo nuevamente a respirar hondo, intentando controlar las nauseas.

De todas maneras me percato en ese momento de que hay alguien tomando mi mano, es por eso que vuelvo a abrir los ojos, obligándome a enfocar a la muchacha que duerme con la cabeza apoyada en la orilla de la cama, no puedo distinguir bien su rostro, ya que todo su cabello ondulado y de un color negro tapa la mayoría, pero si logro divisar unos labios carnosos entreabiertos.

Como si sintiera el peso de mi mirada, lentamente sus ojos parpadean, antes de que dos orbes de color gris plomo se claven en los míos.

Al principio parece sorprendida, pero de repente sus ojos se abren enormes y se llenan de lágrimas.

—Taylor —su voz se rompe cuando dice mi nombre, con dolor, con un sentimiento profundo y desgarrado. —¿Estas...? Estas despierto —suspira la final, poniéndose de pie.

Medio se tambalea, pero sin soltarme la mano, extiende la libre y acaricia mi mejilla con mucha ternura.

—Gracias a Dios —suspira de nuevo, sin dejar de llorar—, creí... —niega con la cabeza, su respiración agitada—, por un momento creí que me dejarías sola —y luego, clavando sus ojos en los míos, agrega:—, pero después recordé que tu nunca rompes tus promesas —termina diciendo, con una sonrisa partida, mientras que las lágrimas caen por entre sus labios.

Abro la boca, pero las palabras simplemente no salen, mientras que ella me mira esperanzada, como si...

La puerta de repente se abre y ella se tensiona, pero a duras penas se separa, aunque sin soltarme la mano.

—Estas despierto —murmura un doctor con el cabello lleno de canas, una enfermera camina detrás de él.

No le respondo, ya que de por si es una respuesta que se contesta sola.

Odio cuando me hacen preguntas a las cuales conocen la respuesta.

—¿Cómo te sientes? —Pregunta, mirando algo en su libreta.

—Me duele la cabeza —respondo.

—Es normal —responde él y luego clava los ojos en la muchacha que está parada a mi lado.

El día que dijimos adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora