CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

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13 de Junio



Al día siguiente me paso el día con Leo y Lola, recorriendo el lugar, aunque no hay ni un solo momento en el día en el que no piense en Alex y Oscar. 

Cada vez que Leo saca el tema a colación lo ignoro, porque no estoy listo para hablar de ello, no cuando todavía no aclare las cosas con Alex. 

Necesito que lo discutamos, necesito saber que vamos a hacer a continuación, cómo vamos a resolver todo alrededor de Oscar. 

Al final del día le pido a Leo que me acerque a la cafetería donde ella trabaja, no hace preguntas al respecto, pero ambos nos ponemos tensos cuando Lola pregunta si algún día puede volver a jugar con Oscar. 

Como si sintiera mi presencia, Alex nada más salir de la cafetería me encuentra. La veo suspirar, debatirse en el si debe cruzar al banco donde me encuentro sentado o simplemente seguir su camino. 

—Hola Alex —murmuro una vez que se sienta a mi lado. 

—Hola Taylor —responde. 

Tiene el cabello desordenado, los bucles se le escapan del broche que intenta apricionarlos. La nariz y las mejillas se le han puesto coloradas por el frío y huele a Alex y a granos de cafe. 

—Necesitamos hablar —murmuro. —No puedo seguir postergando esto. 

Se queda en silencio por unos minutos, pareciera que intenta encontrar las palabras en su cabeza, pero no puede. 

Sus ojos se niegan a encontrarse con los míos e intenta por todos los medios mantenerse fuerte. 

—¿Te gustaría...? —Se traba, respira hondo y se obliga a volver a hablar: —¿Te gustaría cenar con nosotros hoy?

No dejo de mirarla en ningun momento y siento que se me acelera el corazón cuando sus ojos por fin se encuentran con los míos. 

—Yo..., me encantaría. 

Asiente y me intenta sonreír, aunque le sale más bien como una mueca y al final se aclara la garganta para volver a hablar. 

—Es a un par de calles de aquí, antes tengo que buscar a Oscar, pero sino puedo darte simplemente la dirección y te acercas, tal vez...

—Me encantaría caminar contigo, Alex —la corto, antes de que piense que realmente no quiero acompañarla. 

—Okey, esta bien, genial —dice, poniéndose de pie. —Vamos, entonces. 

Comenzamos a caminar, ninguno de los dos dice nada, como si no supiéramos cómo comunicarnos, como si nos hubiéramos olvidado de cómo hacerlo. 

El kinder al que asiste Oscar se encuentra lleno de madres y padres que buscan a sus hijos. No puedo evitar la emoción que siento en el pecho cuando tanto los niños como las niñas salen corriendo al encuentro de sus padres. Me pregunto si Oscar alguna vez se preguntó porque era solo Alex quien lo buscaba. 

Me pregunto si alguna vez se preguntó por su padre, el porque de no tenerlo. 

Lo veo antes de darme cuenta de que lo estaba buscando. Corre hacia los brazos de Alex, que lo abraza contra su pecho llenándolo de besos y se siente como si algo dentro mío simplemente se rompiera. 

De repente la emoción es demasiada y una punzada en la cabeza me hace apartarme unos pasos, apoyarme contra una pared y respirar profundamente, a pesar de que está fresco, tengo la frente perlada de sudor. Me obligo a calmar los latidos desenfrenados de mi corazón, sin querer descompensarme justo ahora y entonces siento una mano apoyarse en la mía y cuando levanto la mirada, dos pares de ojos me observan: unos con preocupación, los otros con inocencia.

El día que dijimos adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora