46. Cállate, eres una mufa.

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Luna.

Después de dejar solos a los dos tortolitos, arrastré a Cony a un probador.

Y no piensen mal de mí, porque solo quería que se probara ese hermoso vestido morado.

Claro.

Estaba apunto de salir del probador para que se cambie tranquila, pero habló antes de que me fuera.

—Mejor me pongo alguna otra cosa ¿Sabes? —dijo dándose la vuelta para salir.

—¿Por qué? —pregunté frenandola—, tiene un corte muy lindo.

Suspiró y lo miró de arriba abajo mientras lo sostenía.

—Pruébalo y sabrás si te gusta. —dije y me encogí de hombros.

—No creo que me quede bien.

Me miró con los ojos brillantes y supe que algo no estaba en orden.

Me quedé callada, rogando para que no dijera lo que estaba pensando.

—¿Qué tal si me aprieta? Es de mi talla, pero creo que desde la última vez que compré algo, aumenté mí peso. Y no quiero saber si subí un número de talla.

La miré apretando los labios y se me cruzaron ochenta cosas por la cabeza.

Pero lo único que hice fue abrazarla.

—Ya hablamos de esto, mi amor. —dije tratando de estar tranquila, acariciando su espalda.

—Quiero pensar que está bien subir algunos kilos, pero me sigue atormentando. —habló con la voz un tanto quebrada.

—No tienes porqué sentirte mal si tienes una talla más, al contrario, deberías estar feliz porque los médicos aconsejaron que subieras de peso.

Sentí cómo se tensó y apretó los puños detrás de mi espalda.

Y también contuvo la respiración, porque seguro evitaba llorar.

—Además si te aprieta, buscaremos otro igual, pero de otra talla —me separé un poco para verla—, y si es de una talla "unica", buscaré en todas las tiendas de diseñador que haya en Las Vegas hasta encontrar un vestido igual.

Me miró presionando los labios y cerró los ojos derramando un par de lágrimas.

—Pero si este no te convence, también podemos buscar otro que te guste, aunque cualquier modelo te quedaría perfecto. —hablé tratando de hacer que dejara de llorar.

—Es que no es ese el problema —dijo evitando verme—, siento que me veo con más abdomen o más, no sé, yo...

—Cony, no te ves diferente —la frené tomándola por los hombros—, y me tienes que creer porque yo te veo, y todos los días, Co. Sé que sigues estando igual y tienes que entenderlo.

Bajó la vista y temí haber sonado mal.

Pero esa era la verdad, yo sabía que a veces Cony se incomodaba cuando subía mis manos un poco más arriba de su cintura. Porque sabía que ella no se sentía lo suficientemente delgada, pero sus costillas se notaban más de lo que deberían.

Sabía lo nerviosa o ansiosa que se ponía después de comer, y también sabía que aunque yo la distrajera, esa no era la solución.

Limpié sus lágrimas con mis manos temblorosas y suspiré tratando de calmarme.

Abrí la boca para decir alguna otra cosa que la calme, pero habló antes de que dijera algo.

—No puedo creer que seas tan linda —sollozó hundiendo su cara en el espacio entre mi hombro y mi cuello—, no sé cómo voy a devolverte todo lo que haces por mí.

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