CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

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10 de febrero de 2024


Observo a Lola montar la bicicleta que le regalé para navidad. Lleva el casco y las rodilleras de color verde, porque dice que los colores son de todos, aunque no entienda muy bien a que se refiere con ello.

A Lola no le gusta mucho el rosa.

Me di cuenta con el paso de los meses que tengo mucha más relación con ella que con mis propios sobrinos y no me siento ni un poco mal al respecto.

Lola cae y maldiciendo por lo bajo, me acerco corriendo a ella.

Sonrío cuando la veo morderse los labios con fuerza para no llorar.

—Puedes llorar si duele, Lola —murmuro.

—Soy una niña fuerte —me responde.

—Que seas una chica fuerte, no impide que puedas llorar de vez en cuando.

Lola lo piensa unos instantes, olvidando el dolor del golpe y respondiendo en su lugar: —Mi mami es fuerte, aunque hay noches en la que la escucho llorar, a ella y a mi papi.

No se que responder a aquello, por lo que poniéndome de pie, le digo que en un rato es hora de volver a casa.

Hago una nota mental para preguntarle a Leo como está la salud de Katia.

«Soy una chica fuerte, Tay»

El susurro de su voz y esos ojos grises me descolocan como cada vez que un recuerdo suyo me llega de repente y como cada vez, lo ignoro y sigo adelante.


14 de febrero del 2024

He ganado el juicio de mi vida.

Todos en la oficina me felicitan, Leo dice que saldremos a festejar en la noche, la familia entera.

Me gusta como suena la palabra familia saliendo de él y que me incluya en ella.

Acabo de cortar el teléfono, mi padre me llamó para felicitarme, dijo que leyó los diarios, que está orgulloso de mi.

Me siento y me quedo, por lo que parecen horas, mirando el cuadro de mi oficina, preguntándome que estará haciendo Alex en este momento.


10 de marzo del 2024

Una lengua recorre la piel de mi cuello y mis manos exploran piel de una mujer cuyo nombre no recuerdo.

No tengo idea de cuantos tragos he bebido.

Solo me dejo hacer, excitado.

Y entonces el recuerdo de otro cuerpo explorándome me ataca. La mancha de violetas y azules y amarillos me embarga.

El olor a pintura.

La mirada de unos ojos imposiblemente grises.

—Alex... —susurro.

—¿Ese es tu nombre? —Responde la chica, sus ojos marrones observándome con curiosidad y algo de molestia. —Por que estoy segura de que te presentaste como Taylor.

«Alex y Taylor. Taylor y Alex. ¿Ves? Nuestros nombres son tanto masculinos como femeninos, por eso hacemos buena pareja»

Niego y vuelvo a besarla.

A la mañana siguiente no recuerdo nada sobre Alex.

Ni mi nombre susurrado de sus labios.

Ni el olor a pintura.

El día que dijimos adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora