- Catarsis -

524 78 150
                                    


Consultorio del Psic. Quinn.
Manhattan, NY.

Está bien, lo dije, acepté lo que tanto me resistí, pero ya quiero terminar con esto, lo más pronto posible. Así que él no dudó ante mis palabras.

–Primero quiero que tengas la confianza de llamarme por mi nombre, Joseph. Y si te parece bien, ¿podemos iniciar con el evento que te trajo aquí? – inclinó un poco la cabeza y me escuchaba atento.

Asentí y bajé la mirada, comencé a tallar las palmas de mis manos sobre las piernas, ahora entiendo que estaba muy nerviosa y él lo estaba registrando todo.

En mi diálogo interno, había algo muy asustado que tenía miedo de recordar lo que pasó y de revivirlo al contarlo, pero ya estoy aquí, si lo arranco de raíz, quizá duela menos.

–De acuerdo... –parpadeé un par de veces y tomé aire, él estaba muy al pendiente de cada minúsculo reflejo en mí. – Un hombre intentó propasarse conmigo y yo solo me defendí.

Hubo un silencio, él necesitaba más detalles.

–¿Quieres contarme un poco más sobre eso? – dijo.

Creo que el corazón comenzó a latir tan fuerte como ese día, y como aquella otra vez. No sé cómo llegué a ese punto, pero el tono de su voz seguía cubriéndome con una especie de protección, entraba en mi y se sentía seguro.

–Estaba en mi trabajo y a él le interesaba hacer negocios con mi jefe. –mentí en esa parte y me puse más nerviosa, porque quizá él se daría cuenta, así que continué. – El hombre aprovechó un momento en que estuvimos a solas y charló un poco conmigo, pero comenzó a invadir mi espacio personal y traté de alejarme; él continuó hasta que... – un nudo en la garganta privó por completo mi voz y me ahogué.

Joseph, mi psicólogo, extendió la mano y tomó un pañuelo de la mesita que teníamos entre ambos junto a la ventana, y me lo entregó.

Lo tomé y fue hasta entonces que me di cuenta de que había comenzado a llorar. Me incliné hacia el respaldo encorvando mi cuerpo y me avergoncé agachando la cabeza.

–Aysel, está bien, estás en un lugar seguro; lo que sea que estás sintiendo, déjalo salir.

Cubrí mi rostro con ambas manos y comencé a llorar. Lo más extraño es que ni siquiera ese día lo hice, ni después. No me había dado cuenta de que estaba ahí y ni siquiera entiendo cómo fue que salió; pero ya era tarde para detenerme.

Él esperó paciente a que me calmara, era muy extraño que yo llorara y menos que lo hiciera frente a un desconocido, así que me aferré a mi cordura y continué....

–Lo golpeé. – comencé a narrarle, dirigí mi mirada a la ventana y la perdí entre los edificios, pues no podría decir lo siguiente mirándolo a los ojos, y el tono de mi voz reflejó mi rabia. –Tomé esa silla, porque era lo único que mis manos alcanzaron, y no podía gritar porque aún no recuperaba el aliento después de tener sus manos apretando mi cuello. Nadie estaba para ayudarme, golpearlo fue la única manera... de que dejara de meter... sus dedos dentro de mí bajo el vestido, y apartar su asquerosa boca de mis senos. – mi labio inferior temblaba y apretaba con fuerza el pañuelo húmedo que había doblado en tantas partes, que no recuerdo el momento en que lo hice.

Entonces escuché un leve ronroneo, la minina había bajado de su regazo y estaba frotándose contra mis piernas, como una caricia. Como si ella supiera y lo entendiera, me regaló una leve mirada.

–¿Qué pasó después? – preguntó Joseph.

–Lo golpeé tantas veces que, no recuerdo cuantas fueron. – en ese momento reaccioné, el hombre estaba evaluando mi nivel de violencia y un poco asustada por ello intenté justificar. – Pero tenía que hacer que parara, que se detuviera, por primera vez tenía que... – mi respiración se entrecortó – ¡alguien POR FIN tenía que hacer algo! – dije un poco exaltada, y de manera inconsciente puse una mano sobre mi boca y elevé la mirada al techo del lugar.

𝐑𝐄𝐒𝐈𝐋𝐈𝐄𝐍𝐂𝐈𝐀 -  Psic. QuinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora