19. Me equivoco de nuevo.

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Luna.

Me ardían los ojos.

Siendo sincera, no acostumbraba llorar.
Era algo que me disgustaba por completo.

Y más si alguien me veía, sentía ese sentimiento de vergüenza que me apretaba el pecho.

Estaba cansada, no podía pensar con claridad y no me daban las fuerzas ni siquiera para tratar de indagar más en el tema.

Solo sé lo que leí en ese maldito teléfono.

Pero creo el miedo que sentí cuando ví esa pantalla que me quedará grabado en la cabeza para siempre.

Lamento mucho haber tratado así a Cony, pero fue la única manera en la que pude reaccionar.

No iba a llorar delante suyo por nada del mundo y cuando tuve la intención de disculparme ya había llegado al hospital.

La cabeza me iba a mil, y juro que no recuerdo ni siquiera cómo llegué a manejar.

Me apoyé en la pared fría del pasillo, viendo cómo las personas pasaban de acá para allá, algunos corriendo y otros caminando con una gran paciencia.

Cuando entré fui como uno de las que corría, sino, el miedo me iba a consumir si no llegaba con Fede y le preguntaba si todo estaba bien.

Quise que me contestara que estaba todo perfecto y que había sido un simple susto o un error.

Pero cuando lo ví, supe que no me iba a responder eso.

Y así fue.

Me dijo que la persona más importante en nuestra vida estaba a punto de dejarnos.

La única persona que no nos dejó en ninguna circunstancia y desde el segundo cero siempre estuvo ahí.

La Nona Miranda, nuestra abuela.

Había sufrido un ataque cardíaco, o infarto, y nos dió un gran susto.

Y ahora estaba esperando noticias por parte de mi hermano, parada en el pasillo de la sala de espera.

Odiaba el olor a hospital.

De pequeña me la pasaba de guardia en guardia.
Por culpa de algún hueso roto, resfriados o gripes.

Nunca tuve buenas defensas, recién cuando cumplí los 16 años a mi cuerpo se le dió por ser un poco más resistente y enfermarse un poco menos.

Me dolían las piernas de lo tensa y nerviosa que estaba, pero me mantuve parada por las dudas de que alguien quisiera sentarse.

De todas formas quedarme sentada no iba a cambiar mucho y quizas me iba a poner más nerviosa de lo que ya estaba.

Después de una hora ví como Fede se acercaba de nuevo con una expresión menos preocupada.

—Los médicos dicen que está estable, quédate tranquila. —aseguró con una media sonrisa y apoyó su mano en mi hombro.

Lo miré frunciendo el ceño y suspiré.

No voy a negar que un sentimiento de alivio me calmó un poco, pero no estaba tranquila ni lo iba a estar en un buen rato.

Pero el no tenía que fingir una sonrisa para hacerme sentir mejor.

—No trates de pretender que estás bien. —dije tratando de que no se me quiebre la voz.

Se me quedó viendo unos segundos como si me regañara con la mirada y luego me abrazó sin decir una palabra.

Escondí mi cabeza en su hombro cuando le devolví el abrazo.

—Y tu deja de pretender estar enojada.

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