CAPÍTULO DIECINUEVE

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Noviembre  del 2022




Era sábado por la mañana y había decidido que, si quería que Alex comenzara a pintar, tenía que dar el primer paso. Había comprado pintura blanca, ya que las paredes eran de un color beige bastante deprimente y sin poder aguantarme —en realidad casi no había podido dormir por la ansiedad, aunque no entendía muy bien el porque—, cerca de las seis de la mañana me había puesto a lijar las paredes para poder comenzar a pintar. Corrí todos los muebles y los cubrí con sábanas viejas que habían quedado desde la mudanza hace un par de años. Celie me había pedido que nos las tirara, ya que esta habitación le gustaba para su propia oficina personal y quería redecorarla. Bueno, Celie ya no estaba aquí y esta se convertiría en la habitación de Alex para pintar, aunque internamente agradecía a mi ex novia por obligarme a guardar estos trapos.

Pinte toda la mañana y estaba tan metido en mi mismo, que no escuche la puerta abrirse:

—¿Que estas haciendo?

Pegue un pequeño salto y el pincel cayó a mis pies, manchando mis ya arruinadas zapatillas. Sé que asustarme no había sido la intención de Alex, sin embargo, me encontré disculpándome, aunque no entendía muy bien el porque, no era como si estuviera haciendo algo malo y tampoco le debía explicaciones a ella sobre lo que hacía, esta era mi casa, mi departamento y...

Y entonces vi la sonrisa en los labios de Alex y no pude evitar olvidarme de cualquier pensamiento estúpido que podía estar teniendo en mi cabeza porque entonces yo también estaba sonriendo.

Me había dado su primera sonrisa, la verdadera y me sentí orgulloso de mi mismo por haber sido yo quien la puso ahí.

Salió de la habitación tan rápido como entró y me pareció escucharla llamarme por el desayuno, pero en verdad me encontraba demasiado ensimismado queriendo terminar la habitación como para salir de ella, por lo que después de un rato, me percaté de que en realidad me había dejado el desayuno servido en una bandeja en la entrada de la habitación.

El fin de semana pasó un borrón, Alex de tanto en tanto me dejaba la comida en la entrada, sin embargo, no preguntó ni una sola vez, salvo el sábado por la mañana, que estaba haciendo allí. La entendía, la mayoría del tiempo parecía que no era mucho lo que le importaba.

Era bien entrada la noche del domingo cuando la encontré en el living acurrucada leyendo algo en su teléfono con una taza de té en la mano.

Me miró fijamente a los ojos intentando descifrar a que me refería cuando le pedí que me acompañara. Lo hizo y entonces juntos entramos a la habitación blanca.

Miró todo con ojos asombrados y entonces se percató del caballete que había en el medio de la habitación, las luces que había por todos lados.

No se si se dio cuenta de su reacción, pero entonces apretó sus manos en puños y la respiración se le agitó un poco, aunque intentó parecer serena.

No quería torturarla, de ninguna manera quería esto, sin embargo, si esto le afectaba, era por que en realidad le importaba.

—Cuando estés lista, Alex —murmure en su dirección.

Cuando se giró para mirarme —nuestros hombros casi rozándose—, el olor floral de su perfume me golpeo y me mareó casi al mismo tiempo, pero mantuve mi rostro impasible, esperando que me mandara a la mierda o que me agradezca.

El día que dijimos adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora