33. Estamos perdidas, perdidas...perdidas...

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Cony.

Me sentía terrible, pero el hecho de que Luna estuvo conmigo durante toda la mañana, de cierto modo me hizo sentir mejor.

Preguntarle si quería salir conmigo fue lo más impulsivo que pude haber hecho.

Pero no estaba arrepentida.

Dormir con ella teniendo la certeza de que quería estar conmigo, era algo inexplicable.

Y no tenía mucha experiencia con las relaciones, porque nunca tuve una realmente seria, pero ella tampoco estaba segura de lo que quería.
Así que iba a llevar un tiempo que las dos nos adaptamos a ser "sin nombre".

A pesar de lo cansada que se escuchaba, casi no quiso volver al hotel.

Estuvo los siguientes dos días conmigo, cuidando que tomara lo que dejaban las enfermeras y hablaba de casi cualquier cosa para que no me aburriera.

Descubrí que es muy mala para las manualidades a pesar de que dice "ser muy buena con las manos".

También leí lo que decía el anillo por dentro, pero tuve que preguntarle qué significaba porque no entendía Italiano.

"Abbi il coraggio", y según Luna se traducía como "ten el coraje" o "ten el valor".

Le pregunté de dónde lo había sacado, si lo había comprado o mandado a hacer, pero me contestó que alguien muy especial se lo había regalado por una razón y no quiso decir más.

—¿Me vas a dejar ir al bosque? —le pregunté a Lidia mientras ella caminaba por la habitación.

—Tenés que descansar o no correrás en México, ya lo sabes. —dijo y me revolví en la camilla.

—Estoy harta de estar encerrada, Luna es la única que me mantiene cuerda. —me quejé cruzándome de brazos.

Escuché que la puerta de la habitación se abrió, pero quién sea que hubiera entrado tenía que pasar por un pasillo antes de llegar a la habitación.

—Agradecé que te aguanta —comentó guardando mis cosas en un bolso y abrí la boca indignada—, no entiendo cómo estuvo tanto tiempo acá.

—Es que sí me quiere, no como vos —desvié la mirada cómo si estuviera ofendida y se rió.

—¿Que quiero hacerte qué? —escuché la voz de Luna con cierto tono coqueto y segundos después apareció por el pequeño pasillo.

—Primero que nada, buenos dias. —dijo Lidia levantando las cejas y dejó el bolso en el colchón, cerca de mis pies.

—Buenos días, señorita Lidia. —saludó riéndose un poco.

Me causaba gracia que le tuviera cierto miedo a Lidia.

Había confesado que el día que la llamó para decirle que estaba en el hospital, tenía muchísimo miedo de que Lidia la regañara.
Pero resultó que no le dijo nada.

Se acercó a mi y dejó una bolsa en mi abdomen.

—¿Qué es esto? —revolví la bolsa y ví un montón de barritas de cereal.

—Ví por algún lado que eran buenas para la anemia —se encogió de hombros—, compré como unas dos cajas.

—Por dios —soltó Lidia casi riéndose—, desbordan cursilerías.

Me reí y Luna no entendió el por qué.

—Eres igual a tu hermano. —dijo cerrando el bolso con mis cosas.

—Eew no. —le dió un escalofrío.

—Hablando de personalidad, tienen como, un lenguaje extraño para dar amor. —comentó y Luna se rió.

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