CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

6.8K 668 43
                                    


Octubre 15 del 2023


El alcohol había dejado de funcionar, a decir verdad, tenía que tomar en grandes cantidades para que surtiera efecto y las crudas al día siguiente eran insoportables y me hacían descuidar mi trabajo, es por eso que guardaba aquel privilegio para los fines de semana.

Seguía sin hablar con mi familia, pero por suerte habían dejado de llamar tan a menudo.

Debía de haber mezclado los días en mi cabeza, porque evidentemente Leo, mi asistente, estaba parado en la entrada de mi oficina con varios papeles en las manos que de seguro son los que siempre encuentro nada más entrar a mi despacho todas las mañanas.

Intento hacer memoria de cómo es que termine dormido en mi oficina, pero por más que intento, no encuentro respuesta.

—¿Estas bien, Weist?

Debo confesar que si hay algo que me gusta de Leo, es que me tutea y no me trata como la mayoría de las secretarias tratan a sus jefes.

—Si, estoy bien —respondo, luego de carraspear para encontrar mi voz.

Leo solo asiente y le agradezco en silencio cuando aparta la mirada de la botella de whiskey prácticamente vacía que hay a mi lado.

—¿Te dejo la agenda del día? —Pregunta.

—Seguro —murmuro, intentando sin éxito quitar las arrugas de mi camisa.

—Tienes una reunión en media hora —dice y cuando nuestros ojos se encuentran, agrega: —Es con los jefes, Weist.

—Mierda —respondo, preso del pánico una vez que lo recuerdo.

No sé en que estaba pensando cuando decidí que era una buena idea beberme ese maldito whiskey, es mi primera reunión oficial desde que me asociaron.

Leo se ve igual de nervioso que yo y el bombeo de mi cabeza no me deja siquiera pensar con claridad. Siquiera quiero imaginar el hedor a alcohol que debo tener.

—Mi esposa me obliga a traer siempre un traje de repuesto —dice de repente Leo. —Date un baño rápido, mientras voy por él y te preparo café. ¿Recuerdas de que va la reunión? —Pregunta al final y tardo solo dos segundos en responder.

—Si, lo estuve preparando anoche —recuerdo en ese momento. —Supongo que me distraje —agrego con vergüenza.

Leo le resta importancia y sale de la habitación a paso apurado, mientras me obligo a hacer lo mismo.

Cuando salgo de la ducha que hay en mi oficina, me pongo el traje que dejo Leo para mi y lo veo contener una risa cuando me ve salir con él, teniendo en cuenta que tengo una contextura más grande que la suya.

—Servirá —le digo a él y también a mi mismo.

La reunión sale bien y a pesar de que siento que me va a explotar la cabeza, me obligo a mi mismo a reír cuando los socios bromean con la ajustada camisa que traigo puesta.

Una vez en mi oficina, le pido a Leo que pida comida para ambos y así planear mi agenda para la próxima semana, pero la realidad es que quiero agradecerle por lo que hizo hoy y una vez que cada uno empieza a comer, así lo hago.

—No hay problema, hombre —responde él. —Supongo que es lo menos que puedo hacer —agrega.

Y entonces recuerdo que Leo fue quien se durmió mientras manejaba y casi me mata en el proceso y ni bien ese recuerdo llega, quiero mandarlo a la mierda por haber hecho de mi vida la mierda que es hoy y cuando estoy a punto de lanzarle una pulla diciéndole que me lo debe todo, el recuerdo de la sonrisa que se le formó a Alex cuando le dije a mi familia que lo había contratado como mi asistente llega a mi cabeza de repente y hace que una calidez se asiente adentro mío.

El día que dijimos adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora