Diciembre, 341 después de la Catástrofe
David se secó el sudor de la frente tras el último golpe. Hacía un calor insoportable en las mazmorras del Subsuelo. No era necesaria una buena ventilación; total, allí solo habitaban demonios presos.
El vacum que habían podido capturar del Bosque se hallaba encadenado de manos y pies en una de las celdas, sentado en el suelo y apoyado en la pared irregular. La fuerte iluminación y las paredes pintadas de blanco permitían mostrar con claridad su piel cenicienta y roñosa, salpicada por heridas abiertas que no sangraban. David tenía la sensación de estar pegándole a un muerto, y no lo soportaba. Tanto por su falta de sangre como por su falta de palabras.
—Te lo preguntaré una última vez —aseguró, tratando de contener la ira. Aunque era notable que, tras incontables intentos, estaba empezando a perder la paciencia. ¿Cuánto llevaba ahí, dos horas?
El demonio seguía mirándole con esa expresión vacía que tanto le irritaba. David dio un rodeo a la celda, respirando para recuperar la calma. Sin embargo, al terminar de dar la vuelta, no pudo resistir el impulso de darle una patada en las costillas. El demonio se sobresaltó, se levantó de golpe y, enseñando los dientes afilados, se abalanzó hacia el soldado.
David reaccionó en el momento desenfundando el cuchillo de su cinto, y sus dos compañeros llegaron a tiempo para apartarlo y evitar que cometiese una estupidez. El demonio pronto se vio limitado por la escasa longitud de las cadenas, y se quedó zarandeándose sin conseguir avanzar hacia su objetivo.
David se zafó de sus compañeros que lo agarraban. Se guardó el cuchillo de nuevo y se encaró hacia el monstruo.
—¡Siéntate!
El demonio peleó un poco más con las cadenas, pero pronto desistió. Se tranquilizó poco a poco y recobró su apariencia inánime. Pese a su esfuerzo, no se veía cansado ni alterado. Finalmente se sentó. David todavía necesitó unos segundos para tranquilizar los latidos de su corazón acelerado.
—Sargento, ¿por qué no descansamos unos minutos?
David se dirigió a su subordinado con expresión de gustarle poco su injerencia.
—No estoy cansado. Marchaos vosotros.
Los soldados lo miraron con desconcierto, no sabiendo si lo ordenaba de verdad o solo lo había dicho por su estado nervioso. No podían dejarle solo con un demonio en mitad de un interrogatorio, debían haber al menos dos testigos y el reglamento era muy estricto.
Aunque David creía estar por encima de él.
—No puedo concentrarme con vosotros aquí, id a dar una vuelta y volvéis en cinco minutos.
Los soldados, al principio indecisos, finalmente asintieron una vez con la cabeza y lo dejaron solo.
David soltó una exhalación y consiguió recobrar el aliento. Después de un buen rato intentando sacarle alguna información sin éxito, decidió cambiar de estrategia.
—Bien, no me cuentes qué pretendíais hacer contra nosotros, no me interesa. Seamos amigos entonces. ¿Cómo te llamas?
El demonio le mantuvo la mirada.
—Yo me llamo David Schwarzschild, soy sargento y por eso llevo una hora pegándote, no es personal.
El demonio seguía sin responder, David se sentó en el suelo frente a él, a una distancia prudente.
—Sé que antes eras humano, debes de tener un nombre. Te dejaré en paz si me lo dices.
Se mantuvo un momento reticente.
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Humo
Misterio / SuspensoMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...