Recuerdo 14. No somos amigos

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Había sido una imprudencia verme con Darek estando tan cerca los exámenes finales, pero me lo había topado al salir de la escuela, coincidiendo con que tenía libre esa tarde, así que no pude resistirme.

Quedamos después de comer para tomar un té en el mismo local de la última vez. Le pedí dinero a mi hermano para poder invitarle, ya que me había invitado él a mí la última vez. Jael me preguntó con quién había quedado y no tuve más remedio que contárselo. Me dedicó una de sus largas miradas antes de buscar en su cartera. Desde que le había confesado mi problema, aunque no habíamos vuelto a hablar de aquello, lo notaba preocupado por mí y me hablaba con más cuidado. Yo tampoco había sido el mismo desde entonces y supongo que sabía que no estaba bien.

—Ten cuidado —fue lo único que me dijo antes de extenderme las monedas.

Estuve dándole vueltas a aquella frase mientras bajaba las escaleras del edificio y salía a la calle en dirección al Der Platz. Jael había visto mucho más que yo, aunque bastaba poco conocimiento para saber que la gente como yo acababa teniendo problemas, y por eso era importante que nadie se enterara. Eso en mente me ponía más nervioso si cabía y, cuando llegué al local, estuve tentado a dar media vuelta. Sin embargo entré, y mi mirada pronto le encontró entre la multitud, sentado en una mesa junto a la ventana. Estaba de espaldas y se me aceleró el pulso cuando me acerqué.

—Hey —saludé con torpeza al situarme frente a él. Se alegró de verme.

—Hola, Mik —me saludó con una sonrisa y me dio un vuelco el corazón. Darek era bastante guapo, he de decir. Tenía la nariz chata y unos ojos grandes y redondos. Sus cejas pobladas y negras sobre la tez pálida no hacían más que remarcar su expresión inocente. Y sus labios rosados, que no podía dejar de mirar cuando creía que no se daba cuenta.

Me senté frente a él y tuvimos una breve charla del tipo «¿Qué tal todo?» antes de que el camarero nos interrumpiera. Pedimos ambos un té y, cuando se marchó, nos invadió un incómodo silencio de miradas evasivas. Mi postura era tensa en el respaldo de la silla, con las manos agarradas sobre mi regazo. Darek parecía más relajado, tenía las manos sobre la mesa y observaba a través de la ventana. Yo procuraba no mirarle, aunque mi vista le seguía incluso por el rabillo del ojo.

Cuando el camarero nos trajo las bebidas calientes, ambos nos relajamos un poco, agarrando las tazas para entrar en calor.

—Me lo pasé muy bien el otro día —dijo—. Hacía tiempo que no quedábamos así.

Un hormigueo me subió por el estómago y me sentí eufórico. Le noté más contento de lo habitual y quise creer que era porque estaba a gusto en mi compañía.

—Yo también —dije como pude entre el latido nervioso.

—No te lo dije, pero la noche que te quedaste a dormir no tuve pesadillas. Fue agradable poder dormir bien después de tanto tiempo.

—Vaya, Darek, no sé qué decir...

—Me haces sentir bien —me interrumpió, y lo agradecí—. Somos amigos desde siempre, no recuerdo un momento de mi infancia en el que no te conociera ya. Y eres la única persona que me comprende. Contigo me siento cómodo. Me siento yo mismo.

No podía creer que estuviera diciendo aquello. Darek era reservado y, de pequeños, nunca me había dedicado palabras como aquellas —más bien lo contrario—. Habíamos crecido: ya no éramos niños estúpidos. Él tenía veinte y yo dieciocho, y aunque habíamos pasado tanto tiempo separados, era como si lleváramos toda la vida juntos. Tal vez el amor que creía sentir por él solo fuera confianza, como él había dicho, placer por estar a su lado, porque nos conocíamos desde siempre.

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