- Pamela - tercera parte.

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En mi cerebro se desvaneció la culpa con un pequeño impulso en mi sistema límbico, esa culpa que me acompaña cada vez que le hago el amor a Aysel en este lugar y me recuerda lo irresponsable e inconsciente que fui al irrumpir en su proceso con sexo. Oficialmente aún es mi paciente y me he estado negando a hacerlo aquí pensando en no caer en el descaro, pues sigue siendo incorrecto en todos los sentidos, pero ella me lo pidió en esta provocativa lencería y esa estimulante peluca, y solo por eso, lo iba a hacer hasta que uno de los dos desfallezca.

Con la seguridad de lo que significa "todo" para mí, me puse de pie. Aunque para ese momento ya tenía la seguridad de que no había nadie espiando afuera, no me importó, yo imaginé que sí. Imaginé que un par de agentes de la corte estaban sentados en la sala de espera y que, en cualquier momento, con un gemido de Aysel nos podrían sorprender. La adrenalina se disparó por mis venas y elevó el ritmo de mi pulso.

Una canción conocida parece ser la que adornaba el lugar, (Sugar water - Cibo Matto). Es la misma que ella bailaba la primera noche que fui al bar, cuando sin tener la certeza de que esa gatita era Aysel, mi cerebro generó diferentes escenarios sexuales que me hicieron tenerla tan dura como en ese momento.

Caminé a ella y en cada paso enumeré la cantidad de cosas que le estaba por hacer. Me quité el saco y lo arrojé a mi silla; doblé las mangas de mi camisa sin separar los ojos de mi paciente, ella. La señorita Halliwell arde en deseo y yo también; deseo de lo que nos han dicho que no debemos sentir, pero que sin importar el mundo lo vamos a vivir.

—Está mal que yo te toque así. — le dije mientras paseaba las yemas de mis dedos por sus piernas hasta quedar en medio de ellas. —Está mal que, siendo mi paciente, te vaya a desnudar y poseer como nunca lo han hecho en tu vida. — toqué su sexo sobre la tela.

—Pero se siente tan bien. — me respondió con la respiración entrecortada.

Un pequeño jadeo se escapó de sus labios tras escuchar mis palabras y sentir la firmeza de mis dedos hurgando en su fina lencería.

—¿Es normal, Doctor? — preguntó y yo le puse toda mi atención sin dejar de mover mis dedos. —¿Es normal que después de una vida sin sentir, hoy no pueda pensar en nada más que en usted empujando entre mis piernas?

Con orgullo mi ego se infló en mi pecho con sus palabras. Fui el primero en hacerla vibrar en un orgasmo y ahora soy el único que lo hace. Mi más grande fantasía hecha realidad estaba frente a mi, Aysel es su nombre.

—No es normal, es fantástico. — susurré besando su cuello.

Recordando la primera vez que la toqué repetí mi acción. Introduje mi dedo lentamente resbalando por su caliente humedad. Sus ojos se cerraron y su rostro se llenó de placer. Sumergí el segundo dedo y le di mayor profundidad, jadeó.

—Doctor...

Se sentía como la primera vez que la exploré. Cuando su cuerpo temblaba y yo me sentí el ser más perverso del planeta. Cuando Freud sostenía su cuerpo en el escritorio y veo que hoy nos observa desde el librero. Lo que ese hombre debe estar pensando sobre mí.

Hundía y sacaba mis dedos mojados con fuerza dándole el placer que se merecía, al ritmo de sus jadeos. Esto es solo para ella y se dejaba llevar, pero tras unos minutos puso su mano sobre la mía apretando su clítoris, sus piernas temblaban y me anunciaban que su placer estaba cerca. Me acerqué a su boca y ahogué con un beso el gemido que emanaba desde sus entrañas y luego meti mi cabeza entre sus piernas para alargar el clímax. Me bebi todo lo que brotaba de ella y me embriagué de su sabor.

𝐑𝐄𝐒𝐈𝐋𝐈𝐄𝐍𝐂𝐈𝐀 -  Psic. QuinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora