Diciembre, 341 después de la Catástrofe
Vanda llegó a casa por la tarde, anocheciendo. Me encontraba en mi estudio pintando con pasteles. Había estado observando el Páramo que se veía desde mi ventana, intentando realizar los estudios de color que Elena hacía con sus pinturas. Pero la única conclusión que saqué de aquello era que tenía toda la razón. No entendía cómo algo que me había parecido tan sencillo en sus lienzos me resultaba tan difícil de aplicar por mi cuenta. Tampoco es que los colores grises y apagados del Páramo me ayudaran en la tarea, pero me resultaba imposible ver más allá de los marrones oscuros y los verdes grisáceos. Era demasiado perfeccionista y seguía inconscientemente copiando la realidad. Ella habría visto la luz y el color donde no lo había.
El portazo de Vanda me permitió descansar de aquel trabajo infructuoso. Había cerrado más fuerte de lo habitual. Curioso, me levanté a comprobar por qué había llegado tan enfadada, y salí al pasillo mientras sacaba mi cajetilla de tabaco.
—¿Vanda?
La encontré en la cocina. Había dejado una pesada bolsa de tela encima de la mesa y se apoyaba con ambas manos sobre el fregadero. Había vomitado.
—¿Estás bien?
Haciendo caso omiso de mi pregunta, se limpió la cara con agua y comenzó a sacar la compra de la bolsa. Me senté a preparar dos cigarrillos.
Vanda abrió las puertas de la despensa con brusquedad, metió las verduras y legumbres en su interior y cerró con el mismo cuidado. Dejé su cigarrillo sobre la mesa y me enchufé el mío. Cuando el humo del tabaco la alcanzó, sintió otra arcada y se acercó corriendo al fregadero. Me levanté rápidamente y le sujeté el cabello. Apenas echó nada, pero esperé a que se recompusiera para preguntarle, empezaba a preocuparme.
—¿Qué te pasa? ¿Necesitas algo?
—Sí, que te calles. Y vete a fumar a otra parte.
La dejé tranquila y fui a sentarme. Apagué el cigarrillo.
Vanda se fue calmando poco a poco y después se sentó conmigo, pero antes cogió el cenicero y lo dejó en la encimera, lejos, con un golpe.
La observé tratando de mantener la paciencia y esperando a que me explicara algo.
—¿Te lo has pasado bien esta mañana? —preguntó con molestia. Fruncí el ceño. No tenía ningún motivo, que yo supiera, para estar enfadada conmigo.
—La verdad es que no —le respondí con el mismo tono para que se diera cuenta de que no me estaba hablando bien. Pareció relajarse un poco.
—¿Y qué has hecho? —preguntó con más calma.
—Me han invitado a almorzar en la mansión de los Fürst.
—¿Dónde está eso?
—En la Pradera Arbolada.
—A tomar por culo del pueblo. ¿Y a qué santo te han invitado?
Me harté de que me hablara mal y me levanté. Cogí el cigarrillo que le había hecho y me fui a fumar a otra parte.
—¿Ahora vas a ofenderte? ¡Si no te he dicho nada! ¡Pues vete a llorar!
Cerré el estudio con un portazo.
Más tarde me llamó para cenar y comimos en silencio. La cocina estaba iluminada con un candelabro en el centro de la mesa, como siempre, pero aquella noche parecía más oscura.
Vanda ya no estaba tan nerviosa pero seguía seria. Decidí no ser yo quien empezara la conversación.
—¿Qué has hecho en casa de los Fürst?

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Humo
Misterio / SuspensoMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...