Recuerdo 18. Confesión

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Pasaron tres semanas hasta que volví a pisar la calle. Tras una visita del doctor, en la cual me avisó de que debía empezar con la rehabilitación pronto, me animó además a ir haciendo ejercicio.

El reposo en casa fue una etapa incómoda que no me gusta recordar. Los primeros días están borrosos debido a los analgésicos, que me dejaban somnoliento y confuso durante todo el día. A medida que podía ir aplazando el consumo, recuperaba actividades normales como leer o involucrarme en conversaciones con Jael y Rebeka. Dado que ella era enfermera, me ayudó mucho durante la recuperación. Fue difícil permanecer tanto tiempo en la cama sin hacer nada. Todos los días parecían iguales y la sensación de encierro a veces era abrumaba hasta el punto de la desesperación. Por suerte, tenía a David y Gabrielle que me visitaban casi todos los días; lo único que conseguía animarme.

Darek también me visitó. Sin embargo, le pedía a Jael que le dijera que estaba durmiendo. La tercera vez que rechacé su visita, debió empezar a entender que no quería verle, ya que no volvió más. También esa vez, Jael entendió lo que pasaba, y pareció querer hablarlo, pero no lo hizo. No habíamos vuelto a hablar de mi «problema» y sabía que era un tema incómodo para ambos, lo cual me hacía hundirme más en el agujero en el que me había encerrado.

Después de la visita del doctor, decidí salir a la calle por primera vez con mis amigos. Había perdido mucha fuerza y al principio me cansaba rápido al bajar a la calle y caminar hasta la plaza. Una vez allí, tuvimos que sentarnos en la base de la estatua del Arcángel Miguel a descansar.

—Ah, chicos, tengo buenas noticias —dijo Gabrielle—. ¡Me han aceptado en la Academia Militar! Empezaré en septiembre.

—¡Guau! Enhorabuena, sabía que lo conseguirías. —David le pasó un brazo por los hombros y le dio un beso en la mejilla.

—Me alegro de que te hayan cogido, Gabrielle —dije—. Es que era eso o nada, ¿verdad?

—Era eso o aprender de mi padre y no sacarme ningún título y quedarme con un trabajo mal pagado para siempre.

—Pues enhorabuena.

—Gracias, chicos. Pensaba que no lo conseguiría, en la Escuela para mujeres no hacíamos deporte como tal y estoy algo desentrenada, pero me he han salido bastante bien las pruebas. Aunque me han dicho que no son tan duras como las de los hombres, casi todas hemos entrado.

—¿Se han inscrito muchas chicas?

—Bueno, éramos ocho.

—No está mal.

—Hemos pasado siete y una de ellas es de nuestra promoción, así que al menos conoceré a alguien allí dentro.

—¿Dónde vais a entrenar? —preguntó David—. Por que en el Subsuelo no podéis, ¿no?

—No, pero hay como un anexo en el cuartel de la gendarmería. Entrenaremos allí este año y al siguiente saldremos al Bosque, y en cuanto esté titulada me incorporaré al Ejército y ya podré bajar al cuartel del Subsuelo. Ahí ya podré especializarme en la Academia Militar del Subsuelo, que serían dos años más.

—Suena peligroso —dije—. ¿No te da miedo?

Gabrielle se encogió de hombros con una sonrisa nerviosa.

—Bueno, la idea de salir al Bosque impone. Me han dicho que no es ninguna broma. Pero en verdad prefiero morir por algo que me haga sentirme realizada que vivir aquí encerrada haciendo algo que no aporte nada.

—Seguro que consigues todo lo que te propongas —dijo David estrechando aún más el brazo en sus hombros, para darle ánimos—. Eres la persona más cabezota que conozco.

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