Cuando me desperté a la mañana siguiente y recordé lo que había pasado la noche anterior, no conseguía creerlo. ¿De verdad había pasado eso? ¿En qué momento se había complicado tanto mi situación? Recordé que estaba prometido y que había besado a mi ayudante. Y me prometí a mí mismo, con un nudo en el estómago y profundamente arrepentido, que nunca jamás volvería a beber de esa manera.
Entonces sentí el pinchazo continuo en el pómulo. En el espejo, mi mejilla tenía una mancha morada y amplia y el ojo ligeramente hinchado. En ese momento recordé que era domingo y que, como había prometido hacer cada semana, debía acompañar a la familia Fürst a la misa.
No podía aparecer ante ellos con esa imagen, se les habría ocurrido la peor de las versiones. Sobre las once me recogerían en coche.
Llamé a la habitación de Vanda. Aunque era pronto y le molestaría que la despertara, necesitaba su ayuda.
—¿Pasa algo? —preguntó con mala cara.
—Esto pasa —le señalé el moretón.
—¿Qué esperabas, que se te pusiera la piel tersa?
—Vanda, tengo que ir a misa de las once con los Fürst, no pueden verme así. ¿No tienes algo de maquillaje que tape esto?
—No lo cubrirá, y se notará que quieres ocultarlo. Además, tienes el ojo hinchado.
Suspiré.
—¿Quieres que les diga que estás enfermo cuando vengan?
Abrí los ojos con asombro. Qué gran idea.
—Vanda, eres la mejor.
—Ya lo sé. Ahora déjame dormir, pesado.
En cuanto Vanda me cerró la puerta, me senté en la cocina mientras esperaba a que calentara el agua de la tetera y me encendí un cigarro. Palpé de nuevo el moretón en el pómulo. Me dolía incluso la cabeza y me ardía la piel; apenas podía mantener abierto el ojo izquierdo y la cuenca me daba pinchazos por dentro.
«Menudo idiota, Mikhael». ¿Cómo podía haber sido tan descuidado? Bueno, el alcohol no ayudaba.
Cerré los ojos y, sin querer, recreé en mi mente aquel breve pero intenso momento que estuvimos juntos. A diferencia de la primera vez, en esta ocasión no parecía haber culpa, no había sido precipitado.
Por una parte me reprochaba haber caído en la debilidad; pero, maldita sea, qué bien sentaba.
Desde que Darek, tal y como lo conocía, había muerto, también murió aquella parte de mí que anhelaba una relación íntima con otra persona. Había asimilado que terminaría el resto de mis días en la más absoluta soledad, que ya nada podría cambiar mi situación y que debía aceptar que era con lo que me había tocado cargar.
No podía haber llegado a imaginar que mi situación cambiaría tanto en tan solo un año, y lo único que había hecho era salir de casa. De no haber aceptado el empleo como profesor, pese a que fui reticente en un primer momento, no me habría reencontrado con Stefan.
Mi vida comenzaba a activarse de nuevo con una velocidad casi vertiginosa, y por una parte me asustaba y paralizaba, pero otra parte racional de mí me empujaba hacia aquel abismo.
«Si es que Joseph no me mata antes».
Cuando la tetera comenzó a silbar la retiré del fuego. Justo mientras vertía el té en una taza, llamaron a la puerta. Era un sonido familiar, dos golpes rápidos y suaves característicos de una sola persona.
Stefan apareció ante la entrada, y ninguno de los dos supimos cómo reaccionar. Nos sonreímos con torpeza, se fijó en el moretón, le invité a pasar, se sentó en la cocina. Le serví una taza de té que no se bebió y me senté a su lado. Aunque quería que todo siguiera como antes, me costaba verlo de la misma manera. Estuvimos mirándonos un momento que pareció larguísimo hasta que dijo:
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Humo
Детектив / ТриллерMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...