2. Me acorrala en la cocina.

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Cony.

Cuando dije que iba a ser una noche larga estaba en lo correcto, era imposible entablar una conversación sin sentirme incómoda.

—Y ¿desde cuándo entrenas? —me preguntó la morocha mientras los dos enamorados estaban muy concentrados en ellos mismos.

No tenía escapatoria.

—Legalmente desde los 17, pero se manejar desde los 15.

—Wow, así que la práctica no hizo al maestro. Yo desde los 18.

No le pregunté.

No hagas un cumplido, no, no.

—Presumida —murmuré.

—Me lo dicen mucho, pero todo lo que digo es verdad, soy muy buena en todo. —sonrió mientras cortaba con sus cubiertos.

—¿Y que pasó en la mañana?

—Estaba distraída —respondió vagamente. Me pareció verla sonrojarse—, estaba con una...eso no te interesa.

Alcé las cejas sin entender lo que había dicho y dejé los cubiertos en la mesa.

—Bueno y ¿Tenés esperanzas?

—¿De qué?

—De ganarme.

—¿Y qué pasó hoy?

Lo admito, maravillosa jugada.

—Estaba distraída.

—Creo que hay un pequeño problema de atención en esta mesa.

—Y de buena onda también.

Me levanté llevándome mi plato conmigo, la única excusa para irme era lavarlo.
Algo que Lidia notaría que era una mentira pura, pero la tal Luna no me conocía. Y no lo hará.

Se supone que en ese momento tendría que estar acostada, mirando una serie o videos de casos de asesinos. Pero no, tenía que estar escapando de la morocha Hot que no parece ser una buena persona.

La manera en la que se expresa simplemente era rara, seria y eso era raro. O quizás yo estaba acostumbrada a personas locas.

Pero ella jugaba sucio, y estoy segura de que el rumor de que un corredor había golpeado a alguien había sido ella.

Abrí la canilla y escuché el arrastre de una silla contra el suelo. Seguro era Lidia, otra vez.

Continué lavando el plato hasta que sentí la presencia de alguien detrás mío, no le di importancia hasta que me di la vuelta y tenía a Luna casi pegada a mi espalda, muy entretenida con las manos en sus bolsillos mientras miraba como lavaba un simple plato.

Me asusté, solté el pedazo de cerámica, que se convirtió en muchísimos más pedazos de cerámica y luego, uno de esos malditos pequeños pedazos cerámica se incrustó en mi dedo índice.

—¡Pero la put-

Me mordí la lengua y puse las manos abajo del chorro de agua helada.

—¿Te ayudo? —preguntó con su voz tranquila.

—No, yo puedo sola —me corrí del lavamanos y cayeron gotitas de sangre a los azulejos.

Traté de recordar dónde estaban las servilletas de papel pero me desesperé y sosteniendo mi mano con la otra, empecé a caminar buscando algo con que cubrir mi dedo.

—¡Ayudame! No me veas así —exclamé mirándola indignada.

Se rió y se fue.

A bueno, me mata su ayuda.

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